En “Le capitalisme cognitif…”, Yann Moulier Boutang recurre a las abejas como metáfora del nuevo capitalismo que se basa en la difusión del saber y en el que la producción de conocimiento pasa a ser la principal apuesta de la valorización del capital. En una sociedad del conocimiento, la actividad productiva desborda los límites estrictos del trabajo asalariado, de las horas de trabajo, de los empleos: “la actividad humana que se capta no es la miel producida por las abejas productivas humanas, sino su actividad infinitamente más productiva de polinización de las relaciones sociales.”
Este desplazamiento implica transformaciones profundas en el trabajo[1], en el modelo productivo. Las pistas de dicho modelo nos las dan aquellas actividades intensas en conocimiento y en cooperación productiva, entre las que destaca el modelo de desarrollo de software, en particular de software libre, al que los investigadores del capitalismo cognitivo dedican especial atención.
División cognitiva del trabajo y crisis de la relación salarial
Una transformación importante es la de la división del trabajo. Si en el capitalismo industrial, la cooperación social derivaba de la coordinación técnica en el seno de la fábrica, en el capitalismo cognitivo los dispositivos de captación de valor ya no derivan del trabajo en la empresa, sino de la actividad cooperativa humana y del objeto del conocimiento. Los tipos de división de la actividad, el trabajo y el empleo, derivan cada vez más de la cooperación, de modo que la organización por proyecto tiende a sustituir la organización "arborescente y matricial" de la organización industrial. Esta forma de organización es más eficaz, sobre todo desde que se apoya en las redes digitales. La organización en red se convierte en una alternativa al mercado descentralizado, a la empresa privada, y al Estado jerarquizado. Lo decisivo ya no será tanto el tamaño de mercado como el tamaño de la red (de clientes, de proveedores, etc.), que permite una asignación de recursos más eficaz. Esta actividad económica en red genera un excedente estructural de valor, que suele denominarse "externalidad positiva de la red", "efecto biblioteca", o “efecto red”: la utilidad de un bien para un agente depende del número de los demás usuarios, de modo que todo miembro de una red se beneficia de ventajas por las que no tiene que pagar. La lógica de los clubs, de las listas de correos, de un servicio como Wikipedia, se va extendiendo a toda la actividad económica.
Este tipo de organización permite dos cosas: adaptarse a situaciones complejas que no pueden conocerse a priori y escapar a la ley de rendimientos decrecientes, propia de la producción material. El mundo del conocimiento no se caracteriza por la escasez. La acumulación de conocimientos se caracteriza, al contrario, por rendimientos crecientes de aprendizaje innovador. Además, la división smithiana y taylorista del trabajo industrial, concebida en una época en la que el saber lo monopolizaba una reducida elite social, partía de una concepción en la que se presupone la ignorancia, la falta de conocimiento de los agentes que integran la organización, en la que se concentra la inteligencia y la complejidad. El taylorismo procedía a una división de tareas mecánica. Internet, por el contrario, es una plataforma "simple", y la inteligencia y la complejidad se reserva a los miembros de la red, por lo que se favorece la interoperabilidad. Esto se puede dar en una época en la que el conocimiento y la cultura está muy difundida, compartida por el conjunto de la sociedad. El conocimiento se convierte en un recurso abundante. En la división cognitiva del trabajo, al trabajador se le pide que interprete, revise y ejecute proyectos, lo que implica cooperar en el intercambio de información.
Las diferencias entre la división cognitiva del trabajo y la del capitalismo industrial son, pues, importantes. Por ejemplo, el tamaño de mercado pierde su pertinencia en un mundo de pequeñas producciones en serie, en una economía de variedad sometida a una fuerte incertidumbre de la demanda. De ahí la importancia de la innovación. Las ganancias se obtienen no tanto con economías de escala como con economías de aprendizaje[2].
Un nuevo modelo productivo
La producción de software presenta rasgos propios del modelo de producción científica de investigación, más que del modelo industrial. En el caso del software libre se añade, además, una cooperación en tiempo real que comparte los conocimientos sin restricciones jurídicas, y un carácter horizontal y no jerárquico (empresa) o mercantil (mercado). La red, en este sentido, es neutra, aunque revela, eso sí, las relaciones jerárquicas y las asimetrías que incorporan las comunicaciones entre los cerebros cooperantes.
