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2009/02/02 08:55:5.850000 GMT+1

El poder de narrar

"El poder para narrar o para impedir que otros relatos se formen y emerjan en su lugar, es muy importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los principales vínculos entre ambos." Edward Said, Cultura e Imperialismo (Editorial Anagrama, 1996)

La balsa de la medusa (1819), de Théodore Géricault, es la parábola de un naufragio, una crítica de la Francia de la Restauración de Louis XVI y una obra maestra del romanticismo. En la escuela me enseñaron la famosa composición triangular; en el Louvre admiré la calidad del dibujo y el empleo del color, el aterrador realismo de los cuerpos. Pero no me había fijado demasiado en la historia que había detrás hasta que leí algunas comparaciones entre la suerte de los náufragos y la de quienes hoy dejaron de serlo para pasar a ser conocidos como inmigrantes ilegales.

El barco La méduse había partido en junio de 1816 hacia Saint Louis (actual Senegal) para formalizar la entrega de la ciudad por parte de los británicos tras la caída de Napoleón y la llegada al poder de Luis XVI. Entre los pasajeros se encontraba el recién nombrado gobernador de Senegal, así como funcionarios reales, militares y científicos. Pero el barco no llegó a destino y naufragó frente a las costas de Mauritania, no muy lejos de Canarias. La incompetencia de los oficiales y el modo en que su tripulación trató de sobrevivir provocaron un escándalo en la sociedad francesa de la época. La pintura recoge el momento en que un marino negro trata de llamar la atención del navío Argus -casi invisible en el cuadro- que formaba parte de la expedición. El africano destaca sobre los demás, aunque se sitúe de espaldas y con el rostro oculto.     


La balsa de la medusa - Théodore Géricault (1819). Museo del Louvre.

Años más tarde, J.M.W. Turner crearía un cuadro aún más duro y sombrío, en una especie de respuesta personal a la obra de Géricault. Turner pintó el Barco de los esclavos, donde observamos cómo lanzan desde el buque a los esclavos muertos y moribundos mientras se aproxima la tormenta, en apoyo explícito al movimiento abolicionista de la época. En realidad, sólo vemos emerger de las aguas la pierna engrilletada de un esclavo junto a un remolino de voraces gaviotas y peces.


Barco de los esclavos. Negreros echando por la borda a los muertos y moribundos - J.M.W. Turner (1840). Museo de Bellas Artes, Boston (EE UU).

Aunque objeto de interpretaciones diversas sobre su significado, La balsa de la medusa suscita ante todo la compasión por la suerte de los náufragos y en ella la cuestión de la esclavitud o la colonización es secundaria o ambigua. En cambio, el Barco de los esclavos pretende denunciar abiertamente los horrores de la trata esclavista, aunque sólo insinúe un cuerpo. No obstante, ambas comparten un rasgo común: el colonizado o el esclavo es más objeto que sujeto de su propia historia. Es un europeo blanco quien construye una narración de acuerdo con una realidad que se antoja incuestionable, la del dominio occidental del mundo. Ni la compasión ni la denuncia permiten por sí solas reconocer al otro como alguien con capacidad no sólo de razonar sino de obrar, de actuar de forma autónoma o de aportar una narración no imperialista. El esclavo o el oprimido no se libera, es liberado, y la superación del sistema esclavista no se debe a las rebeliones ni a la defección, sino al utilitarismo de los poderosos o a la labor de abolicionistas europeos.

Esta forma de pensar perdura, siglo y medio después de que Géricault y Turner pintaran sus mares revueltos. Fotografías como las que recopila The Boston Globe, o los ya habituales reportajes de periodistas europeos a bordo de pateras, dibujan un paisaje misérrimo poblado de víctimas. Hay diferencias, sin duda. En primer lugar, ahora se muestra el rostro del africano, a menudo en primeros planos, y ocasionalmente incluso habla ante las cámaras, en imágenes que se multiplican, se repiten y alcanzan rincones que los citados pintores ni hubieran imaginado. Pero no por ello dejan de insertarse en un esquema preconcebido: es la miseria de unos países fallidos -
¿con respecto a qué?- lo que empuja (push factor) a los migrantes al paraíso europeo. De las tinieblas a la luz. Y aunque los migrantes negroafricanos constituyan un grupo minoritario, África es para nosotros el continente de la miseria y sus migrantes la mejor representación de este discurso reduccionista.



Inmigranges africanos descansan y reciben primeros auxilios tras llegar al Puerto de los Cristianos (Tenerife, Canarias) el 30 de septiembre de 2008. 229 fueron rescatados tras haber sido interceptados por un barco pesquero a 96.5 km de la costa. Fuente: Reuters/Santiago Ferrero.

La compasión y la denuncia expresadas de este modo no cuestiona la discriminación institucional interna que sienta las bases del nuevo nativismo y puede incluso legitimar una represión "humanitaria". Así, la analogía con la trata esclavista se suele realizar tergiversando el sentido de aquélla y el de las migraciones actuales, al equiparar los pasadores de "clandestinos" a los esclavistas del comercio atlántico. La represión del tráfico y trata de personas exime a los gobiernos de toda responsabilidad por aprobar leyes "de extranjería" discriminatorias y afecta principalmente a aquellos a los que se dice proteger.

Los migrantes africanos necesitan más comprensión y menos compasión desde un pedestal. Porque, como explica Edward Said en alusión a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, "si de veras no podemos entender la experiencia de otro y dependemos por lo tanto de la autoridad asertiva de poder que Kurtz detenta como hombre blanco en la jungla o que Marlow, otro blanco, detenta como narrador, es inútil buscar alternativas distintas, no imperialistas. El sistema las ha eliminado del todo y las ha hecho impensables."

Y hay historias alternativas que no precisan nuestra aprobación para existir: jóvenes que desean realizarse, hacerse un nombre o llegar a adulto, fascinados por el éxito de los migrantes que retornan con dinero y regalos y construyen casas de dos o tres pisos; madres que compiten -con otras madres, con las co-esposas de las familias polígamas- por enviar a sus hijos a Europa y logran recaudar de la familia extensa el dinero necesario para ello; tradiciones migratorias de larga data como las de los soninké del Valle del Río Senegal, que pasaron de ir a trabajar en el siglo XIX al área de Senegambia como temporeros a emigrar a Francia a finales del XX, o las redes de modou-modou wolof (comerciantes informales senegaleses vinculados por lo general a la cofradía de los muridas) que conectan España o Italia con la ciudad sagrada de Touba. Muchos desean escapar, más que de la miseria absoluta, de la desesperanza, como señala Emmanuel Terray. Motivos diversos que escapan a todo determinismo y que expresan un fuerte deseo de cambio. Porque en las tinieblas no europeas también existen seres humanos que ejercen sin nuestro permiso la libertad más antigua: la de ir y venir.

Escrito por: Samuel.2009/02/02 08:55:5.850000 GMT+1
Etiquetas: áfrica gericault senegal migraciones turner pintura colonialismo esclavitud | Permalink | Comentarios (2) | Referencias (0)

Comentarios

En pocas palabras "el que habla, es el que manda".

Escrito por: leo.2009/02/03 09:27:35.583000 GMT+1

Bravo. Felicidades por tu blog y tu manera de decir

Escrito por: OC.2009/02/03 19:23:34.895000 GMT+1

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