La declaración o manifiesto de Achacachi (o Jach'akachi) que se publicó durante la "guerra del gas" boliviana de octubre de 2003, es
un documento clave que simboliza el "otro mundo" que había renacido al
calor de las luchas contra el Estado neoliberal. El manifiesto, escrito
en aymara y quechua, fue discutido y aprobado por una multitud de
comunidades indígenas, como muestran los cientos de sellos que otorgan
una gran solemnidad al documento original. En él se proclama el
autogobierno indígena y el no reconocimiento del poder estatal, en un
momento en que proliferaban los cuarteles aymaras y el
Estado mayor de Q'alachaka. Lástima que no haya podido encontrar su contenido íntegro en internet.
Hablar de multitudes no es gratuito: en las revueltas de 2000-2005 convergieron
comunidades, ayllu-marka, sindicatos cocaleros, organizaciones
gremiales urbanas, juntas vecinales, regantes del agua y otras
organizaciones, todas ellas atravesadas por las cuestiones étnica y de
clase. El sociólogo aymara Pablo Mamani habla de la constitución de auténticos microgobiernos indígenas y locales, desde los cuales "estos movimientos sociales lograron fracturar la autoridad y el poder del Estado y de las élites dominantes de Bolivia" y plantearon "la gestión del asunto común".
Atrás quedan manifiestos como el de Pulacayo, escrito en castellano, con un concepto de clase preciso y aprobado de manera centralizada por la dirección de la Federación Sindical de los Trabajadores Mineros de Bolivia en 1946. En Achacachi, en cambio, no se pide nada, sino que se emite una declaración de guerra que pone de manifiesto la comunidad que se había transformado. Las comunidades no buscan la centralización, no hay representación, no hay Estado. Su autonomía, por tanto, es bien diferente de la reclamada por las clases dominantes en las provincias de Oriente.
Según Raúl Zibechi, los principales cambios que acaecieron entre la revolución nacionalista encabezada por los mineros y la revolución "indigenista" que precedió la elección de Evo Morales como presidente de Bolivia fueron los siguientes:
- Las formas de lucha: de las huelgas y los mítines a los
cortes de carretera y las marchas multitudinarias, que incluyen no sólo
hombres, obreros en lucha, también mujeres y niños. El corte indígena
es diferente a la barricada clásica europea: se dispersan muchas piedras, el
ejército llega y las quita, sólo para encontrarse con un nuevo corte
unos metros más allá. La lucha es más integral, ahora lo cotidiano pasa
a formar parte de la lucha.
- Formas de organización: antes el sindicato obrero o minero
era la organización fundamental. El sindicato tradicional era un
aparato aglutinador,
fuertemente masculinizado, separado de la vida cotidiana. Pero en
formas
sociales sin una división del trabajo tan marcada la cotidianeidad se
integra en los
mecanismos de lucha. En las asambleas participan todos y todas, y se
decide por consenso, que puede costar semanas para obtenerlo. La
rotación y el turno comunitario o individual, empleados originariamente
para el riego, pasan a emplearse en la lucha, especialmente durante los
bloqueos
de carreteras. Un primer día bajan al corte familias de una veintena de
comunidades. Al día siguiente bajan otras comunidades. Al cabo de unos
días le vuelve a tocar a la primera comunidad, pero a familias
diferentes. En estas circunstancias, el liderazgo es muy relativo.
Felipe Quispe anunció muchas veces bloqueos que no se realizaron, y
hubo bloqueos que no precisaron de convocatoria formal. La dispersión,
no la unificación, es aquí la norma. Según Mamani: "pareciera
que los indígenas han puesto en movimiento una lógica diferente, porque
sus movimientos sociales tienen múltiples centros diseminados en muchos
lugares para desde allí producir múltiples articulaciones territoriales
entre sí, o entre sus
fragmentaciones, con el objeto de resquebrajar al Estado-gobierno." - El papel de las mujeres: las mujeres adquieren un nuevo protagonismo. La política también se hace en los
mercados, en los espacios tradicionales de los sectores populares donde
la presencia femenina es decisiva. Y en las marchas y bloqueos las mujeres pelean junto a sus maridos, se organizan y ganan espacios frente al machismo dominante.
- La cosmovisión: reconocerla no tiene por qué entrañar necesariamente, como sostiene un escéptico Marc Saint-Upéry, una visión idealizada de lo indígena ("el buen salvaje" colonial), como algo estático y ajeno a influencias exteriores. No se trata de buscar "lo auténtico" (aproximación, es cierto, muy común entre muchos bienintencionados del hemisferio norte) sino de constatar la pervivencia de una visión integral de la vida diferente al modelo occidental dominante, aunque no sea esta una visión homogénea sino diversa, maleable y permeable. En Bolivia conviven lógicas y racionalidades diferentes, con frecuencia de manera contradictoria, como sucede en otros escenarios (post) coloniales. Simplificando, podemos decir que la racionalidad occidental se basa en tres principios básicos: principio de no contradicción, principio de identidad y principio del tercero excluido. En las culturas americanas originarias, en cambio, nos encontramos con principios diferentes: complementariedad de los opuestos (lo que dificulta la asimilación de la dialéctica de clases), principio del tercero incluido, principio de reciprocidad. Algunos de ellos aparecen recogidos explícitamente en la nueva Constitución boliviana. Pero lo más importante es la ausencia de relación sujeto-objeto, con las implicaciones que ello tiene en la relación con la naturaleza. Existe una pluralidad de sujetos, y la cultura es eminentemente relacional.
- Diferencia: no se trata simplemente de luchar contra algo, sino de reivindicar la diferencia.
- Objetivos: no hay un programa preestablecido, una Idea que materializar. Saben lo que quieren cuando se sublevan, y eso les basta.
- La sacralidad: la vida es algo sagrado, y el ser humano debe alinearse con el orden cósmico.
Algo ha llovido desde 2005. ¿Cómo ha afectado a estas comunidades y grupos sociales el gobierno del MAS, atrapado entre el objetivo de reconstituir el Estado, la lógica dispersora de los movimientos, y los ataques de la oligarquía? Dejo la opinión de Raúl Zibechi en una entrevista realizada en Brasil este verano, justo antes del referéndum revocatorio del 10 de agosto.
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