Las insurrecciones revelan una parte de la realidad que habitualmente no conocemos. Estamos más habituados a considerar estructuras fijas, momentos concretos, a pesar de las innovaciones epistemológicas de las últimas décadas. Nos sigue costando pensar y medir los flujos, los movimientos, al menos en las ciencias sociales.
El evento "1968", o "mayo del 68", fue un indicio de profundas transformaciones que, lejos de corresponder a una evolución "natural" de diversas sociedades, son el producto de interacciones, conflictos y luchas. Implica un arco temporal más amplio, a caballo entre la década de los sesenta y la de los setenta. Para tratar de captar su significado, no me interesa la versión mercantilizada y edulcorada de los medios corporativos ni las hagiografías de conveniencia. Esto no quiere decir que no haya sucedido "algo" importante en esas fechas, y que acontecimientos y hechos dispersos no compartan un sentido para quienes desean construir un mundo otro, más libre y justo.
Un texto interesante, uno entre tantos de los que tratan de descifrar la experiencia colectiva de "1968", es el que incluyo a continuación. Es un extracto (que dividiré en dos partes) de un artículo más amplio que resitúa 1968 en la era de las revoluciones. Extraído del libro "Movimientos antisistémicos" (Ed. Akal, 1999).
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"1968: el gran ensayo
¿Qué pasó en 1968?
Por Giovanni Arrighi (1989)
Tan sólo ha habido dos revoluciones mundiales. La primera se produjo en 1848. La segunda en 1968. Ambas constituyeron un fracaso histórico. Ambas transformaron el mundo. El hecho de que ninguna de las dos estuviese planeada y fueran espontáneas en el sentido profundo del término, explica ambas circunstancias: el hecho de que fracasaran y el hecho de que transformaran el mundo. Celebramos el 14 de julio de 1789, o al menos algunos lo celebran. Celebramos el 7 de noviembre de 1917, o al menos algunos lo celebran. No celebramos 1848 o 1968. Y, sin embargo, puede afirmarse que esas fechas son tan significativas, e incluso más, que las dos mencionadas y que suscitan tanta atención.
1848 fue una revolución a favor de la soberanía popular, tanto en el interior de la nación (sometida a la autocracia) como de las naciones (autodeterminación, la Volkerfruhling [la primavera de los pueblos]). 1848 fue la revolución contra la contrarrevolución de 1815 (la Restauración, el Concierto de Europa). Fue una revolución "nacida al menos tanto de las esperanzas como del descontento" (Namier: 1944, 4). No fue ciertamente la segunda edición de la Revolución francesa. Representó, por el contrario, un intento de cumplir sus esperanzas originales y de superar sus limitaciones; 1848 fue, en un sentido hegeliano, la superación (Aufhebung) de 1789.
Lo mismo puede afirmarse de 1968. Nació también de las esperanzas tanto como del descontento. Fue una revolución contra la contrarrevolución representada por la organización estadounidense de la hegemonía mundial a partir de 1945. Constituyó también un intento de cumplir los objetivos originales de la Revolución rusa y, por ende, un esfuerzo por superar sus limitaciones. Fue también, por tanto, una superación, una superación esta vez de 1917.
El paralelo entre ambas todavía va más allá. 1848 fue un fracaso: un fracaso en Francia, un fracaso en el resto de Europa. Lo mismo sucedió en 1968. En ambos casos, la burbuja del entusiasmo popular y de la innovación radical explotó enseguida. En ambos casos, sin embargo, las reglas políticas del funcionamiento del sistema mundial cambiaron de modo profundo e irrevocable como resultado de la revolución. Fue 1848 quien institucionalizó a la vieja izquierda (utilizando este término laxamente). Y fue 1968 quien institucionalizó a los nuevos movimientos sociales. Retrospectivamente, 1848 fue el gran ensayo de la Comuna de París y de la Revolución rusa, de la Conferencia de Bakú y de la de Bandung. ¿De qué fue ensayo 1968?
La lección que los grupos oprimidos aprendieron de 1848 fue que no sería fácil transformar el sistema y que la probabilidad de que levantamientos "espontáneos" llevaran a cabo tal transformación era realmente pequeña. Dos cosas parecían claras. Los Estados se hallaban suficientemente burocratizados y correctamente organizados para funcionar como maquinarias eficaces de aplastar rebeliones. Ocasionalmente, a causa de las guerras o de las divisiones políticas internas de los estratos poderosos, su maquinaria represiva podría colapsar y sería posible una "revolución". Pero, con frecuencia, estas maquinarias podrían combinarse para aplastar la pretendida revolución. Por otro lado, los Estados podían ser controlados fácilmente por los estratos que detentaban el poder mediante una combinación de su fuerza económica, de su organización política y de su hegemonía cultural (para usar el término de Gramsci, perteneciente a un período posterior).
Era evidente que un esfuerzo serio de transformación social requeriría una contraorganización tanto política como cultural, ya que los Estados podían controlar a las masas y los estratos que detentaban el poder eran capaces de controlar el Estado. Esta conclusión condujo a la formación por vez primera de movimientos antisistémicos burocráticamente organizados dotados de objetivos relativamente claros a medio plazo. Estos movimientos, en sus dos grandes variantes (el movimiento social y el movimiento nacional), comenzaron a aparecer en escena después de 1848 y sus efectivos, difusión geográfica y eficacia organizativa, crecieron de modo continuo en el siglo que siguió a esa fecha.
Lo que 1848 produjo, por tanto, fue el giro de las fuerzas antisistémicas hacia una estrategia política fundamental: la de perseguir el objetivo intermedio de obtener el poder estatal (de un modo u otro) como hito indispensable para la transformación de la sociedad y del mundo. Con toda seguridad, muchos se opusieron a tal estrategia, pero fueron derrotados. A lo largo del siglo siguiente, los oponentes a esa estrategia se debilitaron a medida que sus oponentes se hacían más fuertes.
1917 se convirtió en un símbolo porque fue la primera victoria importante de los defensores de la estrategia que apuntaban al poder del Estado (y en su variante revolucionaria, opuesta a la versión evolucionista de la misma). 1917 probó que tal estrategia era posible. Y esta vez, a diferencia de 1848, el gobierno revolucionario no fue ni sobornado ni derribado. Sobrevivió. 1917 fue el caso más importante, pero no constituyó el único éxito, al menos parcial, de esa estrategia. La revolución mexicana, que había comenzado en 1910, y la revolución china de 1911, que culminó en 1949, también parecían demostrar la validez de esa estrategia."
(continuará...)
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