"El pueblo es el gran desconocido"
Omar Robert Hamilton, cineasta egipcio. 10 de julio de 2013, Mada Masr
Egipto lleva ya más de tres años de revolución, término que allí ha venido alejándose de su acepción restringida de insurrección para acercarse a otras más radicales. Las históricas manifestaciones del 30 de junio fueron aún más multitudinarias que las de finales de enero de 2011. Ninguna de las revueltas populares que se vienen sucediendo en los últimos años en diversas partes del mundo iguala lo que allí está sucediendo. Al exigir la destitución del presidente electo Mohamed Morsi, millones de egipcios rompieron en pedazos el guión de lo que debería ser una transición según los cánones de la ortodoxia política liberal: gobierno provisional, convocatoria de elecciones, reforma o nueva constitución, gobierno legitimado por las urnas y ungido por las instituciones financieras internacionales, progresiva desmovilización de las multitudes. La tragedia de Morsi, y la de los Hermanos Musulmanes, consiste en haber llegado demasiado tarde y haberse aferrado a la representatividad para llevar a cabo su programa identitario y conservador en un momento en que las multitudes insisten en que aquélla no es suficiente. En este sentido, podría decirse que ha dejado perder una oportunidad histórica.
Este contexto revolucionario, el continuado enfrentamiento popular contra la fachada visible del Estado (la columna vertebral del mismo continúa siendo el ejército), es la diferencia fundamental entre el golpe de estado "preventivo" de 11 de enero de 1992 en Argelia y golpe el realizado el 3 de julio de 2013 por los militares egipcios. A diferencia de Argelia, en Egipto el golpe se produjo además tras un año de gobierno de los islamistas. Esta es también la razón por la cual todavía es posible evitar el abismo.
Las protestas nunca remitieron del todo tras la caída de Hosni Mubarak, pero en los meses que precedieron al derrocamiento de Morsi Egipto vivió una de las mayores oleadas de huelgas (organizadas al margen de los sindicatos oficiales) y manifestaciones que ha conocido, con participación de un amplio espectro social.
Tipos de protesta producidas en 2012, según el Centro Egipcio por los derechos sociales y económicos (ECESR). Clicar para ampliar.
Hay que tener en cuenta que muchas personas habían votado a Morsi como mal menor, para evitar que saliera elegido Ahmed Shafik, un hombre de Mubarak (Morsi obtuvo 13 millones de votos en la segunda vuelta, pero 5,7 millones en la primera). Aunque las motivaciones son plurales y varían según los grupos, en el rechazo al gobierno de los ikhwan (término empleado para referirse a los Hermanos Musulmanes) predominaron las mismos agravios que provocaron las movilizaciones contra Mubarak, que suelen resumirse en "pan, libertad y justicia social". Como dice el periodista y activista egipcio Hossam El-Hamalawy, el gobierno de Morsi "era todavía el régimen de Mubarak que había decidido dejar una parte del pastel a los islamistas. Los militares pensaron que los islamistas eran los que podían estabilizar las calles", mediante el apaciguamiento de los suyos y la represión de los demás. El periodista Wael Gamal habla de una "alianza entre las fuerzas del viejo Estado en Egipto - que incluye al ejército (...)- y varios empresarios, entre los cuales había hombres del antiguo régimen. (...) El gobierno de los Hermanos Musulmanes fue uno en el cual se produjo un golpe contra las demandas socioeconómicas de la Revolución del 25 de enero". El Proyecto de Investigación e Información del Medio Oriente (MERIP) lo sintetizó muy bien en un excelente editorial:
"ellos [los Hermanos Musulmanes] nunca intentaron desmantelar la policía de la era Mubarak, y en su lugar cerraron sórdidos acuerdos con el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas [SCAF, en inglés] y los diversos servicios secretos. Ni la libertad ni otras peticiones revolucionarias fueron abordadas - no hubo más pan que con Mubarak y desde luego no hubo más justicia social. De hecho, los Hermanos Musulmanes no tenían más ideas económicas que las que heredaron de los gabinetes neoliberales de Mubarak. Continuaron con el desmantelamiento del Estado del Bienestar de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el capital global.