El concepto de escasez, fundamental en economía, adquiere una dimensión diferente. “La economía clásica se enfrentó a la escasez de recursos en capital mientras que el trabajo era abundante. La economía neoclásica se enfrentó a la abundancia en capital y a la escasez de trabajo. La economía contemporánea de lo digital, afronta el mundo de la abundancia de lo inmaterial, pero la escasez del tiempo y de la atención”. Efectivamente, además de la escasez de recursos ecológicos, los tres recursos que aparecen como escasos son el tiempo, la atención cognitiva y la atención afectiva.
La atención que exige un ordenador es multitareas y multifuncional, y exige ante todo creatividad (las operaciones mecánicas las ejecuta el ordenador). El trabajo en red exige cada vez más conectividad, capacidad de reacción, autonomía e inventiva. La relación del tiempo es importante. La producción de mercancías exige unos tiempos bien delimitados. Pero esto no sucede con la producción de bienes-conocimiento o de servicios.
La producción de conocimientos continuamente renovados no tiene fin. En este sentido, el trabajo se aproxima a la investigación científica, pero también al arte. Las comunidades de software libre, el peer-to-peer, Wikipedia, muestran motivaciones diferente al interés material o al afán de poder, como el deseo de conocimiento o el puro entretenimiento. Esto se explica porque la producción de conocimientos por medio de conocimientos exige una cooperación de los agentes más profunda y continua que la mera división técnica industrial limitada al tiempo de la fábrica. El capitalismo industrial no reclamaba de la fuerza de trabajo obrera, del cuerpo del trabajador, más que una iniciativa limitada y fuertemente encuadrada. Ahora la implicación va mucho más lejos, y la conectividad permanente que proporciona un teléfono móvil nos da una idea de su significado.
Así pues, el autor percibe el software libre como un auténtico modelo productivo, pues cuenta con métodos específicos de organización, un modelo macroeconómico propio, y valores propios: “gratuidad, pasión hedonista de la actividad libre y del juego cognitivo, libertad y reconocimiento de pares (peer-to-peer)”. La antítesis del trabajo industrial[3], pero también del individuo liberal. Aquí el individuo ya no es el individuo liberal desligado de la sociedad, sino un individuo integrado en comunidades de adscripción voluntaria. La producción de comunidad se convierte en la mejor manera de producir bienes comunes como el conocimiento.
Las contradicciones del capitalismo cognitivo
Expuesto así, todo parece una utopía hermosa, un canto a la libertad y a la cooperación desinteresada. Sin embargo, por el contrario, el nuevo capitalismo cognitivo se caracteriza por la omnipresencia de la explotación y el carácter altamente antagonista del modelo. Esta es la paradoja: necesita por un lado de la cooperación libre de las redes sociales para explotar la riqueza social producida, pero al mismo tiempo estas formas de creación de lo común ponen en peligro las bases que permiten esta explotación, de ahí que sea tan inestable –e injusto- como los modelos precedentes.
¿Cómo es la explotación en el nuevo capitalismo? Para explicarlo, Boutang distingue dos niveles de explotación: por un lado, reconoce el trabajo vivo como gasto energético que se consume y cristaliza en nuevas máquinas (trabajo muerto, en jerga marxista) en el ciclo siguiente; pero al mismo tiempo, subsiste trabajo vivo como medio de producción a lo largo de todo el ciclo (segundo nivel o grado). Es decir, no es un consumo intermedio, sino que sirve para producir más trabajo vivo, se construye como un saber que se resiste a su reducción como capital humano objetivable.
“El capitalismo industrial y mercantil se interesaban en el consumo de fuerza de trabajo desde el momento en que su puesta en actividad por medio de máquinas (…) era capaz de producir más que su reconstitución (el trabajo necesario). Para poder extraer el exceso de trabajo, que es la fuente de la plusvalía, era necesario consumir la fuerza de trabajo viva. Por tanto, que sea necesario transformarla en salario de reconstitución del potencial biológico y cultural de la fuerza de trabajo, o bien en beneficios contabilizados en el ciclo siguiente como nuevas máquinas. En el capitalismo cognitivo, para explotar la inteligencia colectiva, no hace falta sólo reunir trabajadores, sino evitar esta objetivación perfecta (cosificación o alienación) de la fuerza-invención en el proceso de trabajo o en el producto.”
