El pasado miércoles 7 de mayo el Comité de Representantes Permanentes no logró cerrar un acuerdo en torno a la "directiva de la vergüenza". Al mismo tiempo, un seminario celebrado en el Parlamento Europeo mostró las divisiones existentes.
La discusión continuará la semana que viene, y en el Parlamento Europeo en junio. Para que se apruebe la directiva en primera lectura basta obtener la mayoría cualificada en el Consejo y una mayoría simple en el Parlamento Europeo. Si no se cierra un acuerdo ahora el procedimiento de codecisión podría demorarse uno o dos años más, de ahí las prisas.
Manifestación del 7 de mayo. Place Luxembourg, Bruselas, frente al Parlamento Europeo.
Se habla poco de aspectos importantes, como la posibilidad de expulsar a personas a países por los que hayan transitado, aunque no se trate de sus países de origen, como Libia o Marruecos. La prensa ha aireado sobre todo la discusión en torno al período máximo de detención de los inmigrantes "en situación irregular" a la espera de ser deportados. En este tipo de negociaciones, el diablo está en los detalles: ¿qué será mejor, 6 meses, 18 meses? ¿Los dejamos presos por tiempo indefinido, que nunca se sabe cuánto puede tardar el papeleo? ¿Se deja que cada Estado decida en este punto? ¿Quién da más, en la subasta de la dignidad?
Cuanto más se centra el debate en el grado, en la modulación de la represión, más nos olvidamos de discutir lo esencial, que es la represión misma. Más nos alejamos de la decisiva cuestión de la creación de estatutos jurídicos diferenciados que permite el vigente sistema de permisos de trabajo y de residencia. Y así llegamos al cinismo que correctamente aprecia Soledad Gallego-Díaz en su columna de hoy. ¡Mejor dejarlo así, que de esta manera "garantizamos" más derechos que lo que pretenden holandeses, británicos, italianos o malteses! O a declaraciones vomitivas como la pronunciada por el ministro del interior Rubalcaba: "Si somos laxos con la inmigración ilegal la avalancha no hay quien la pare", frase que podía haberla pronunciado cualquier Geert Wilders.
Los medios insisten: toca ponerse duro en tiempo de crisis económica. Con las nuevas "clases peligrosas", por supuesto. ¿De verdad? Como si la política consistiera en seguir un manual no escrito pero recordado de forma recurrente por expertos y periodistas. La moneda no, ¡ni tocarla! Nada de devaluaciones, nada de poner puertas al capital. La válvula de escape de nuestras prefabricadas ansiedades en estos tiempos de cólera está ahí, disponible, maleable, controlable. Otra cosa es que se dejen.
Manifestación del 7 de mayo. Poca gente (unas 300 personas), pero animada bajo el sol. El Parlamento Europeo, al fondo.
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