A propósito de las elecciones provinciales celebradas en Iraq el pasado 31 de enero, la prensa ha destacado la mejora relativa de la seguridad en el país, especialmente en Bagdad. Pese a las carencias, las elecciones habrían supuesto -esta vez sí- un paso decisivo hacia la estabilización de Iraq, con la participación política de todas las fuerzas políticas, incluyendo las suníes que boicotearon los comicios anteriores en 2005. El refuerzo de la figura del primer ministro Nuri Al-Maliki dentro de su partido, el islamista (han leído bien) al-Dawa, el hundimiento electoral del Consejo Suprema Islámico de Iraq, y el mutismo de los sadristas, cuyas milicias han estado implicada en horribles matanzas, son resultados que invitarían al optimismo. La violencia persiste aunque ciertamente no con la intensidad de años pasados y la insurgencia parece condenada a ser cada vez más residual.
Cabría esperar que este relato aséptico y telegráfico, desprovisto de emoción, reflejara con cierto rigor la situación de Iraq. Pero me temo que no es así. Muchos análisis serios, artículos de opinión, blogs críticos con la ocupación, adoptan una actitud que oscila entre el informe tecnocrático y la ironía -cuando no el cinismo- a cuenta de la gestión estadounidense. La responsabilidad de Estados Unidos se limitaría a haber abierto la caja de pandora y no haber podido o sabido controlar los demonios que se han escapado. Se asume que el ocupante ha tenido voluntad para hacerlo: la violencia sectaria, los desplazados, la destrucción de la infraestructura física y social del país son consecuencias no deseadas de una mala política. Nos encontramos, pues, con un ocupante torpe que actúa de buena fe y unos subordinados salvajes y sanguinarios cuyos excesos cuesta controlar.
Pareciera como si la crítica versara únicamente sobre la eficacia de la gobernanza en Iraq. Los hechos consumados sobre los que se basa, sus fines y los sujetos de la misma, son incuestionables y no suscita ningún compromiso moral. Las cifras, terribles en el país mesopotámico (John Tirman, del MIT, habla de "un millón de muertos, 4,5 millones de desplazados, entre uno y dos millones de viudas y cinco millones de huérfanos" para un país de 27-29 millones de habitantes, según las fuentes), forman parte del decorado, pero sin una correcta contextualización apenas dicen nada. El fetichismo electoral describe un espectáculo donde se mueven los actores, un teatro de sombras chinescas donde lo sustancial permanece en penumbra.
Una persona que sabe de lo que habla y que ha hecho un esfuerzo notable, desde el dolor y la indignación, por explicar lo que sucede en Iraq es Carlos Varea, de la Campaña Estatal contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq (CEOSI). Carlos Varea, junto con muchos otros, ha contribuido a la edición del libro "Iraq bajo ocupación: destrucción de la identidad y la memoria", que acaba de publicarse en España. Del capítulo que ha escrito, "Muerte y éxodo: la ocupación y la violencia sectaria en Iraq", se han colgado extractos en la web, algunos de los cuales incluyo en esta entrada. Lo que cuenta cuestiona las supuestas bondades de la pacificación de Iraq (los subrayados son míos). Y atribuye al ocupante una responsabilidad más acorde con su papel, pero también por ello aún más terrible:
Refugiados
"La ocupación de Iraq ha generado la mayor y más rápida crisis mundial de refugiados de las últimas décadas. Según Naciones Unidas, el reciente incremento mundial registrado en número de personas refugiadas y desplazadas [en 2008] se debe a la crisis que asola Iraq. Iraq es hoy en día el país con mayor número de personas que se han visto forzadas a abandonar su hogar, casi cinco millones en total, según las cifras más conservadoras. Las más recientes —siempre aproximadas— elevan hasta 2,77 millones el número de desplazados internos iraquíes y a una cifra ligeramente inferior —2,2 millones— la de aquellas personas que han buscado refugio en el exterior de Iraq. Con una población de 26,8 millones de ciudadanos, Iraq es asimismo el país con mayor tasa de refugiados y desplazados del mundo: casi el 18 por 100 de sus habitantes han perdido su hogar. [...] De nuevo, según las estimaciones más recientes —y ponderadas— del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Iraq asume el 17,5 por 100 de todos los refugiados y desplazados del planeta, cifrados en 2008 por el organismo internacional en 27,4 millones de seres humanos".
[...]
