Cifras
En su último número, la revista crítica de ecología política Ecorev dedica un especial a la obsesión de nuestras sociedades modernas "por las evaluaciones cifradas. También los ecologistas, porque a veces es necesario hablar el mismo idioma... Argumentos supremos, árbitros de los debates de ideas, los indicadores revisten para la mayoría de nosotros las cualidades más preciosas heredadas de las Luces: objetividad, racionalidad, cientificidad. Hasta convertirse a veces en argumentos supremos, árbitros definitivos de los debates de ideas y de las elecciones políticas...a riesgo de cortocircuitar en ocasiones el debate democrático."
Sin embargo, la pérdida de confianza en los números podría representar otro daño colateral de la implosión de las finanzas. Las cifras multimillonarias anunciadas ayer en el comunicado final de la cumbre del G-20 fueron celebradas por la prensa generalista, pero acogidas con más escepticismo por la prensa que leen los que mandan. Aunque apoyan lo acordado en Londres, tanto la revista The Economist como sobre todo el diario The Financial Times relativizan el paquete de 1,1 billones de dólares (750.000 millones de euros) que se ha anunciado:
- La inyección de 500 mil millones de dólares para el Fondo Monetario Internacional (muerto que ahora resucita) se desglosa como sigue: el FMI ya disponía de 250 mil millones en recursos, Japón luego ofreció 100 mil millones en noviembre de 2008 y hace un mes la UE propuso 75 mil millones de dólares. La diferencia es de momento una declaración de intenciones que habrá que concretar en los meses venideros.
- 250 mil millones de dólares corresponden a una emisión de derechos especiales de giro, la unidad de cuenta del FMI, que puede ser usado por los países como reservas de divisas. Aunque permitirá a los países menos desarrollados cambiar sus monedas por dólares, euros, yenes o libras esterlinas, beneficiará principalmente a los países ricos.
- Otros 250 mil millones de dólares se supone que financiarán el comercio (créditos a la exportación). Aquí lo que se está contabilizando es el volumen de comercio que se espera que se financie o garantice en los próximos dos años, no los nuevos créditos que se ofrecerán este año (la décima parte de esa cifra). Y la mayor parte de ese dinero no es nuevo, sino reasignaciones de diferentes partidas presupuestarias.
- Los bancos multilaterales de desarrollo ofrecerán 100 mil millones de dólares en préstamos para los países pobres. Aquí parece que la cifra se corresponde más a la realidad, aunque buena parte de ese dinero vendrá de la emisión de bonos.
El enema global del billón de dólares, por Steve Bell (The Guardian).
Además, los 5 billones de dólares de estímulo fiscal concertado corresponde a una estimación del Fondo Monetario Internacional: la del incremento en el déficit público de los gobiernos del G20 en relación con la renta nacional entre 2007 y 2010, dividido entre el PIB previsto para 2010. No se ha comprometido ningún dólar nuevo con respecto a lo ya comprometido por los diferentes gobiernos. El FT, dirigiéndose a su clientela habitual, es claro: "el énfasis en cantidades más que en acuerdos concretos sirve también para enmascarar el gran elemento que se echa en falta en el comunicado: un nuevo compromiso vinculante de medidas específicas para limpiar los activos tóxicos del sistema bancario internacional."
Palabras
"Estabilidad, crecimiento y empleo" fue el lema de la Cumbre del G-20 que se celebró esta semana en Londres. Tres sencillas palabras que sintetizan el consenso de la aristocracia imperial y que ilustran bien la ideología dominante. El mensaje es simple: en un marco de estabilidad macroeconómica y financiera, el crecimiento es lo que garantiza la creación de empleo y, por extensión, el bienestar social.