Ambos niveles de explotación pueden coexistir. Pero la característica de la acumulación en el capitalismo cognitivo es que se basa esencialmente en este segundo nivel de explotación. Todavía falta para que el capitalismo se base casi exclusivamente en este tipo de explotación, pero la tendencia está en marcha. Cuantas más dificultades encuentre el capitalismo para realizar una explotación “de primer grado”, por la resistencia organizada de la fuerza de trabajo, o por su deserción de los lugares privilegiados de este tipo de explotación, principalmente la fábrica, más veremos afirmarse la explotación de segundo grado. Las figuras laborales que interesan particularmente al capitalismo cognitivo son el “cognitariado”[4], los "precarios", los activos independientes, los trabajadores cognitivos dependientes del mercado, los trabajadores cognitivos libres, etc. Surgen así nuevas fracturas y divisiones[5].
La explotación de la fuerza de trabajo no implica tanto la explotación de su consumo como la de su disponibilidad, de su atención y de su aptitud a formar nuevas redes y a cooperar con ayuda de ordenadores conectados entre sí. Cómo organizar esta explotación no es un tema menor, de modo que la configuración de los derechos de propiedad es decisiva. El actual sistema de derechos de propiedad (uno de los pilares de un modo de producción) ha entrado en crisis. La gran batalla jurídica y política se sitúa hoy en torno a los derechos de propiedad intelectual, pues el carácter público de los bienes conocimiento pone en cuestión la posibilidad de producirlos mediante el mercado.
“Los bienes inmateriales o intangibles presentan el inconveniente de que son indivisibles, no rivales y no excluibles (al contrario que los bienes materiales) por lo que la cuestión de la propiedad suele resolverse mediante la atribución de un monopolio de explotación temporal por medio de una patente, de una marca o de un derecho de autor. Pero en el capitalismo cognitivo este tipo de bienes tiene en su mayoría un estatus de bien casi público, lo cual, unido a la difusión masiva de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (NTIC), hace saltar los cerrojos que garantizaban a los detentadores de esos derechos que sería difícil copiar los contenidos. En particular, hacen muy difícil la creación de derechos de propiedad ejecutables sobre los nuevos bienes”.
La ejecución de los derechos de propiedad se vuelve cada vez más problemática. En estas condiciones, la reacción desesperada de una parte de los industriales de la comunicación, de la cultura y de la biotecnología ha consistido en la represión penal de la copia, el desarrollo de dispositivos técnicos de protección, canon para las sociedades gestoras de derechos de autor, patentes farmacéuticas, patentes sobre el genoma, etc. Es la contrarrevolución de los “nuevos cercamientos”[6], también del control de las redes sociales. La reacción estatal consiste en la publicación de leyes de excepción, la vulneración de las libertades públicas y la derogación de la democracia.
Sin embargo, esta vía debería tener poco futuro, según Boutang, por las propias necesidades del capitalismo cognitivo. La cooperación entre cerebros que trabajan mediante ordenadores personales conectados por medio de redes necesita libertad para innovar (por ejemplo, Google necesita la actividad diaria de millones de usuarios). Y la apropiación de las tecnologías digitales por el mayor número posible de personas es la condición imprescindible para “recuperar” el trabajo de la inteligencia colectiva (este es el sentido de la metáfora de la polinización). Sin esta condición, la productividad de la explotación de segundo grado desaparece. El capitalismo cognitivo, cuyo objetivo es producir valor (que pueda traducirse en beneficio privado) “necesita multiplicar los puntos de contacto con la sociedad en movimiento, con la actividad viva. La sociedad del conocimiento produce usos innovadores, y la empresa convierte ahora la riqueza que está ya en el espacio digital en valor económico. Es la definición de empresario “político”, alguien capaz de entender las redes sociales y apoyarse en ellas”.
Teniendo en cuenta lo anterior, las tentativas de los Estados de controlar la sociedad del conocimiento, como los intentos de someterlos a prácticas monopolísticas, se enfrentan a serias dificultades estructurales internas. Limitar el acceso a la red, también por vía de la exclusión social, tiene como consecuencia la pérdida de productividad.
