Campamento de Gdeim Izik, creado tras el éxodo de más de 20.000 saharauis procedentes de varias ciudades del Sáhara Occidental ocupado. Fotografía: Guinguinbali.com
Así comienza la hermosa novela Desierto (1980), de Jean-Marie Le Clézio (traducción de Alberto Conde Calvo):
"Sagia el-Hamra, invierno de 1909-1910
Aparecieron, como en un sueño, en la cima de una duna, medio escondidos por la bruma de arena que levantaban sus pies. Lentamente descendieron a la vaguada, siguiendo la pista casi invisible. Al frente de la caravana estaban los hombres, envueltos en sus mantos de lana, con los rostros ocultos por el velo azul. Con ellos marchaban dos o tres dromedarios, más las cabras y los corderos hostigados por los chiquillos. Las mujeres cerraban la marcha. Eran siluetas sobrecargadas, abultadas por los pesados mantos, y la piel de sus brazos y sus frentes parecía todavía más oscura tras los velos de índigo.
Marchaban sin ruido por la arena, lentamente, sin mirar adónde iban. El viento soplaba sin descanso, el viento del desierto, caluroso de día, frío de noche. La arena se escabullía a su alrededor, entre las patas de los camellos, fustigaba el rostro de las mujeres, que se protegían los ojos con la tela azul. Los niños pequeños corrían, los bebés lloraban fajados en la tela azul a la espalda de sus madres. Los camellos mascullaban, estornudaban. Nadie sabía adónde iban.
El sol estaba aún en lo alto del cielo desnudo, el viento llevaba consigo los ruidos y los olores. El sudor resbalaba lentamente por el rostro de los viajeros, y su piel oscura había tomado el reflejo del índigo en las mejillas, los brazos, a lo largo de las piernas. Los tatuajes azules en la frente de las mujeres brillaban como escarabajos. Los ojos negros, semejantes a gotas de metal, apenas miraban la extensión de arena, buscaban el rastro de la pista entre las olas de las dunas.
No había nada más sobre la tierra; nada ni nadie. Habían nacido del desierto, ningún otro camino podía conducirlos. No decían nada. No querían nada. El viento los sobrepasaba, se filtraba entre ellos, como si no hubiese nadie en las dunas. Marchaban desde la primera luz del alba sin detenerse, la fatiga y la sed los envolvían como una ganga. La sequedad les había endurecido los labios y la lengua. El hambre los minaba. No habrían sido capaces de hablar. Después de tanto tiempo, se habían vuelto mudos como el desierto, llenos de luz cuando el sol abrasa en el centro del cielo vacío y helados en la noche de estrellas escarchadas."
Comentarios
Escrito por: Belentxo.2010/10/31 11:13:21.624000 GMT+1
http://quedateconlasvueltas.blogspot.com/
Escrito por: Samuel.2010/11/01 01:38:37.060000 GMT+1
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