Izquierda: fotograma de la película "Inocencia de los musulmanes", representando a un Mahoma ensangrentado y amenazante. Derecha: caricatura antisemita publicada en la revista austríaca Kikeriki durante la década de 1930, que muestra al pueblo judío como un vampiro que devora el mundo.
Quien haya visto el vídeo "Inocencia de los musulmanes" habrá comprobado que no se limita a denigrar al profeta Mahoma, sino que esto lo usa como fundamento para tratar a los musulmanes en general, y a los árabes musulmanes en particular, como asesinos y terroristas. Una de las primeras versiones del mediocre vídeo incluía un anuncio convocando un "juicio internacional a Mahoma" para el 11 de septiembre. La intencionalidad del montaje final del vídeo, producido al parecer por un egipcio cristiano copto residente en Estados Unidos, es claramente islamófoba y sectaria. En él los problemas reales que pueda tener la comunidad copta de Egipto pasan por el filtro fundamentalista y racista de la derecha protestante y judía estadounidense.
A partir de ahí, su difusión mundial ha venido determinada por el uso político que le han venido dando grupos de diferentes corrientes islamistas en sus respectivos contextos locales -sobredeterminados por el tradicional intervencionismo estadounidense-, por la reacción de sus seguidores y finalmente por el no tan velado discurso islamófobo que ha construido buena parte de la prensa occidental, en una espiral de retroalimentación.
La chispa prendió inicialmente en Egipto. La cadena de televisión privada ultraconservadora Al Nas TV difundió en septiembre extractos del mismo y su incendiario tertuliano Khaled Abdullah denunció a los cristianos coptos de la diáspora como instigadores de la división sectaria. Días más tarde una coalición salafista convocó una manifestación frente a la Embajada de los Estados Unidos en El Cairo. A la manifestación no solo fueron salafistas, sino también algunos coptos, incluyendo la hermana de Mina Daniel, bloguero y periodista muerto en octubre de 2011 durante los enfrentamientos entre el ejército egipcio y manifestantes coptos. También acudieron miembros de los Ultras, violentos hinchas de fútbol que protagonizaron duros enfrentamientos con policía y ejército durante la revolución egipcia y que reclaman que se depuren responsabilidades por la matanza del estadio de Port Said del pasado mes de febrero. Fueron Ultras los que se jactaron de haberse subido al muro de la Embajada y haber arrancado la bandera estadounidense. No olvidemos que Estados Unidos fue el principal valedor de la dictadura de Hosni Mubarak y del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que le sucedió hasta junio de este año, no sin antes asegurarse un nuevo paquete de ayuda militar por valor de 1.300 millones de dólares. En Egipto Estados Unidos es política interior.
En Libia las protestas condujeron al asalto del consulado de Bengasi donde se encontraba el embajador estadounidense Christopher Stevens, que murió asesinado junto con otros tres funcionarios. En este caso fueron hombres armados -entre cincuenta o cuatrocientos, según las fuentes- pertenecientes a una de las milicias que proliferan en el país -y que el gobierno no puede controlar- los que se unieron a los manifestantes para asaltar el consulado con armamento pesado, en un ataque preparado de antemano. De nuevo aquí parecen pesar otros agravios que los estrictamente religiosos. La relación de los islamistas libios con los estadounidenses nunca dejó de ser tirante, a pesar del apoyo recibido en la guerra de 2011. Islamistas libios combatieron contra Estados Unidos en Iraq y fue el gobierno estadounidense el que entregó insurgentes islamistas a Gadafi para su posterior tortura y reclusión. Por cierto, el 17 de febrero de 2006 Gadafi también reprimió, provocando once muertos, una manifestación contra la exhibición en televisión de una caricatura de Mahoman por parte del entonces ministro italiano Roberto Calderoli. En fin, la semana anterior a la muerte del embajador norteamericano el consulado de Bengasi ya había sufrido un ataque en represalia por la muerte de Abu Yahya Al Libi en Waziristán (Pakistán) provocada por un dron estadounidense. El asalto fue en este sentido una expresión de fuerza.