De la crisis del sistema salarial a la renta social garantizada
El corolario de este argumento es el siguiente: las tentativas de instalar un régimen de capitalismo cognitivo pasa también por resolver los problemas de garantía del ingreso de los productores de conocimiento por medios distintos a las patentes o a los derechos de autor. Nos encaminamos, pues, a una refundación completa del sistema salarial que se consolidó bajo el capitalismo industrial. Nuestra sociedad no es la del fin del trabajo, sino la del compromiso social construido en torno a la relación salarial (a cambio de subordinación), lo cual es distinto. Esto implica una reconsideración del sistema de protección social que en el capitalismo industrial estaba vinculado al salario. En cualquier caso, un replanteamiento radical del significado de la renta y del ingreso.
“En el capitalismo industrial, y en su apéndice, el socialismo real, el trabajo era la condición del acceso a la renta, al ingreso. Quien no trabaja no come. En una sociedad del conocimiento, el acceso a la vida se convierte en condición de todo trabajo productivo, de una actividad explotable en segundo grado”.
Para poner en marcha una explotación de este tipo hay que reconsiderar completamente la proletarización. La separación de la fuerza de trabajo de la persona del trabajador, y la desposesión de los medios de producción de riqueza son características del capitalismo industrial (en el mercantil no, porque se basaba esencialmente en la explotación del trabajo esclavo). Pero en el capitalismo cognitivo esta separación se vuelve muy difícil. No es posible separar la implicación de la atención de los cerebros, los afectos, la creatividad, de los cuerpos. No es posible separar la fuerza de trabajo de la persona jurídica libre. Resulta también difícil determinar un tiempo de trabajo diferente del tiempo libre. Y la mayor diferencia hace referencia a la separación del trabajador de las condiciones de trabajo, de los medios de producción. En el capitalismo cognitivo, para producir riqueza, el trabajador debe disponer de acceso a las máquinas (hardware), al software, a la red, y a las condiciones de desarrollo de su actividad. El acceso libre sustituye a la propiedad privada exclusiva. Se trata de acceder al mismo tiempo y colectivamente a informaciones, a conocimientos, para producir otros conocimientos.
Como consecuencia de todo ello, “el trabajo ya no puede remunerarse como un factor de producción aislado del capital, pues codetermina la remuneración de los cuatro componentes: hardware, software, wetware (la actividad cerebral) y netware (la red cooperativa).”
Sin embargo, la erosión del pacto social ha traído consigo una agravación de las desigualdades, y una precarización de las relaciones salariales, sin que haya desaparecido la subordinación del trabajador dependiente, por no hablar del trabajo forzado de muchos inmigrantes “sin papeles”. Además, las nuevas formas de trabajo propias del capitalismo cognitivo son las menos protegidas. El sentimiento de injusticia es tanto mayor cuanto los valores de la sociedad del conocimiento son más igualitarios. Y la infinita fragmentación de intereses parece imposibilitar cualquier intento de unidad política de la contestación.
Esto explica la engañosa nostalgia de lo que los franceses denominan los “treinta gloriosos” (1945-1975), cuando, mirado retrospectivamente, todo parecía más simple. Hace ya décadas (al menos desde 1968) que el viejo Pueblo unitario comenzó a multiplicarse por mil. Los movimientos sociales que no encajaron en el movimiento obrero tradicional incorporaron cuestiones como el sexo, el género, la edad, la ciudadanía, el color de la piel, o la herencia colonial. Boutang denuncia a los intelectuales de cierta izquierda francesa que se empeñan en descalificar estos movimientos, negándoles el carácter político [7]. Cuando no son demasiado burgueses, son unos marginales sin conciencia de clase.
“La solución de la sociología académica, intentar buscar una correspondencia entre la posición social y la legitimidad política en el orden revolucionario, se encuentra con el mismo obstáculo. Obviamente, el estatuto de asalariado dependiente o no, del nivel de renta, del patrimonio heredado, siguen presentes. Pero por sí solos no permiten entender gran cosa: ni prever el voto, ni prever el precipitado inesperado de las revueltas.”
