2016/01/18 09:00:00 GMT+1
Publicado en Público el 14 de enero de 2016.
El último mensaje televisado de Año Nuevo del presidente ruso, Vladimir Putin, fue bastante convencional, sobre todo teniendo en cuenta que despedía un año que no lo fue en absoluto. "Por primera vez en la historia de Rusia tras la disolución de la URSS nos hemos encontrado bajo el efecto de dos conmociones externas: la caída brusca de los precios del petróleo y la dura presión sin precedentes de las sanciones", dijo en abril el primer ministro ruso, Dmitri Medvédev.
Meses después, el 30 de septiembre, las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia comenzaban a bombardear objetivos islamistas en Siria a petición de Damasco, una intervención que ha alterado el equilibrio de fuerzas en el conflicto. La tensión en Ucrania persiste. Sin duda, el país ha dejado atrás un año de alto voltaje y entrado en otro no menos incierto que el anterior cuando comenzó.
Leer más: Rusia, entre la crisis económica y la inestabilidad geopolítica.
Escrito por: aferrero.2016/01/18 09:00:00 GMT+1
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2016/01/03 10:00:00 GMT+1
Publicado en El Estado Mental el 24 de diciembre de 2015.
Lo que más me sorprendió de Crumb (Terry Zwigoff, 1994) la primera vez que la vi no fueron ni las confesiones íntimas del dibujante estadounidense ni tampoco su peculiar familia, sino una breve escena del documental que se desarrolla en una tienda de cómics. “Soy un gran fan suyo, me estaba preguntando si me daría un autógrafo”, le pregunta con cierta timidez el dueño del establecimiento a Robert Crumb. A lo que éste le responde: “No creo…, no creo en eso de dar autógrafos”. Supongo que después de ver esta escena muchos espectadores consideraron a Crumb como un viejo cascarrabias (“¿Qué le cuesta darle un autógrafo?”). Yo creo que esta escena, por el contrario, merece una reflexión. Piénsese bien, ¿qué añade la firma del autor a un ejemplar de su libro, que al fin y al cabo es su verdadera obra y en la que ha invertido —cabe suponer— la mayor parte de su tiempo y de su talento?
Me acordé justamente de esta escena del documental de Zwigoff mientras visitaba El arte del autógrafo, una exposición inaugurada el pasado 30 de noviembre en el Museo Estatal Pushkin de Moscú.
Leer más: De parte del autor.
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2015/12/06 20:00:00 GMT+1
Publicado en Público el 5 de diciembre de 2015.
Las protestas laborales en la Federación Rusa casi siempre pasan desapercibidas al público occidental. Según los datos recogidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el año 2014 el número de días no trabajados en Rusia por cada 1.000 trabajadores debido a huelgas y paros patronales (lockouts) fue de 10,9 (por comparación: en Reino Unido fueron 27, en España 35,8, y en EEUU sólo un día).
A pesar de que las centrales sindicales alegan tener millones de afiliados –una afirmación en muchas ocasiones difícil de comprobar debido a la falta de actualización de los censos–, desde los años noventa la conflictividad laboral acostumbra a adoptar la forma de protestas organizadas por los propios trabajadores desde la base –en sectores tan dispares como la enseñanza o el industrial–, obligando a los sindicatos a reaccionar y hacerse eco de sus demandas.
Leer más: Una protesta de camioneros atrae la atención de los medios en Rusia.
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2015/11/25 18:00:00 GMT+1
Publicado en Público el 24 de noviembre de 2015.
Jean Bricmont (Uccle, 1952), profesor de Física en la Universidad Católica de Lovaina, es conocido por el público español por Imposturas intelectuales (enlace pdf) publicado por Paidós, una demoledora crítica del posmodernismo coescrita con Alan Sokal, y por Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra (El Viejo Topo), de cuya edición española se cumplen en este 2015 diez años. Con motivo de este aniversario, Público entrevistó a Bricmont para hablar de las principales ideas del libro, con el conflicto de Siria como telón de fondo.
Pregunta: Han pasado 10 años desde la publicación en español de Imperialismo humanitario. ¿Qué le llevó a escribir entonces este libro?
