Quienes esperaban ansiosos un levantamiento del pueblo argelino, en la línea de las espectaculares revueltas tunecina y egipcia, quedaron decepcionados. Si salió poca gente a la calle el 12 de febrero (entre 2.500 y 5.000 en Argel) fue porque, al contrario que en Túnez y en Egipto, la convocatoria partió no de la acumulación de fuerzas y movimientos ciudadanos, sino de la iniciativa de organizaciones políticas minoritarias: fundamentalmente, el RCD de Said Saadi (presente sobre todo en Cabilia) y la heterogénea Confederación Nacional para el Cambio y la Democracia.
Pero si se presta atención solo a los grandes números (en este caso, de manifestantes) podemos acabar suponiendo, erróneamente, que el régimen cuenta con el apoyo de la mayoría de los argelinos. El conflicto social en Argelia también lo protagonizan los jóvenes, pero se expresa al margen de los partidos políticos, de manera localizada, explosiva, intermitente, y con una panoplia de acciones: protestas de desempleados, huelgas, repentinos cortes de carretera, e incluso ataques armados contra las fuerzas, que cada semana dejan su saldo de muertos en forma de presuntos “terroristas” abatidos en oscuras operaciones o en enfrentamientos poco claros. La violencia, lejos del terror de los años noventa, es ahora difusa y de baja intensidad, pero persistente. Y tanto el DRS (servicios de inteligencia) como el ejército argelino son unos maestros a la hora de gestionarla, desde que en 1992 entrara en vigor una ley de emergencia que, pese a los anuncios de los últimos días, permanece en vigor.
El régimen, dividido entre los leales al presidente Buteflika y a los mandamases del DRS, esconde fracturas internas que una presión adecuada podría romper si no fuera porque las divisas del gas y del petróleo aportan al mismo tiempo cohesión y flexibilidad, ya que permiten comprar favores, aplacar a los descontentos y resolver las querellas en el interior de la gran familia del Club de Pinos. En Túnez y Egipto a las masivas movilizaciones se unía un problema interno: una sucesión, la de Ben Ali como la de Mubarak, no resuelta. En cambio, los argelinos saben que la caída de Buteflika conllevaría el designio de otra figura –civil o militar- por parte del cónclave militar. 155 mil millones de dólares están en juego.
Comentar