Pero es que además la división cognitiva del trabajo hace que los grupos de pertenencia a instituciones educativas generen nuevas divisiones sociales. Además, la extrema valorización del conocimiento genera exclusiones muy fuertes, al incorporar las formas de competencia propias del arte y de la excelencia aristocrática de la universidad. Al mismo tiempo, la movilidad no necesariamente geográfica, sino mental y también social, distorsiona muchas fronteras preestablecidas. La red permite cooperar con gente de orígenes sociales muy diferentes. A estos elementos hay que añadir el estatuto jurídico, el grado de libertad jurídica, para tener una visión más aproximada de las “clases sociales” en formación.
Es un error ver el nuevo mundo con las gafas del viejo, sobre todo si son gafas distorsionadas. El pasaje a un tipo diferente de capitalismo también fue difícil y convulso en el caso de la transición del capitalismo mercantil al industrial. Si en ese período asistimos a una bifurcación entre un capitalismo industrial mundializado y un capitalismo mercantil esclavista, fue aquél el que finalmente salió adelante, en particular tras la guerra de secesión norteamericana y el fin de la esclavitud en Brasil. “Hoy la bifurcación aparece entre un poder imperial que se apoya sobre el nuevo liderazgo del capitalismo cognitivo y la reafirmación de un orden mucho más autoritario que se apoya en los hinterlands industriales deslocalizados en el sur.”
La intensificación de las desigualdades y de las guerras locales constituyen en realidad medios técnicos de controlar el pasaje muy delicado del capitalismo industrial al cognitivo. Aunque la desigualdad y la precarización parecen ir en contra de este capitalismo cognitivo, si no se tratan de evitar es porque favorecen la disciplinarización de la fuerza-invención, desalentando las potencialidades liberadoras que porta consigo.
Otro elemento de control de la fuerza-invención lo constituyen las finanzas. La financiarización busca tanto registrar las transformaciones del modo de producción como controlar sus efectos. La naturaleza de lo que es objeto de transacción es compleja e inestable, y es esto lo que explica la inestabilidad y la naturaleza especulativa que sólo pueden ofrecer las finanzas, para poder determinar los precios reales. Las transformaciones financieras buscan controlar una cosa que ya no puede ser controlada bajo el fordismo: el valor económico que genera la cooperación social del trabajo vivo, una cooperación que se da en territorios productivos de la innovación, que van más allá de los límites de la empresa. Lo que vale una empresa se determina fuera de sus muros. De lo que resulta tanto una crisis del perímetro de la empresa como un reexamen de la acción pública. Así las cosas, esperar el derrumbe del capitalismo con la enésima crisis financiera resulta irrisorio.
En definitiva, en el capitalismo cognitivo la “sostenibilidad” exige una tendencia hacia un régimen de “intermitencia”[8] generalizada. Pretender convertir los contratos “basura” en contratos de duración indeterminada, según Boutang, no resuelve nada, menos aún si suponen salarios miserables. Tanta actividad se traduce en pocos empleos, sobre todo si tenemos en cuenta que el empleo no es el reflejo exacto del trabajo, sino una versión pobre, reducida. Boutang propone hacer lo inverso, derivar el empleo cognitivo de una protección social lo más universal e incondicional posible: la renta social garantizada o, como se conoce en España, la renta básica de ciudadanía.
El autor dedica una sección especial a explicar lo que entiende por renta social garantizada, y para demostrar su legitimidad y factibilidad. Existen diversas propuestas de renta básica, no siempre coincidentes, aunque compartan los elementos de universalidad e incondicionalidad que desvincula la garantía de ingreso de todo empleo (el “workfare” o deber de inserción en el mercado de trabajo), y el debate sigue abierto. La garantía de ingreso debe desvincularse del patrimonio individual y sobre todo de cualquier condicionamiento social, de cualquier exigencia de “utilidad pública”. Otra diferencia con respecto a otras propuestas de renta básica hace referencia al significado económico de la retribución. Para Boutang, lo importante es que entraña un debilitamiento de la coerción salarial. Una tercera diferencia, es que, lejos de llevar a una desestabilización del sistema por aportar contradicciones insuperables, como esperan muchos, Boutang considera que, por el contrario, el debilitamiento de la relación salarial es una condición indispensable para la estabilización del capitalismo cognitivo. Este punto es el más polémico de su reflexión.