Respuesta: Comenzó como una reacción a la actitud de la izquierda durante la guerra de Kosovo, en 1999, que fue en gran medida aceptada con argumentos humanitarios, y también a la más bien débil oposición del movimiento pacifista antes de la invasión de 2003 en Irak.
Por ejemplo, muchos "pacifistas" aceptaron la política de sanciones impuesta en la primera guerra del Golfo, en 1991, e incluso después, y eran favorables a las inspecciones en los días previos a la guerra sin darse cuenta de que era una maniobra para preparar a la opinión pública para que la aceptase, algo que se hizo público a través de filtraciones posteriores, como los llamados papeles de Downing Street.
Me parecía que la ideología de la intervención humanitaria había destruido por completo en la izquierda cualquier noción de respeto al derecho internacional, así como cualquier actitud crítica hacia los medios de comunicación.
Leer más: "La izquierda se ha autodestruido aceptando las intervenciones humanitarias".
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2015/11/20 09:15:00 GMT+1
Publicado en La Marea el 17 de noviembrel de 2015.
"El pasado 4 de noviembre, Podemos presentaba en Madrid a su último fichaje, el exgeneral Julio Rodríguez, que ocupará el segundo puesto en la lista del partido por Zaragoza y sería el titular del Ministerio de Defensa si la formación morada ganase las elecciones el próximo 20 de diciembre. En los días siguientes, la prensa española centró el debate sobre todo en si un militar que apoya un partido que defiende, entre otras medidas, la convocatoria de un referendo de independencia en Cataluña era un verdadero “patriota” o no. En las redes sociales, en cambio, no faltaron las voces que destacaron las declaraciones de Rodríguez sobre la defensa de la permanencia de España en la OTAN o su historial favorable a la Alianza Atlántica, voces que encontraron, por desgracia, un escaso eco en la mayoría de los medios de comunicación. Por su parte, Pablo Iglesias esquivaba como es habitual la pregunta sobre cuál es la posición de su partido sobre la OTAN al contestar que Podemos apostaba por un “sistema de defensa integral europeo”. (Cabe entender que, siguiendo una confusión muy extendida y en ocasiones intencionada, “europeo” significa aquí también “de la Unión Europea” y excluye, por lo tanto, a los Estados europeos que no forman parte de ella.)"
Leer más: El “sistema de defensa integral europeo”: la UE como el “segundo pilar” de la OTAN.
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2015/11/17 12:25:00 GMT+1
Publicado en El Estado Mental el 12 de noviembrel de 2015.
“La sociedad de consumo es una forma suave de Estado policial. Creemos tener la capacidad de elegir, pero todo es obligatorio. Tenemos que seguir comprando o fracasamos como ciudadanos. El consumismo crea enormes necesidades inconscientes que sólo el fascismo puede satisfacer.” De las distopías de J. G. Ballard se ha dicho que son proféticas. Adjetivo sobrero, pues se tratan, en parte, de ensayos en forma de relato de ficción, ¿y acaso no busca toda distopía ser una radiografía de nuestro presente? Ballard escribió Kingdom Come en el año 2006. En la novela, una suerte de movimiento neofascista se incuba en un mall center en el extrarradio de Londres. Los integrantes de este movimiento, que nunca llega a tener un nombre, visten camisas con la cruz de San Jorge y enarbolan la bandera de Inglaterra, tres años antes de que se la apropiase en la vida real la English Defence League (EDL), la organización nacionalista que convoca regularmente protestas contra la inmigración y la apertura de nuevas mezquitas en Reino Unido. Lo que hace interesante este libro, leído hoy, es precisamente que Ballard en cierto modo pronosticó el auge de movimientos como la EDL, el Tea Party en EE. UU. o PEGIDA en Alemania.
Leer más: El nuevo nuevo fascismo.
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2015/06/23 11:31:59.474470 GMT+2
Artículo aparecido en Público el 31 de mayo de 2015.
De la cultura soviética se acostumbra a tener en Occidente una imagen muy concreta: propagandística, estereotipada, heroica, solemne. En una imagen así no cabe el sentido del humor. Pero lo cierto es que la cultura en la Unión Soviética fue mucho más diversa de lo que se acostumbra a creer e incluía, desde luego, la comedia en todos sus géneros. Ni siquiera la Segunda Guerra Mundial pudo poner fin a ella. La reciente exposición La victoria en los dibujos y caricaturas de la revista Krokodil en la galería FotoLoft de Moscú, en el centro de arte contemporáneo Winzavod, contribuye a matizar precisamente esa imagen.