En el Parlamento, los Hermanos Musulmanes [N. del T.: por medio del Partido Libertad y Justicia] aniquilaron la legislación que podría haber introducido una fiscalidad más progresiva. Rechazaron un borrador de reforma laboral que hubiera garantizado el derecho a formar sindicatos independientes mediante elecciones libres en los lugares de trabajo. En su lugar, propusieron “regular” las huelgas y se alinearon con los empresarios en los paros laborales ilegales que persistieron tras la expulsión de Mubarak. (...) Los Hermanos Musulmanes obstaculizaron la demanda popular de “impago de la deuda” del Estado egipcio debido al carácter "odioso" de gran parte de la misma, es decir, que deriva de préstamos malversados para apuntalar el aparato represivo. El gobierno de Morsi ignoró una orden judicial que exigía la revocación de varias subastas de empresas públicas a precios vergonzosamente bajos y realizadas sin licitaciones verdaderamente competitivas. Retocaron el Plan "Cairo 2050” que, entre otras cosas, propone expulsar a los residentes pobres de zonas de alto potencial inmobiliario en la capital con el fin de dar paso a hoteles de cinco estrellas. Semejantes planes se encontraron con la oposición enérgica de las comunidades."
A lo que hay que añadir la apresurada aprobación de una constitución elaborada desde arriba y que fue refrendada por apenas una quinta parte de los egipcios. Esto no quiere decir que las relaciones entre ejército e ikhwan no fueran precarias, y de hecho determinados sectores del bloque de poder no dudaron en poner palos en las ruedas al gobierno de Morsi. Cuando en las últimas semanas quedó claro que los islamistas ya no podían controlar la situación, entonces el ejército y determinados sectores económicos asociados al mismo amenazaron con romper la alianza con Mohamed Morsi, en el caso de que las movilizaciones fueran de una gran magnitud. En realidad fueron aún mayores de lo esperado, pero en sí mismas las protestas no cogieron a los militares por sorpresa. Habían sido anunciadas desde abril con la impresionante campaña descentralizada online y sobre todo offline denominada Tamrud/Tamarrod ("rebelión"), que va mucho más allá de sus "portavoces" conocidos. Por ejemplo, el movimiento obrero egipcio se implicó de lleno. La pretensión de que algunos de los iniciadores de Tamarrod "representan" de algún modo a las multitudes equivale a decir que la asociación Democracia Real Ya representa al 15M. Que responsables del antiguo régimen se hayan apuntado de manera oportunista y puntual al carro de la insurrección popular -que no es lo mismo que decir que la hayan orquestado- da una idea tanto de su fuerza como de los riesgos inherentes a cualquier proceso de ruptura.
¿Y ahora qué? El ejército trata de recomponer la legitimidad del Estado egipcio concentrando todos los males en el breve gobierno de los Hermanos Musulmanes (no en sus políticas continuistas) y jugando la carta nacionalista. Ya antes del 30 de junio, escribe Ola Galal,
"la mayoría de los canales privados por satélite estuvieron subrayando la superioridad de la nación egipcia y su pueblo, la valorización del Estado y de sus instituciones -especialmente el ejército y la policía- y la demonización de un enemigo, los miembros de los Hermanos Musulmanes, que amenazaban al Estado nación."
Este nacionalismo va de la mano de dos amistades peligrosas. Por un lado, un discurso xenófobo, con sirios y palestinos en el papel de chivos expiatorios, por su asociación simbólica con el islamismo de los Hermanos Musulmanes (los rebeldes islamistas, en el caso sirio; Hamás, en el caso palestino), que vuelve a ser reprimido como antaño. Desde el 3 de julio, un centenar de personas ha muerto en enfrentamientos entre partidarios armados de Morsi y detractores, pero también a manos del ejército y policía. Muchas de las víctimas son simpatizantes del depuesto presidente, sobre todo tras la masacre cometida frente al cuartel de la guardia republicana el pasado 8 de julio. Por otro lado, un discurso antiterrorista, que en parte se mezcla con el anterior y con tendencia a expandirse. La combinación de ambos tiende a degradar a los simpatizantes de los Hermanos Musulmanes, cerrando la puerta a todo diálogo o negociación, por ser menos egipcios y terroristas, lo que a su vez abre la vía de una represión indiscriminada.
Es decir, las elites político-económicas intentan subsumir simbólicamente la revolución de 2011 en una versión tecnocrático-neoliberal de la "revolución" nasseriana "desde arriba" de 1952, depurada de veleidades panarabistas o tercermundistas. Por este motivo pretenden ampliar la representatividad. Así, el nuevo gobierno interino bajo la presidencia de Adly Mansour pretende ser una suma de identidades predefinidas, cada una con su ministerio: liberales, conservadores, socialdemócratas, sindicalistas, felul (burócratas de Mubarak - otra vez), coptos, tres mujeres para que no se diga... aunque finalmente ningún joven y ningún salafista (pese apoyar el golpe, Al Nour rechazó participar en el gobierno). Identidades que se subsumen en la superior identidad de la "milenaria nación egipcia". La continuidad del llamado Estado profundo queda de manifiesto en el hecho de que varios ministros del gobierno Morsi repiten cargo, y en particular el ministro de defensa Abdul Fatah Al Sisi y el de interior.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los egipcios es la que expresó su descontento por la situación social y económica. Retomando a Wael Gamal, "las fuerzas sociales que representan estas demandas constituyen el sector más amplio que existe hoy. Son ellas a las que hay que reconocer el 25 de enero, lo que vino después, con el amplio movimiento de huelgas, y finalmente el 30 de junio." (...) "Hay, sin embargo, un problema de representación política de este sector. No tiene ningún peso en los acuerdos de transición que se están haciendo."