A las acusaciones de “reformismo”, Boutang responde que las transformaciones del modo de acumulación ya se están produciendo, y en esta transición el capital lleva la delantera. Añade que ni “la resistencia sobre la línea Maginot de la defensa de los precedentes debilitamientos del sistema salarial”, ni “la estrategia de desestabilización revolucionaria o de resistencia, sin indicación estratégica, por un medio obrero vapuleado y una contestación magnífica pero a menudo encerrada en una teoría cada vez más desfasada”, han servido para gran cosa.
“No estamos hablando ya del deseo de liberación que no ha desaparecido, sino de la constitución material del capitalismo cognitivo. Lo que evidentemente implica la apuesta por la viabilidad, en el largo plazo, de un nuevo tipo de capitalismo histórico. (…) La situación ya no es la de una modernización del capitalismo, ni la reanudación del capitalismo industrial (taylorista y fordista) en un marco macroeconómico dado de una vez por todas (Keynes y Beveridge). La situación a la que nos enfrentamos desde hace treinta años es la de un cambio del capitalismo (en la sustancia y en la forma del valor) y no solamente de la forma del salario. Si a esto añadimos los desafíos ecológicos que invaden progresivamente el espacio programático, está claro que la fractura en el seno del capitalismo es más interesante y abre más espacio político que la fractura que se apoya todavía en los residuos de la soberanía nacional o, simplemente, que las declaraciones de voluntad de ruptura con el capitalismo. Aunque, precisamente, la posibilidad de rupturas se encuentre en el punto fuerte del capitalismo cognitivo. Por tanto, en su eslabón fuerte.”
Lo que está en juego ahora, políticamente, es la superación definitiva del capitalismo industrial y ganar espacios de libertad que eviten la depredación ecológica y biopolítica, recreando un espacio común no estatal. Lo cual, según Boutang, no es posible sin la base de una renta común garantizada.
Nuevos interrogantes
Me he centrado en un libro que, pese a limitarse a revisar la economía política, aborda también muchas cuestiones políticas, sociales, y filosóficas que, tal y como las he resumido, pueden abrumar un poco. Pero son cuestiones que, de un modo u otro, creo que ya va siendo hora que sean tratadas. La riqueza de los cambios contrasta con la pobreza de ideas, de la organización política. Asumir la nueva gran transformación, en lugar de insistir en que no hay nada nuevo bajo el sol, no significa rendirse ante lo inevitable, sino conocer la realidad para poder incidir en ella.
Obviamente, quedan cabos sueltos por tratar. Desde el sur podría argumentarse que Moulier Boutang peca de eurocéntrico. Obviamente, es europeo y es sobre todo al público francés y europeo al que se dirige principalmente. Su método parte de las tendencias más innovadoras del capitalismo: “Marx en California”, llega a decir, para señalar uno de los puntos donde comenzaron los cambios más relevantes del trabajo cognitivo[9]. Pero ¿se limitan los cambios que describe y las problemáticas que trata al escenario europeo o norteamericano? Pensar esto es un error. Las tendencias descritas se pueden encontrar tanto en la industria china más avanzada, en Bangalore (India), como en las principales metrópolis del sur. Es en Brasil donde se ha promulgado una ley de renta básica, todavía muy limitada. Y en África, a pesar de la “brecha digital”, la expansión de la telefonía móvil ha sido fulgurante, aprovechando la relativa ausencia de infraestructuras de telefonía fija. Además, los movimientos migratorios están generando complejas redes sociales que trascienden las fronteras.
Lo que sí se hecha en falta es una mayor atención a aquellos pueblos en las que no han cuajado del todo ni el Estado, ni las relaciones capitalistas de producción, ni compromisos salariales de tipo europeo o estadounidense. En una economía del conocimiento, los saberes tradicionales adquieren un nuevo significado. Donde el Estado de tipo europeo es débil o desvinculado de la dinámica social, y donde la informalidad es la regla, ¿cuáles son las implicaciones de las nuevas formas de valorización? ¿Por qué no tener en cuenta, además del eslabón más fuerte, como hace Boutang, también los eslabones más débiles del capitalismo?