La muestra, celebrada con motivo del 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, recoge 50 ilustraciones de la revista satírica Krokodil durante el conflicto âÂÂque en Rusia y el espacio post-soviético se conoce como Gran Guerra Patria (1941-1945)âÂÂ, dividida en cinco temas: "Mensajes del frente", "La verdad del soldado", "¡Muerte al fascista!", "Hitler, simplemente", "Krokodil en la guerra" y "Nuestra victoria", que recoge las ilustraciones del fin de la guerra hasta entrados los cincuenta, en las que comienzan a perfilarse los contornos de la guerra fría.
Además de la exposición, la galería ha publicado un excelente catálogo de 160 páginas con las ilustraciones de dibujantes y caricaturistas como Borís Efimov, Leonid Brodati, Konstantin Eliseev, Mijaíl Cheremnij, Leonid Guench y el legendario trío Krukriniksi (Mijaíl Kupriyanov, Porfiri Krilov y Nikolai Sokolov), entre otros.
Leer más: Reír contra el fascismo
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2015/05/20 22:20:29.688984 GMT+2
Publicado en El Estado Mental, 30 de abril de 2015.
Dtodos los capítulos de la historia universal, la Segunda Guerra Mundial ha sido sin duda uno de los más transitados por el séptimo arte. Este año, coincidiendo con el 70 aniversario del fin de la guerra, se confeccionarán –o deberían– listados y se programarán ciclos cinematográficos con las mejores películas ambientadas en aquel conflicto. Si una película no debiera faltar, ésa es la soviética Ve y mira (Idi i smotri, 1985) de Elem Klimov –cuyo título español incluyó un innecesario sustantivo inicial y terminó como Masacre: ven y mira–.
Ve y mira fue encargada por la Unión Soviética para conmemorar el 40 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, que en Rusia, y en general en todo el espacio post-soviético, se conoce como Gran Guerra Patriótica. La cinta narra la historia de un adolescente que decide unirse a los partisanos bielorrusos que combaten contra la ocupación alemana.
La primera vez que vi Ve y mira fue en una vieja y desgastada copia en el Kino Krokodil de Berlín –una pequeña y algo desvencijada sala en Prenzlauer Berg, especializada en cine de Europa oriental y Rusia, que resiste el envite de la gentrificación– en compañía de mi buen amigo, el también periodista Roger Suso, y puedo corroborar que, como escribió Daneet Steffens en su día para Entertainment Weekly, sus imágenes perturban al espectador y permanecen con él incluso mucho tiempo después de que se terminen los créditos.
¿Puede una película transmitir las sensaciones de una experiencia humana, que es, por definición, intransferible? Más aún, ¿puede transmitir la de una guerra?
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Escrito por: aferrero.2015/05/20 22:20:29.688984 GMT+2
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2015/05/11 14:27:18.971860 GMT+2
Artículo aparecido en Público el 24 de abril de 2015
El pasado 7 de abril, Jamzat Jirajmátov, Defensor del Menor de la República de Chechenia, anunció la puesta en marcha de una campaña para producir muñecos basados en héroes nacionales chechenos. El objetivo era luchar contra el dominio de juguetes occidentales basado en películas sobre superhéroes o similares, como los Transformers. La noticia fue recibida con burla desde la prensa occidental, y si bien la intención de las autoridades chechenas puede estar basada en un rechazo elemental a Occidente, la iniciativa también puede verse desde el ángulo opuesto. Y es que en ningún otro campo, la hegemonía cultural de Estados Unidos es tan visible ni ha sido tan bien estudiada como en el cine.
Países como India o China, con ricas culturas milenarias, se enfrentan a la enorme presión de la cultura de masas estadounidense. El cine ruso no es ninguna excepción. Su industria cinematográfica, heredada de la de la Unión Soviética y que acusó, como el resto del país, los efectos de la terapia de shock neoliberal de los noventa, comienza a mostrar signos de recuperación. Hoy, incluso, puede financiar películas de gran presupuesto que, aunque en raras ocasiones llegan a las pantallas de los cines europeos âÂÂy mucho menos los estadounidensesâÂÂ, en casa pueden competir relativamente bien con las cintas procedentes de EEUU.