De este modo volvemos a las tensiones en torno a la identidad y la representación. Si los principales contendientes organizados defienden una legitimidad basada en aquéllas, el proceso revolucionario tiende por el contrario a la proliferación de las diferencias y a la irrepresentabilidad. Ambas cuestiones continúan, por medio de una guerra de números, en el centro de la batalla política entre los Hermanos Musulmanes y la heterogénea coalición de fuerzas que lo derrocó, especialmente el ejército. Los primeros esgrimen los millones de votos que obtuvieron en las elecciones presidenciales y legislativas. Los segundos, los millones de firmas recogidas por Tamarrod y los millones de manifestantes que concurrieron el 30 de junio, con cifras probablemente infladas pero en todo caso masivas y equivalentes a los sufragios recibidos por Morsi y el PLJ. Así se entiende la convocatoria realizada por el general Al Sisi, verdadero hombre fuerte del gobierno, para este viernes 26 de julio: "Insto a todos los egipcios honrados a salir a la calle el viernes para otorgarme un mandato para terminar con la violencia y el terrorismo". Caras conocidas de Tamarrod lo apoyan. Mientras, los Hermanos Musulmanes han respondido que millones de los suyos saldrán a las calles y se unirán a los que ya protagonizan sentadas en la plaza Nahda y otros lugares. Queda por ver si el llamamiento de Sisi es el inicio de una "guerra popular contra el terrorismo", que incluiría estrategias de la tensión y prácticas de guerra sucia basadas en la organización de milicias o comités de autodefensa o si simplemente es una táctica política para preservar la existencia de un gabinete dividido y frágil.
La intervención del ejército, garante armado de los acuerdos de Camp David con Israel y de un corrupto régimen cleptocrático sostenido mediante el endeudamiento externo (FMI, monarquías del Golfo Pérsico) tiene esta peligrosa ambivalencia. Su misión es evidentemente contrarrevolucionaria, en la más genuina tradición gatopardiana: cambiar todo para que lo esencial siga igual. Pero al mismo tiempo amplios sectores -no todos- de las multitudes egipcias no han tenido reparos en que intervenga para conseguir la remoción de dos presidentes -Hosni Mubarak y Mohamed Morsi- sin que por ello el país se haya vuelto "gobernable".
Son muchos los interrogantes que continúan abiertos en el convulso proceso egipcio. Algunos de ellos tienen mucho que ver con preguntas parecidas que se están planteando actualmente en otros países y regiones. Por ejemplo, la sempiterna discusión sobre la organización, entre el movimiento y el partido. No hay que olvidar que los Hermanos Musulmanes constituyen el movimiento político más antiguo y mejor organizado de Egipto, lo que facilitó su acceso al control del Estado mediante el PLJ, creado poco antes de las elecciones post-Mubarak. De poco le sirvió, toda vez que privilegió el compromiso con sus antiguos oponentes a cambio de dejar de lado el impulso del 25 de enero. ¿Hubiese sido distinto de haber ganado las elecciones una fuerza articulada de las izquierdas seculares? Difícil saberlo, pero podemos aventurar que podría haber conocido un destino similar de haber tratado de acomodar una determinada identidad política en las estructuras existentes, a costa del calor de la calle.
De momento, la revolución egipcia sigue abierta, tras haber pulverizado el viejo debate entre lealtades árabes, egipcias o islámicas, en medio de una crisis global de la gobernanza neoliberal. Aquí he apuntado algunos elementos para intentar comprender, pero reconozco que se me escapan muchos más, por no tener conocimientos de árabe. Las fuentes egipcias en las que me he basado son personas cosmopolitas que dominan el inglés y se insertan en una peculiar intersección entre lo global y lo local en esa ciudad global que es El Cairo. Para completar el cuadro habría que escarbar más, perderse en las callejuelas , en los cafés y en las mezquitas. Más allá de Tahrir.
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Escrito por: dr xray.2013/08/27 03:42:0.583000 GMT+2