"Todas las provincias de la geografía iraquí han generado refugiados y desplazados y acogen desplazados internos, pero es la provincia de Bagdad la que ocupa el primer lugar en los movimientos forzados de población, sobre todo en los últimos años, incluido 2008. Las causas del desplazamiento interno de la población iraquí (como las del éxodo hacia exterior) han ido sucediéndose, entrelazándose y retroalimentándose: los operativos militares de los ocupantes y la destrucción sistemática de las infraestructuras; el deterioro de las condiciones básicas de vida de la población debido al colapso del Estado, la inseguridad, la rampante corrupción y el afianzamiento de mafias locales; y, finalmente, la violencia, genéricamente calificada como “sectaria” pero que responde a claves políticas de control del territorio y que esencialmente ha sido desarrollada a partir de 2005 por servicios de seguridad, milicias y escuadrones de la muerte vinculados todos ellos a las formaciones que integran el gobierno iraquí y, por ende, en menor o mayor medida, a los ocupantes. "
[…]
"[Se estima que menos de un 5 por ciento de los refugiados iraquíes ha retornado a su país en 2008. Los refugiados en el exterior no han podido votar en las elecciones locales de febrero de 2008, y la estimación del número de desplazados internos que han podido hacerlo es incierta, pero no sería superior a la mitad de los potenciales votantes.]"
La violencia sectaria
"La batalla por Bagdad más que sectaria ha sido política y social, con perfiles que permiten intuir que la lógica de sus promotores respondía a la determinación de erradicar segmentos poblacionales —independientemente de su adscripción comunitaria— opuestos a la ocupación y a su proyecto de normalización política interna. Así, las víctimas no han sido sólo los miembros de determinadas comunidades religiosas, sino los sectores secularizados de la sociedad, sus intelectuales y profesionales, al igual que los dirigentes y activistas de las organizaciones civiles y políticas del campo anti-ocupación. […] La dimensión de la actuación de las milicias, grupos parapoliciales y escuadrones de la muerte vinculados al gobierno iraquí e indirectamente a las tropas de ocupación ha sido por tanto de gran calado estratégico y limita —quizás ya de manera irreversible— la capacidad interna de reconstrucción y normalización de Iraq en cualquiera de sus aspectos, algo que los 13 años de sanciones económicas no habían logrado.
De igual manera que se ha considerado a la comunidad shií la principal víctima de la violencia sectaria, la percepción internacional ha eludido el hecho de que los nuevos cuerpos de seguridad iraquíes —la Guardia Nacional (el ejército) y la policía, con hasta 480.000 efectivos en 2008—, establecidos tras los edictos de desbaazificación y disolución de los cuerpos de seguridad promulgados por la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), lo fueron a partir, esencialmente, de las milicias shiíes y kurdas de los partidos vinculados a los ocupantes, lo cual determinó desde un primer momento que su actuación fuera fundamentalmente sectaria y estuviera encaminada a lograr claros objetivos estratégicos. En concreto, la Organización Badr —brazo armado del poderoso Consejo Supremo Islámico de Iraq [con anterioridad a 2007, Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Iraq] de Abdul Aziz al-Hakim, muy vinculado a Irán— utilizó los cuerpos especiales de la nueva policía para llevar adelante una temprana guerra sucia contra comunidades religiosas distintas de la shií y contra el campo asociativo civil anti-ocupación."
[…]
"Así, “a comienzos de 2006 las milicias han llegado a ser una grave amenaza prácticamente en todas las provincias, ciudades y zonas donde la resistencia tiene una presencia limitada”. Ya antes del verano de ese mismo año, mandos militares estadounidenses en Iraq reconocían que la violencia sectaria y social desarrollada por los paramilitares de filiación confesional shií estaba causando nueve veces más víctimas que los atentados con coches-bomba atribuidos a la red de Al-Qaeda en Iraq. […] Según el informe de la UNAMI para el período de 1 de julio a 31 de agosto de 2006, el número de muertes de civiles en todo el país había alcanzado la cifra récord de 100 diarias, un número sin duda muy inferior al real. De ellos, al menos 60 al día eran hallados en Bagdad, y en un 90 por 100 de los casos mostraban signos de haber sido torturados antes de ser ejecutados mediante disparos en la cabeza, por estrangulamiento o a golpes, con las manos atadas y los ojos arrancados, la dantesca marca de los escuadrones de la muerte. "
[…]
El incremento de tropas ("Surge")
"Con tal panorama, al concluir 2006 los máximos mandos militares de Estados Unidos dieron por fin su visto bueno a un nuevo incremento de tropas en Iraq (entonces, 140.000 soldados), respaldando así, aunque a regañadientes, el plan del presidente Bush de relanzar la guerra en la capital y en su periferia oeste y norte. […] Oficialmente, el incremento de tropas en Iraq tenía como objetivo poner punto final a la violencia sectaria que había afectado esencialmente a la capital, una limpieza étnica y social que durante 2005 y 2006 habían desarrollado impunemente, ante las tropas estadounidenses, los escuadrones de la muerte asociados a las formaciones del gobierno de al-Maliki y sus nuevos cuerpos de seguridad, un hecho del dominio público. Pero desde los primeros combates desarrollados en Bagdad en enero quedó claro que las tropas de ocupación tenían como objetivo cercar y aislar los barrios que aún estaban fuera del dominio de las milicias paragubernamentales, es decir, culminar la fragmentación sectaria de la capital y el aislamiento de su periferia, de muy fuerte implantación resistente. El despliegue de los nuevos contingentes de tropas de Estados Unidos en Bagdad fue acompañado del anuncio del fin de las operaciones armadas en la capital por parte de la milicia de as-Sáder, el Ejército del Mahdi, el principal actor del terrible remonte de asesinatos sectarios y selectivos del anterior año y medio en la ciudad. […] Hasta la reanudación en abril de 2008 de los combates en Basora y en otras ciudades del centro y sur, y en la capital, la prolongación de la tregua de as-Sáder otorgó al primer ministro al-Maliki y a las tropas de ocupación un respiro en la escalada de violencia sectaria que permitió al Pentágono centrar su mortífera actuación en los barrios resistentes de la capital y al presidente Bush presentar su nueva estrategia de incremento de tropas como un éxito.