Las subvenciones han sido clave en esta recuperación. Entre 2010 y 2012 pasaron de un 19% al 44%. En los correos electrónicos de Sony filtrados recientemente por Wikileaks llama la atención uno de Chris Marcich, de la Motion Picture Association of America (MPAA), del 26 de marzo de 2014. Marcich expresaba a sus colegas su preocupación por la existencia de una mesa de negociaciones entre el ministro de Cultura ruso, Vladímir Medinski, varios diputados de la Duma y representantes de la industria cinematográfica para debatir la introducción de cuotas de pantalla como las que existen en Francia. El correo de Marcich da una idea de cómo la industria del cine estadounidense trata de defender sus intereses intentando evitar que otros hagan lo mismo con la propia.
Leer más: Superhéroes de Occidente contra héroes de la URSS (Público).
Escrito por: aferrero.2015/05/11 14:27:18.971860 GMT+2
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2015/04/20 21:00:31.378830 GMT+2
Artículo aparecido en Gara el 18 de marzo de 2015.
A comienzos del siglo XVIII, Suecia y Rusia se disputaron el control de Europa central y oriental en un conflicto que se prolongó durante 21 años y que sería más tarde conocido como la Gran Guerra del Norte. Carlos XII, el rey de Suecia, ordenó en 1706 tras una serie de reveses militares de su rival, el zar Pedro I, la invasión de Rusia y la captura de su capital, Moscú. Sin embargo, los mariscales rusos optaron por evitar el enfrentamiento directo con sus adversarios y emplearon la táctica de tierra quemada. Aprovechando su dominio sobre Sajonia, el rey sueco decidió desplazarse al sur, hacia Ucrania, donde esperaba matar dos pájaros de un tiro: resolver sus problemas logísticos, derivados de la escasez de alimentos para sus tropas y las bajas temperaturas, y apoyar la rebelión de los cosacos de zaporozhia atizada por el atamán Iván Mazepa –quien temía que la consolidación del Imperio ruso terminase con la autonomía del atamanato– antes de retomar su avance definitivo contra Rusia. Pero el ejército ruso se interpuso en su camino y derrotó al ejército sueco en la batalla de Poltava (1709). El resultado de esta batalla supuso el comienzo del fin para el imperio de Suecia y el fin del comienzo para el de Rusia. La capital del atamanato, la Sich de Zaporozhia, fue arrasada hasta los cimientos por el ejército ruso en 1775 y sus tierras, transferidas a la Gobernatura general de Nueva Rusia, creada en 1764 como distrito militar para la defensa del flanco sur del país.
La historia, huelga decirlo, nunca se repite. Pero los paralelismos son tentadores. Rusia no deseaba ningún conflicto en Ucrania. El Kremlin confiaba en que los lazos históricos y culturales con Ucrania facilitarían su adhesión a la Unión Económica Euroasiática (UEE), el proyecto de integración económica regional del espacio post-soviético del que forman parte Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Armenia y, dentro de poco, Kirguistán. Cuando el presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, decidió posponer en noviembre de 2013 la firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, comenzaron las protestas en Kiev. El Euromaidán fue rápidamente engullido por la violencia y la injerencia occidental –en Rusia hay incluso quien sostiene que todo formaba parte de una “revolución de color” desde buen comienzo– con el fin de provocar un cambio de régimen. En efecto, sin Ucrania, a la UEE la falta una importante pieza para consolidarse como entidad geopolítica. Por ese motivo, la Suecia de hoy –llamémosle Occidente– apoyó a la revuelta de los cosacos de Iván Mazepa de nuestros días –llamémoslo Maidán–, quienes, hoy como entonces, recelaban de las aspiraciones de gran potencia de su vecino. El resto de la historia es bien conocido y no merece la pena extenderse en él.
La ironía de este nuevo capítulo de las relaciones entre Rusia y Occidente es que el Kremlin ha transformado a su favor un conflicto que no quería. Al menos por el momento. Mucho se hablado de la psicología del presidente ruso, Vladímir Putin, de quien se dice que los servicios de inteligencia occidentales invierten grandes sumas de dinero en investigar. Se le ha comparado con frecuencia con un ajedrecista, por la tradición con que cuenta en Rusia este deporte intelectual de gran penetración estratégica y cuya esencia consiste en avanzarse varias jugadas al adversario. En realidad el judo se ajusta mejor a la metáfora.
