La ciencia moderna es hija del capitalismo, y no al revés. Si bien podemos encontrar innovación y avances tecnológicos a lo largo de la historia de la humanidad en las sociedades más dispares, y para los más diversos propósitos, es a partir de un momento históricamente determinado, en torno al siglo XVIII, que en algunos puntos de Europa los científicos comenzaron a recibir una consideración social positiva y un creciente apoyo político. La ciencia ofrecía avances tecnológicos que permitían incrementar la productividad y acelerar la acumulación de capital.
El desarrollo del método científico moderno no puede desvincularse de esta realidad social ni de las ideologías que lo alimentan. Junto a los logros, acabó por difundirse (con las colonizaciones, por todo el planeta) una visión del mundo que se consideraba a sí misma como neutra y empírica, con el individuo como centro de todo.
En líneas generales, esta visión perdura, sobre todo en las sociedades occidentales, a pesar de que hace tiempo que se haya demostrado que ni la ciencia es neutra, ni es el individuo aislado quien razona sobre la base exclusiva de su percepción sensorial. El ideal científico, como en el arte, sigue siendo el del genio, aunque la realidad sea muy diferente, eminentemente cooperativa. Y en nuestra sociedad de marcas el premio Nobel, invento europeo y occidentalocéntrico, se ha convertido en el certificado más importante de la genialidad, hasta el punto de que la opinión de un premiado acerca de cualquier aspecto de la realidad se presupone mucho más válida que la de cualquier otra persona, por el mero hecho de sobresalir en una determinada materia.
Aunque atrapados en este mito, los académicos suecos se han visto forzados a reconocer el carácter colectivo del trabajo científico. Cada vez es más raro que se conceda un Nobel de física o de medicina a una sola persona. Y el Nobel de la Paz, aunque se trata de un premio más político, llega a premiar a los miles de científicos que participan en el Panel Internacional sobre Cambio Climático. Pero el premio Nobel más mediático no puede ser tan impersonal, y ahí tenemos al telepredicador Al Gore, dispuesto a poner cara y power point para adulterar el ecologismo por un módico precio.
En el capitalismo actual, los premiados con el Nobel son los nobles, o más bien los santos, de la sociedad del conocimiento, la cumbre de la nueva aristocracia del mérito. Escalones más abajo, otros certificados, los títulos académicos, amparan nuevas divisiones sociales, como antaño los títulos nobiliarios. El nuevo elitismo tiene un lema: "dime dónde has estudiado y te diré quién eres". A partir de ahí, el mérito, cuya apreciación es siempre subjetiva, si es reconocido por el poder servirá para crear prestigio social, diferencias salariales, y nuevos estatus. Y sobre todo para legitimar discursos.
Como el del racismo. Finalmente, el bucle se cierra. Si el mito del individuo liberal justifica la desigualdad social, con mayor razón la versión más refinada de la excelencia individual aderezada con la coartada genética. Las inteligencias no son iguales por naturaleza, proclaman, no sólo entre individuos, sino entre sexos, entre clases sociales, entre pueblos, razas y civilizaciones. Semejante ataque a la autoestima de los y las potenciales rebeldes tiene un indudable efecto desmovilizador. "Si lo dice un Nobel..."
¿Elemental, mi querido Watson? Frente a esta impostura, cualquier movimiento de emancipación sólo puede partir de la igualdad de las inteligencias, como premisa democrática y no como un objetivo a alcanzar *. Es el reconocimiento entre pares el que permite la confianza, los vínculos afectivos, la cooperación social en términos democráticos y no de dominación. Que no se preocupe James Watson. Igualdad de las inteligencias, sí. También de la estupidez.
* Es lo que hace Jacques Rancière en su hermoso libro "El maestro ignorante", cuya lectura recomiendo a todo aquel que se preocupe por el espinoso asunto de la educación y, de forma más general, por la emancipación personal y social. Para una reseña del mismo, ir a este enlace.
Comentarios
En todo caso, me parece interesante constatar que también el el racionalismo científico y la idea de verdad objetiva es la que nutre al marxismo y muchas de las corrientes de izquierdas que se derivan de él. El racionalismo cientifista se basa en la confianza absoluta en las posibilidades y resultados científicos. La razón científica se sustituye en el marxismo por la razón revolucionaria, pero se mantiene esa legitimación por una verdad "revelada" fuera de toda discusión crítica y se sitúa extramuros de la legitimidad a quienes no la admitan; gérmen pues del totalitarismo de muchos estados "socialistas".
Por otro lado, esa razón objetiva tiende a la creencia en una teleología del mundo, un fin último que sea síntesis de las contradicciones de la naturaleza: la sociedad sin clases y el establecimiento de un tipo de civilización universal válida para todos. En este punto, el liberalismo con la creencia en el fin de la historia marcada por la perfección del mercado y el marxismo con la creencia en el fin de la historia marcada por la utopía comunista tienen un mismo fundamento. Y ambos modelos se asemejan en proceder en consecuencia según ese plan predispuesto a la homogeneización social, a la aplicación de un plan para crear la sociedad transparente, como si fuera resultado de un orden natural y perfecto, con equivalencias de derechos, leyes universales y en la que los imprevistos irracionales, la diferencia de los individuos, de los grupos y de sus necesidades y anhelos debe ser reducida, procesada, asimilada. En el fondo, ambas derivan de una percepción juedocristiana de la existencia, en la que la salvación ha sido reemplazada por otros ídolos.
Y creo que es precisamente la ciencia más audaz y algunas disciplinas como la física cuántica, la biología o la etología la que más socava estas ideologías escatológicas. Somos distintos y no intercambiables, ni como piezas de trueque en un mercado ni como piezas de una paralizante liquidación de la singularidad. Requerimos respuestas variadas, distintas, mudables en el tiempo, continuamente reformuladas y ajenas a cualquier inhumano y antinatural fin de la historia. Quizás sea un discurso en la linea dura del relativismo cultural, o muy nietzschiano si se quiere, pero forma parte de mi convicciones antiutópicas.
Eso no obsta para que me parezca que el discurso de Watson es infumable, porque parte de deducciones verdaderamente poco científicas y porque, como bien señalas, sólo sirve para legitimar un cierto orden establecido, antes que para ponerlo en discusión y reactivar el pensamiento, el conlicto, las nociones de adversidad, competitividad, superación y emancipación.
Escrito por: Fransmestier.2007/10/19 16:55:59.427000 GMT+2
http://vestigis.wordpress.com
Escrito por: Samuel.2007/10/19 18:10:41.770000 GMT+2
http://www.javierortiz.net/voz/samuel
Y si me permites tomar el relevo en esta "cantata a dos voces", creo que es precisamente la recuperación ese universalismo abstracto y estandarizador, anterior a la postmodernidad y a las ciencias de la indeterminación, con maquillaje "ilustrado" y retórica de defensa de las libertades y de los valores de occidente, el caballo de batalla de los nuevos reaccionarios, toda esa corte de pensadores que nutre a Sarkozy (Finkielkraut, Glucksmann, Pierre Manent etc.) y, en un nivel más de barra de bar, a los Arcadi Espada y palmeros que tenemos a este lado de los Pirineos.
PD: Como habras comprobado, yo también estoy teniendo problemas para introducir los mensajes
Escrito por: Fransmestier.2007/10/19 19:41:24.370000 GMT+2
http://vestigis.wordpress.com
Escrito por: Samuel.2007/10/20 09:35:0.045000 GMT+2
http://www.javierortiz.net/voz/samuel