Así pues, las protestas más violentas se han producido en países con un historial reciente de regímenes dictatoriales, rebeliones populares -ocasionalmente armadas- y donde ha habido intervenciones directas o indirectas de los Estados Unidos. Por ejemplo, en Pakistán o Yemen, países en los que los drones (aviones no tripulados) estadounidenses han matado a más de 3.000 y 1.000 personas respectivamente en la última década, una barbaridad que nunca es portada en nuestros medios. En Yemen, cientos de manifestantes -esta vez muy jóvenes- se manifestaron frente a la embajada, quemando coches diplomáticos, escalando el muro y atravesando el perímetro de seguridad. La descripción realizada por los vecinos nos recuerda a los disturbios londinenses del año pasado. Quien quiera que haya visitado un país calificado como "sensible" con una embajada estadounidense habrá podido comprobar lo difícil que resulta realizar una acción así. El perímetro de seguridad suele estar compuesto por muros elevados y gruesos, con postes de vigilancia y cámaras, rodeado por fuerzas de seguridad. Escalarlo o atravesarlo representa todo un desafío. Y la embajada estadounidense en Yemen es una de las mayores fortalezas. Todo apunta a que la policía yemení por lo menos dejó hacer. Lo cual dice mucho de la fragilidad de la posición política de los Estados Unidos en ese área. Sus tradicionales clientes ya no son tan fiables.
Salvo excepciones, las protestas frente o contra las embajadas estadounidenses aunque espectaculares no han sido masivas, lo que obliga a revisar todas las tonterías que se están escribiendo sobre la "sensibilidad musulmana". No ha habido protestas relevantes en Estados Unidos, ni en un lugar tan afectado por la violencia como Nigeria, y han sido marginales en Europa o en países como Indonesia (véase el mapa publicado en The Atlantic). Son muchos los musulmanes que rechazan la representatividad que se arrogan los islamistas o salafistas para hablar en su nombre, menos aún cuando estos son financiados desde la dictadura wahhabita de Arabia Saudí. O la misma expresión "mundo musulmán", tan empleada por la prensa. La antropóloga Sarah Kendzior escribió hace poco:
"Ya es hora de retirar la frase "mundo musulmán" de los medios occidentales. Al emplear la frase de la manera descrita se desprecia no solo la historia y la política, sino una apreciación correcta de los eventos contemporáneos. Las protestas que han tenido lugar por todo el mundo varían en escala e intensidad, en la voluntad de sus participantes de usar la violencia o no o en sus razones. Ni la mayoría del "mundo musulmán" participó en estas protestas, ni todos los musulmanes que protestaron contra el vídeo propugnaron el derramamiento de sangre que tuvo lugar en Libia."En realidad, las diferentes protestas que hemos visto forman parte de la lucha por el poder en países que pasan por procesos de fuerte transformación política. Ejemplos evidentes son Túnez o Sudán. O el Líbano, donde el impacto de la crisis siria sigue siendo difícil de calcular. Allí el líder chií de Hezbollah Hassan Nasrallah convocó también manifestaciones contra Estados Unidos -no contra los cristianos- por permitir la difusión del vídeo. Difícil de separar estas declaraciones de las tensiones geopolíticas de la región y la arriesgada apuesta de Nasrallah al apoyar abiertamente a Bashar al Assad. En cuanto al salafismo norteafricano, este no está exento de cambios y contradicciones, y la participación en el juego electoral (hasta hace muy poco impensable) en Túnez o Egipto es muestra de ello.
Así las cosas, las referencias a la "ira musulmana", sin más, como hace la revista Newsweek, ridiculizada con razón por miles de tuiteros musulmanes de todo el mundo, no destilan otra cosa que racismo. El énfasis se pone exclusivamente en la religión, obviando la carga política subyacente, que es mucha, como acabo de resumir. ¿Quiere esto decir que por este motivo no se puede criticar o hacer mofa del Islam, como asegura el oportunista Stéphane Charbonnier, director de la revista Charlie Hebdo? Por supuesto que sí, lo que no impide que también pueda haber gente que se oponga. ¿Debe prohibirse la blasfemia, como sugieren los más reaccionarios? Por supuesto que no. Lo que todo esto quiere decir es que el debate está mal planteado, del mismo modo que en los años 20 o 30 del pasado siglo el debate no era la libertad de los caricaturistas antisemitas o la susceptibilidad de los judíos. Por eso conviene aclarar algunas cosas, que suelen entremezclarse y no siempre para bien:
a) Cogitationis poenam nemo patitur, el pensamiento no delinque, y personalmente pienso que su expresión tampoco, incluso aunque se trate del escarnio de una determinada comunidad como en este caso. Otra cosa es que puedan o deban ser rechazadas moral y políticamente por la sociedad. Figuras como las injurias o las calumnias siguen haciendo referencia a algo tan abstruso como el honor y hace tiempo que deberían haber quedado al margen del derecho penal. Desde la defensa del pensamiento libre no debería aceptarse la criminalización de las ideas -como sucede con la figura de la "apología del terrorismo"- por más aberrantes que estas sean. Por su parte la incitación al odio también hay que enfocarla con cautela. Por ejemplo, lo criminal en la actuación de Radio Milles Colines no fue tanto el odio vertido contra los tutsis como la implicación directa en el genocidio ruandés dando detalles de las personas que debían ser asesinadas. La criminalización de la expresión supone admitir una derrota intelectual al negar la posibilidad de la argumentación y no dejar espacio para la discusión ética. En España ha sucedido con la opción independentista vasca; en otros países con los escritos islamistas.