Putin comenzó su carrera deportiva a los catorce años en el sambo, un arte marcial de origen soviético, antes de comenzar a practicar judo en el dojo Yawara de Leningrado, del que sigue siendo aún hoy miembro. Además de tener el sexto dan, Putin es autor de un libro publicado en 2004 titulado Judo con Vladímir Putin (en ruso) y Judo: historia, teoría y práctica (en inglés) que hoy es una auténtica rareza y se vende en Internet a precios exorbitantes. En Amazon un ejemplar nuevo no baja de los 341 dólares. (Putin no es, por cierto, ni el único ni el primer presidente judoka: Pierre Trudeau, primer ministro canadiense entre 1968 y 1979, llegó a obtener el segundo dan.)
El judo es, como es sabido, un arte marcial de origen japonés que equilibra la lucha física y las normas de etiqueta dentro de un entorno relativamente seguro. Su esencia consiste en aprovechar o provocar la pérdida de equilibrio del adversario para ganarle. La técnica por la que Putin es conocido es justamente ésa: el harai goshi.
Rusia no quería un cambio de régimen en Ucrania –una Ucrania integrada en la UEE o satelizada, en el peor de los casos, se ajustaba más a sus fines–, pero aprovechó la inestabilidad en Kiev para acelerar la adhesión de Crimea a Rusia. Rusia no quería realmente un conflicto separatista en Donbás –piénsese en lo que costará financiar la reconstrucción de Nueva Rusia tras la guerra y los años de falta de financiación por parte de Kiev en la modernización de infraestructuras–, pero está intentando aprovechar la situación para llevar el conflicto allí donde le interesa. Que no es otro lugar que la mesa de negociaciones. Pero no con Alemania ni con Francia, como ocurrió en Minsk, sino con EE.UU., a quien el Kremlin ve, razonablemente, como la potencia que domina Europa occidental, y con el objetivo de que se reconozca la esfera de influencia histórica rusa y se fijen las promesas incumplidas por parte de EE.UU. en 1991 tras la desintegración de la Unión Soviética. El problema es que un paso así sería considerado una derrota para EE.UU., pues enviaría el mensaje de que su hegemonía ha tocado techo y empieza un largo declive frente a la pujanza de los países emergentes de los BRICS, y señaladamente China, con quien mantiene actualmente un pulso en el Pacífico. Por si fuera poco, en Rusia reforzaría la popularidad de Putin y, por extensión, de la “vertical de poder”, el sistema político y socio-económico desarrollado bajo su mandato, con su mezcla de nacionalismo, neoliberalismo e intervencionismo estatal en sectores clave de la economía. De ahí que Gregorio Morán escribiese en La Vanguardia el pasado 14 de diciembre que «Ucrania es la aventura europea más inquietante del nuevo siglo. Gane quien gane, perderemos nosotros».
Hasta analistas como Mark Galeotti, poco sospechosos de simpatizar con el Kremlin, coinciden en que EE.UU., pero sobre todo la UE, tendrán que realizar concesiones si quieren encontrar una solución al conflicto en Ucrania y un modus vivendi con Rusia que le permita evitar el estancamiento de sus economías. Puede que, al final, las llamadas a respetar la integridad territorial de Ucrania se acaben convirtiendo en una de esas reivindicaciones periódicas de las que, una vez pasada la fecha de conmemoración, nadie se acuerda. Si no hay una secesión de Nueva Rusia, Ucrania tendrá que cargar con un conflicto congelado como los que hay en Abjasia, Osetia del Sur, Transnístria y Nagorno-Karabakh que impediría –al menos formalmente– su acceso a la UE y la OTAN. Si Ucrania se descentraliza, los líderes de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk tendrán que ser aceptados como interlocutores por el gobierno ucraniano.
Todo este tiempo Europa creía que Putin estaba jugando una partida de ajedrez y en realidad era un combate de judo. Ucrania es el tatami.
Escrito por: aferrero.2015/04/20 21:00:31.378830 GMT+2
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