"Huelga decir que Estados Unidos y Europa occidental están haciendo todo lo que está en su poder para canalizar, limitar y desviar el viento del cambio. Pero su poder ya no es lo que era. Y el viento del cambio está soplando en su propio terreno. Así es como funciona el viento. Su dirección e intensidad no son constantes y por lo tanto no son predecibles. Ya no será tan fácil canalizarlo, limitarlo, y redireccionarlo." Immanuel Wallerstein, "El viento del cambio, en el mundo árabe y más allá" (1 de marzo de 2011)
Termina el primer acto, que sólo podemos
calificarlo así desde una perspectiva de año 0 y si dejamos atrás
primaveras marchitas como la revuelta argelina de octubre de 1988 y
eventos recientes como el griego. Lo que Wallerstein menciona al final
de su último artículo es la reacción de las grandes potencias
ante el terremoto que está transformando el norte de África y el Medio
Oriente e inspirando al mundo entero. Sin embargo, los apóstoles
occidentales del intervencionismo humanitario, que hace tan sólo un par
de años apoyaron la masacre cometida por Israel en Gaza, tampoco acaban
de ponerse de acuerdo entre ellos. Francia, afectada por la onda
expansiva tunecina, propuso al principio, de manera unilateral, una acción masiva
de la mano del "nuevo" ministro de Asuntos Exteriores Alain Juppé, que
podría intentar repetir el fiasco de la Operación Turquesa en Ruanda, de
la que fue responsable. Por su parte, David Cameron ve en Libia la
oportunidad de tener su particular guerra de las Malvinas, con la
que reforzar el maltrecho frente interior. Francia, alarmada por el
belicismo británico, se apresuró a reclamar que toda intervención se
realice con mandato del Consejo de Seguridad, del que forma parte. Finalmente Cameron, ante la presión de Francia y de Estados Unidos, tuvo que echarse atrás. Estados Unidos, por su parte, no descarta una acción aérea mientras que Alemania la rechaza categóricamente. En lo que coinciden es en dar por concluida la era Gadafi.
Todos
intentan contactar de manera encubierta con los líderes de determinados
grupos opositores (como Mustafá Mohamed Abud Jalil, ex ministro de
justicia, que proclamó el 26 de febrero la creación de un gobierno
interino, aseveración contestada al día siguiente por el recién formado Consejo Nacional Libio),
en un intento de cooptar, controlar y "canalizar" el vendaval. A
Estados Unidos y a la Unión Europea les interesa preservar el castillo
de naipes que habían construido en la región. El último Gadafi, al igual
que Ben Ali o Mubarak, representaba un inestimable aliado que permitió
el establecimiento de compañías
como Eni, StatoilHydro, Occidental Petroleum, OMV, ConocoPhillips, Hess
Corp, Marathon, Shell, BP, ExxonMobil y Wintershall. Pero si los
intereses petroleros pesan, especialmente en la agenda estadounidense, a Europa
le preocupa sobre todo la contaminación política de la agitación, de la
mano de un incontrolable movimiento migratorio. Curiosa solidaridad la
que ofrece bombardeos y campos de refugiados en la orilla sur del
Mediterráneo mientras cierra las puertas a una genuina hospitalidad en
la orilla norte.
La mayoría de los libios se opone a una
intervención militar extranjera. Lo cual no encaja con la hipótesis de
que la revuelta no es más que una maquinación urdida por las potencias
occidentales. Una hipótesis que desprecia las multitudes libias que se han jugado la vida. Manlio Dinucci escribió esto en Il Manifesto (los
subrayados son míos):
"Este marco ahora revienta como resultado de lo que se puede caracterizar no como una revuelta de masas empobrecidas, como las rebeliones en Egipto y Túnez, sino como una verdadera guerra civil, debida a una división del grupo gobernante. Quienquiera que diese el primer paso ha explotado el descontento contra el clan de Gadafi, que prevalece sobre todo entre las poblaciones de Cirenaica y los jóvenes en las ciudades, en un momento en el cual todo el norte de África ha tomado el camino de la rebelión. A diferencia de Egipto y Túnez, sin embargo, el levantamiento libio se planificó y organizó con anterioridad. "
No presenta ninguna prueba para apoyar esa supuesta planificación,
pero qué mas da si ya tenemos a los portavoces estadounidenses
amenazando con entrar en Libia. De lo que se trata es de descartar que
la revuelta libia tenga un carácter popular y endógeno que la inserte en
el marco más amplio de las revoluciones árabes, con afirmaciones tan
absurdas como que los libios no tenían motivos para quejarse o que la participación de profesiones liberales desvirtúan el carácter revolucionario de la revuelta. En este
país los indicadores macroeconómicos
se situaban entre los mejores de la región (sus reservas de divisas
superaban, como en Argelia, los cien mil millones de dólares), pero como
sucede con otros países árabes petroleros, ocultaban fuertes
desequilibrios sociales, con elevadas tasas de desempleo entre los
jóvenes y la discriminación institucional de una importante población
extranjera. A lo que se unía la falta de libertades o el empleo
sistemático de la tortura. Ya en enero, mucho antes de que llegara la
prensa internacional (22 de febrero), se habían producido incidentes en
Cirenaica.
En esta nueva fase se juega la continuidad de las insurrecciones y
la institucionalización democrática de las mismas en aquellos
países que, como Túnez o Egipto -con agitados procesos constituyentes en
curso-, han cruzado un umbral sin retorno. Por lo que a Libia se
refiere, además de los riesgos externos se unen las complejas
interrelaciones que existen entre los comités populares que se han ido
formando en las ciudades, las diversas fuerzas políticas -ahora
agrupadas en torno al Consejo Nacional libio- que irrumpieron en el
momento álgido de la represión, y las estructuras clánicas subyacentes. Quienes opten por ignorar estos procesos comprobarán cómo la ventolera acabará barriendo también sus prejuicios.
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