En respuesta a las voces críticas más extendidas, que distinguen de forma simplista entre la "buena" economía productiva y la "mala" economía financiera, los gobiernos han optado por mostrarse duros con el sistema financiero. El refuerzo de instituciones como el FMI o el Foro de Estabilidad Financiera (ahora Consejo), la mayor regulación de los hedge funds y las agencias privadas de calificación, y la vigilancia de los paraísos fiscales soslayan el problema sistémico de fondo. Ni una sola palabra, por ejemplo, acerca de la burbuja inmobiliaria. Y aunque se habla de una "recuperación verde" y de la "transición hacia una economía verde", más bien parece que se sigue pidiendo más madera (¡más crecimiento!) aún a riesgo de quedarse sin tren.
Por su parte, la plataforma de ONGs que reunió 40.000 manifestantes el sábado 28 de marzo para protestar contra los responsables de la crisis contrapuso otras tres palabras discutibles: "empleo, justicia y clima". También aquí se consideró necesario establecer un mínimo común denominador moderado y un lenguaje que entendieran los poderosos, aunque después de tantos foros sociales sorprende que todavía se pida que los gobiernos de los países ricos aporten el 0,7 % del PIB como ayuda al desarrollo de los países más pobres.
Las palabras escogidas muestran lo difícil que está siendo avanzar en la conformación de categorías políticas que contribuyan a organizar la crítica y la resistencia. Por ejemplo, unos y otros coinciden en la creación o en la defensa del "empleo", según en qué lado de la barrera se encuentre uno. Pero este término no aclara gran cosa. Generar empleo puede significar cosas antagónicas, desde un mejor reparto de la riqueza al fomento de un sistema de workfare que supedite garantías sociales -o incluso los derechos civiles- a la obtención de un trabajo asalariado precarizado y fuertemente subordinado al capital (que coexista con grupos aún más subordinados y explotados, como en el caso de los inmigrantes calificados de "ilegales").
La insistencia en las viejas categorías muestra la fragilidad de las mismas después de que la crisis financiera haya desestabilizado el sistema. El escándalo de las retribuciones de los ejecutivos de las entidades financieras, tras la aprobación de multimillonarios planes públicos de rescate, y estafas como la de Bernard Madoff, desplazaron por un momento el debate a la peligrosa cuestión de la renta y el beneficio. En las últimas decadas, el neoliberalismo acompañó la gran transformación del capitalismo que volvió la producción común, más allá de los muros de la fábrica fordista. La expropiación de la cooperación social colectiva se llevó a cabo mediante una brutal redistribución de la renta en favor de los grupos y clases que más se beneficiaron de la especulación bursátil en las sucesivas burbujas financieras. El estancamiento o la depresión del salario real de los trabajadores en relación con el PIB en los últimos treinta años se compensó con un acceso a la propiedad inmobiliaria y al crédito fácil, y a una financiarización del ahorro y del "salario social" (fondos de pensiones) que prometía jugosos rendimientos para todos. Pero el sueño acabó de forma abrupta.
Barack Obama, Nicolas Sarkozy o Angela Merkel se han dado prisa en tapar esta olla a presión. Por un lado, con un discurso "moralizador" e hipócrita que pretende convertir a los hasta ahora amigos y líderes ejemplares en banqueros "avariciosos" que deben ser amonestados o castigados. Por otro, prometiendo empleos de forma abstracta, sin especificar en qué condiciones. La cuestión de una renta básica suficiente, garantizada, universal e incondicional, ni se plantea.
Con todo, las protestas han identificado, en su diversidad, cuestiones primordiales, como los bienes comunes, la libertad frente a la regresión policial de los Estados y la guerra como modo de gestión política. Significativamente, la Cumbre del G-20 se situó entre el Foro Mundial del Agua celebrado en Estambul, que rechazó la consideración del acceso al agua como un "derecho humano" (equívoca formulación que hace referencia al agua como bien común, frente a su privatización), y la Cumbre del 60 Aniversario de la OTAN en Estrasburgo. El capital continúa necesitando la mano armada y visible de los Estados.
La década de 2000 comenzó simbólicamente con un ataque a los centros financiero y militar de los Estados Unidos. Hay que ver cómo comienza el nuevo orden: con una santa alianza renovada entre el dinero y las armas.
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