La rutina tecnocrática de las instituciones europeas se vio bruscamente interrumpida hace unos días por un hecho insólito. La vicepresidenta de la Comisión Europea y comisaria de Justicia, Derechos Fundamentales y Ciudadanía,
Viviane Reding, visiblemente enojada, mostró su contrariedad con el gobierno francés a propósito de las deportaciones colectivas de gitanos de origen rumano y búlgaro, ciudadanos de la Unión Europea. Y encima en inglés. Por dos motivos. En primer lugar, por las trapacerías del gobierno de Nicolas Sarkozy, que había ocultado la existencia de una
circular interna, de
5 de agosto de 2010, firmada (y luego corregida) por el jefe de gabinete del Ministro del Interior Brice Hortefeux, Michel Bart. En dicha circular -que se filtró a los medios- se especificaba que el presidente "
había fijado objetivos precisos (...)
para la evacuación de los campamentos ilícitos (...),
de manera prioritaria los de los romaníes", lo cual es claramente discriminatorio. En segundo lugar, por las declaraciones del secretario de Estado de Asuntos Europeos
Pierre Lellouche (el López Garrido francés), que aseguró que en Francia no es la Comisión Europea la encargada de velar por el cumplimiento de los Tratados, sino "el pueblo francés", exabrupto que entra en abierta contradicción con lo que establecen dichas normas. Añado que la semana anterior la Comisión Barroso había sido seriamente criticada en el asunto de la deportación de los gitanos por una mayoría de eurodiputados en el Parlamento Europeo, que aprobó una moción, con el voto en contra del Partido Popular Europeo, en la que se denunciaba la política de Nicolas Sarkozy.
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