También resulta necesario profundizar más la cuestión ecológica. Falta ver cómo el capitalismo cognitivo puede hacer un uso más inteligente de las externalidades, y si realmente escapará de la lógica depredadora. Asimismo, la gestión, explotación o manipulación de la vida y de la materia, desde la biotecnología a la física nuclear, por la gravedad de sus consecuencias, aparecen en el primer plano de la política (biopolítica). Boutang encuentra preferible el “cultivo” de la “biosfera” a su mera depredación, y apunta a que lo importante es evitar el control corporativo o privativo, la ausencia de una gestión común democrática. Por ejemplo, lo grave de los organismos genéticamente modificados no es tanto su manipulación genética como el monopolio que crean las patentes sobre las alteraciones genómicas que se incorporan en las semillas. Pero, ¿hasta qué punto podrá compatibilizarse un crecimiento ilimitado de los conocimientos con una lógica de autocontención, de relación respetuosa con el medio? ¿Tiene sentido seguir hablando de desarrollo? De nuevo aquí creo que valdría echar un vistazo a los pueblos no europeos.
Finalmente, queda abierta la cuestión de si mutaciones tan profundas como las de las relaciones de propiedad, o si las luchas sociales centradas en la gestión de lo común o en la garantía del ingreso podrán poner en cuestión no solamente el sistema de acumulación, sino el capitalismo en sí, y hacia qué modelos de sociedad nos dirigimos. En una encrucijada histórica encontramos tanto posibilidades de liberación, como de un reforzamiento de las cadenas. Lo que está claro es que representarse el nuevo capitalismo bajo las viejas ropas del capitalismo industrial no ayudará en nada en esta tarea.
1 Aclaro, usando palabras de Franco Berardi “Bifo” (La fábrica de la infelicidad, 2003, Traficantes de sueños): “cuando uso la noción de trabajo cognitivo soy plenamente consciente de que el trabajo es siempre, en todos los casos, cognitivo. (…) hasta el más repetitivo de los trabajos de cadena de montaje implica la coordinación de los movimientos físicos según una secuencia que requiere de las facultades intelectuales del obrero. Pero al decir trabajo cognitivo queremos decir un empleo exclusivo de la inteligencia, una puesta en acción de la cognición que excluye la manipulación física directa de la materia. En este sentido definiría el trabajo cognitivo como la actividad socialmente coordinada de la mente orientada a la producción de semiocapital”.
2 Esta división cognitiva del trabajo genera nuevas polarizaciones a escala mundial, desde el momento en que el factor determinante de la competitividad de un territorio depende cada vez más del stock de trabajo intelectual movilizado de manera cooperativa. Por ejemplo, en el caso de las actividades científicas, resulta decisiva la localización de las universidades en las grandes metrópolis. La nueva polarización, más que dependencias, puede entrañar "desconexiones forzadas", según los investigadores del capitalismo cognitivo.
3 En este punto se basa en la obra del finlandés Pekka Himanen sobre la denominada “ética hacker”.
4 Ver Francisco Berardi Bifo, op.cit.
5 Del mismo modo que en los anteriores períodos del capitalismo nos hemos encontrado las diferenciaciones entre trabajadores dependientes libres, semilibres y esclavos/liberados, y entre los pobres, lumpenproletariado, proletariado y clase obrera.
6 Nombre que se dio en Inglaterra a la supresión, por parte del Parlamento, de los derechos de propiedad colectiva sobre las tierras. Sobre esta cuestión de los cercamientos, más complicada de lo que parece —éste movimiento abarca cinco siglos y, en principio, los cercamientos fueron más bien el resultado de la deserción de los lugareños que de su expulsión forzada— véase Yann Moulier Boutang, De la esclavitud al trabajo asalariado, Madrid, Akal-Cuestiones de Antagonismo, 2006.
7 Un último ejemplo lo encontramos en el levantamiento de las “banlieues” francesas de noviembre de 2005. Ver Yann Moulier Boutang, La révolte des banlieues ou les habits nues de la République, Éditions Amsterdam, 2005.