El balance de lo que al inicio de 2007 se denominó la “Nueva batalla por Bagdad” es ambiguo. Ciertamente, en 2007 y 2008 hubo una discreta reducción de los asesinatos sectarios en la capital respecto a 2006, si bien siguieron apareciendo cadáveres con signos de tortura, según testimonios de responsables hospitalarios de la capital. Sin embargo, la reducción del número de asesinatos en Bagdad se debió esencialmente a que ya a comienzos de 2007 Bagdad estaba segmentada en cantones que redistribuían a las comunidades sunníes y shiíes en uno y otro margen del río Tigris. Bagdad estaba entonces ya en sus tres cuartas bajo control de fuerzas de filiación confesional shií, ya fueran paramilitares o fuerzas de seguridad asociadas a las tropas estadounidenses: “En algunos lugares de mayoría shií, como en el barrio de Hurriyah, situado al noroeste de la capital, la lucha ha cesado simplemente porque ya no hay, literalmente, más sunníes a los que asesinar”.
La mejora de la seguridad en la capital, que ocupantes y autoridades iraquíes pregonan, se ha logrado gracias al terror y al incremento en el número de desplazados a lo largo de 2007 y en los primeros meses de 2008. En agosto de 2007, el Creciente Rojo Iraquí señalaba que el aumento de tropas de Estados Unidos y la reactivación de la actividad militar en la capital (el Pentágono multiplicó por cinco los bombardeos aéreos en 2007) habían determinado que desde febrero de ese año y hasta ese mes el número de desplazados se hubiera duplicado, alcanzando una media de 100.000 al mes. Avanzado el año, de nuevo el Creciente Rojo Iraquí informaba que tan solo en septiembre casi 370.000 iraquíes se habían visto forzados a abandonar sus hogares, y en octubre al menos otros 100.000, la mayoría de ellos, nuevamente, habitantes de Bagdad, convertida en una ciudad fantasma. En 2007 y 2008, como ya ocurriera al comienzo de la ocupación de Iraq, el desplazamiento masivo de población se debió esencialmente a la actuación de las fuerzas de ocupación y no a la denominada violencia sectaria, la cual, en una nítida secuencia, sirvió a los mandos militares de Estados Unidos para poder afianzar su dominio sobre la capital y lanzar su nueva ofensiva. "
Sí, podemos encontrar mucha paz en los cementerios. Un gran periodista que ha regresado a Iraq para conocer de primera mano su situación actual, Dhar Jamail, se preguntaba hace unos días:
"¿Se está más protegido? ¿Hay más seguridad?
Es difícil de decir en un lugar cuya capital está esencialmente cerrada y las condiciones imperantes son una muestra de un Estado policial. Tenemos un Estado en Iraq en el que el gobierno ejerce un rígido y represivo control sobre la vida social (no se permiten manifestaciones no autorizadas, hay toque de queda, muros de cemento en torno a la capital), económica (véase las 100 Órdenes Bremer aprobadas bajo la Autoridades Provisionales de la Coalición, todas ellas las leyes clave sobre el control económico y todavía vigentes) y política de los ciudadanos.
Por definición, un Estado policial muestra elementos de totalitarismo y de control social y en el Iraq de hoy tenemos multitud de ejemplos de ambos. "
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