b) Esta limitación de la intervención legal o penal debe valer incluso para las ideas nazis, racistas, fascistas y demás. El problema no reside en que dichas ideas se difundan por escrito (véase la polémica por el juicio a Anders Breivik o la difusión de su panfleto), o que se expresen en imágenes o en alta voz. Lo que pudo tener sentido temporalmente en un momento histórico determinado por razones políticas (penalización del negacionismo del holocausto, por ejemplo), pasado un tiempo solo sirve para convertir en víctimas a personas que ciertamente no lo merecen. Y pretender ocultar dichas ideas por miedo al proselitismo es la mejor manera de otorgarles un valor del que carecen. Es lo que ha sucedido cuando desde la izquierda se solicita que se prohíba tal o cual manifestación, o que se cierre determinada librería. Para saber qué es la mierda, no hay nada como olerla.
c) Lo realmente grave es que ideas contrarias a la libertad, a la democracia no sean confrontadas públicamente, que permitamos que permeen nuestras políticas públicas, que acaben convirtiéndose en socialmente aceptables por nuestra incapacidad para la crítica, para producir conceptos, ideas y narrativas antagónicas, o por el poder de algunos. Esto es lo que viene sucediendo desde hace bastante tiempo con diversas iniciativas, como las políticas antiterroristas y de seguridad, las aventuras bélicas o las políticas migratorias, ante el respetuoso silencio de los que ahora tanto opinan sobre los ataques a las embajadas. ¿Cómo comprender el sentimiento de humillación de algunos sin tener en cuenta las guerras de Iraq y Afganistán, la opresión y desposesión de los palestinos, o la estigmatización y discriminación de los grupos sociales con los que se sienten identificados? ¿De qué sirve "pedir disculpas" (¿en nombre de quién?) por una película realizada por unos particulares mientras se envían drones a bombardear otros pueblos o se asumen como normales las políticas racistas de Israel?
d) En la necesaria confrontación de ideas -que toda criminalización impide- es importante también tener en cuenta además desde dónde se habla. No es lo mismo desde una posición de poder, social o simbólica, en un ámbito o territorio determinado que en una posición subalterna. Solo se puede entender, respetar, o criticar en serio, de igual a igual. El director de Charlie Hebdo, que se expresa en un contexto de creciente islamofobia alentada además desde las propias instituciones, no está en la misma situación social que los islamistas a los que se les prohíbe manifestarse. Por otro lado, una buena sátira no aspira a humillar a los más vulnerables sino a ridiculizar a los poderosos, "rebajarlos" para mostrarlos como nuestros iguales, como en la fábula del traje nuevo del emperador. Es el problema que tiene el cine de Sacha Baron Cohen. En sus respectivos contextos, Charbonnier y Baron Cohen saben que lo realmente valiente sería realizar otro tipo de crítica, que por ese mismo motivo no hacen.
Dicho de otro modo, la necesaria crítica al sectarismo de tipo islamista o salafista no puede hacerse desde posiciones sectarias, que es lo que acaba sucediendo cuando desde la clásica división entre el "ellos" (la emoción) y el "nosotros" (la razón) se pasa por alto interesadamente la caracterización identitaria presentes en las caricaturas o vídeos objeto de controversia y el trasfondo político en el que se producen tanto la provocación como las reacciones a la misma. La reflexión sobre las políticas de identidad, que no solo es cosa de tribus o etnias del sur, exige que escapemos de esta trampa.
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