8 La “intermitencia” corresponde al estatuto legal de los trabajadores y trabajadoras del “espectáculo” (teatro, comunicación, industria audiovisual…) en Francia. Consistía en una medida de protección para un tipo de prestación laboral que era excepcional, por su irregularidad, en el momento en que la ley fue concebida, en el marco del Estado del Bienestar europeo garantista basado en la lógica del empleo estable. Dicha ley garantizaba la continuidad del ingreso de renta a tales trabajadoras y trabajadores discontinuos, por mecanismos diferentes del subsidio de desempleo pensado para la mera reinserción en el mercado de trabajo: la garantía de renta continua incluso durante el tiempo de “no trabajo” se podría interpretar como una manera de reconocer y sostener el carácter socialmente productivo y en varios sentidos rentable de aquella parte de la actividad de los trabajadores y trabajadoras intermitentes que se desarrolla “fuera” del mercado de trabajo: autoformación, investigación, modos de cooperación y relación productiva no asalariada, formas de relación social históricamente consideradas “reproductivas” y no directamente “productivas”, etcétera. Es decir, precisamente de aquellos aspectos que el capitalismo actual tiende cada vez más a explotar sin compensación económica, por situarse, pretendidamente, “fuera del tiempo de trabajo”, quedando a expensas del propio trabajador o trabajadora. Hoy la intermitencia en la industria del espectáculo constituye actualmente, una forma paradigmática del trabajo en general.
El gobierno francés planteó acabar con este estatuto en 2004, lo que desencadenó un movimiento social de protesta que incluyó la producción de reflexión teórica, en la que colaboró Moulier Boutang.
9 Según Boutang, "la genialidad de Marx y Engels no se dio por haber estudiado la población trabajadora más numerosa en Inglaterra (los trabajadores domésticos que se contaban por millones), sino los 250.000 obreros de las fábricas de Manchester."
Comentarios
Escrito por: Aguirregomozcorta.2007/08/31 19:07:35.965000 GMT+2
No pretendo hacer un análisis sociológico, sino la reseña apretada de un libro que recurre a argumentaciones económicas, sociológicas y, por qué no, filosóficas (que no teológicas). En cuanto a confundir lo productivo y lo social, efectivamente, ésa es la premisa de la que parte el autor, con la que estoy de acuerdo. Lo productivo tiende a identificarse cada vez más con lo social. Los ejemplos de Wikipedia, Youtube o Google son los más evidentes, por el fuerte componente inmaterial que implican.
Para evitar malentendidos, la cooperación social -productiva, sí- no se reduce a la producción de programas informáticos, o a la participación interactiva en internet. Esto vale también para algo tan terrenal como la producción agrícola de El Ejido, que, como se ha estudiado en otra parte, incorpora elementos del capitalismo cognitivo (tejido industrial descentralizado de microexplotaciones que inicialmente se apoyó en explotaciones familiares, luego en la explotación del trabajo inmigrante; producción a pedido just-in-time).
Otra cosa es que esta cooperación social tenga traducción monetaria, o salarial. Y no la tiene. A un programador informático profesional se le pagará un salario por participar en la elaboración de un programa, pero no por el conjunto de relaciones sociales -incluyendo su conexión vía internet a otras miles de personas que aportan saberes y conocimientos- que le permiten realizar su trabajo. Esa multiplicidad de interacciones sociales son hoy decisivas, aunque no tenga su traducción en un salario. Por eso para Boutang la producción real de riqueza se da en la cooperación social.
Subrayo además la noción de tendencia porque el autor lo que está planteando es una hipótesis a partir de la acumulación de indicios disponibles (que se han multiplicado en los últimos años), y por la inadecuación creciente de viejos conceptos del capitalismo industrial. El concepto de red, más que un objeto empírico, viene a ser una forma de ver las cosas. Una aspiración política también, frente a jerarquías y autoritarismos.
En cualquier caso, se puede hacer buena Teología con categorías tan habituales y al mismo tiempo tan desprestigiadas como la de Producto Interior Bruto (que se haya tenido que complementar con índices como el de Desarrollo Humano no es casualidad), la de Desarrollo Sostenible, o mejor, la del individuo racional aislado de la sociedad, fundamento de la economía liberal, completamente inexistente en la realidad. Por no hablar de ese compendio de virtudes teológicas que es el Estado.
Escrito por: Samuel.2007/08/31 22:04:2.934000 GMT+2
http://www.javierortiz.net/voz/samuel