En la primera mitad de los años 60 residí más de dos años en EE.UU., coincidiendo con uno de los periodos más tensos de la Guerra Fría: crisis de Berlín, carrera espacial y nuclear, crisis de los misiles cubanos, etc. Alojado en residencias militares con motivo de la realización de diversos cursos, tuve ocasión de conocer a varias familias estadounidenses que invitaban a menudo a los oficiales extranjeros que temporalmente éramos sus huéspedes. En ocasiones se establecieron estrechos lazos de amistad beneficiosos para ambas partes.
Durante una larga estancia en Texas, pude comprobar que el grado de familiaridad que esos contactos proporcionaban se llegaba a establecer en dos niveles bien marcados. El inicial se alcanzaba cuando el anfitrión mostraba orgulloso su panoplia de armas personales que en algunas ocasiones decoraban las paredes del salón principal de la casa y en otras se conservaban en vitrinas acristaladas en habitaciones más reservadas.
Marcas de fabricantes de armas, calibres, munición, miras telescópicas y otros detalles eran motivo de conversación habitual. Claro está que no se trataba de armas de coleccionista ni de armas inutilizadas para hacerlas inocuas, sino que se probaban a menudo con fuego real en algún club de tiro, pruebas en las que gozosamente participaban también los hijos. Las armas personales eran una parte tan importante de la familia como los animales de compañía que convivían con ella.
Asumida como natural esta peculiaridad, el siguiente grado de confianza al que podía aspirarse era llegar a saber, sin preguntarlo directamente, si el anfitrión disponía o no en su patio trasero de un refugio antinuclear. Llevando la conversación hacia el entonces omnipresente asunto de la inminente guerra nuclear, lo más que podía saberse era si la familia en cuestión la había previsto y estaba preparada para afrontarla. Nunca comentarían pormenores relativos al refugio ni, por supuesto, se lo mostrarían a un desconocido: la garantía de que si se desataba el apocalipsis la familia se protegería en él sin tener que competir con otras personas residía en mantenerlo en secreto ante todos los demás. Solo en la prensa podían leerse artículos sobre las peculiaridades de los diversos tipos de refugio que, al parecer, se vendían profusamente, como el que muestra la imagen.
Pues bien, medio siglo después los refugios antinucleares vuelven a estar de moda en EE.UU. según informaba el diario Haaretz el pasado sábado. Uno de los principales fabricantes de refugios, radicado en Texas, declaró que en los dos meses transcurridos desde que Trump se asentó en la Casa Blanca, la demanda de refugios nucleares creció un 400%, porcentaje aún mayor cuando se trata de refugios de alto standing. Hasta protegiéndose del supuesto desastre nuclear se advierte la desigualdad humana: los multimillonarios dispondrán bajo tierra de refugios con sauna y piscina, sala de cine o gimnasio.
El dueño de la empresa lo justifica diciendo que algunas personas vuelven a tener miedo a una guerra nuclear. Después de ciertas declaraciones de Trump piensan que mientras Irán, China o Rusia sean amenazas para EE.UU., Trump no se achantará y si recurre a la guerra utilizará armas nucleares. Añade que también algunos clientes tienen miedo de un colapso social y económico y desean protegerse al menos durante las primeras semanas de un posible caos ciudadano.
Preguntado sobre el tipo de clientes que solicitan sus servicios dijo que eran prósperos negociantes pero también políticos y famosos actores y deportistas. Según afirma el citado diario, Bill Gates y el propio Trump poseen refugios en varias de sus propiedades y los han ampliado recientemente.
El precio de los refugios de la compañía aludida en el diario empieza en 40.000 dólares para un refugio sencillo, equipado con cocina, camas y las comodidades elementales de una familia. Por unos 130.000 $ se adquiere el modelo básico, con unas dimensiones aproximadas de 3 X 15 m. con filtros de agua y aire, baño, ducha y retretes y un generador solar de electricidad. Tiene capacidad para alojar confortablemente a diez personas. Exportado e instalado en Europa costaría medio millón de dólares.
Los refugios de lujo pueden costar más de ocho millones de dólares, llegan a alojar cómodamente hasta 50 personas y están dotados de aparcamiento, piscina, jacuzzi y sauna, bolera, sala de cine y habitaciones de recreo. Todos ellos utilizan sistemas probados ya durante muchos años en instalaciones oficiales, incluso provistos de ascensores.
Nadie razonablemente cree en la posibilidad de una guerra nuclear en la que intervenga EE.UU. Pero así como el mismo Noam Chomsky, en recientes declaraciones, ha mostrado su temor a que un Trump defraudado en sus expectativas, frenado por el establishment e incumpliendo casi todas sus promesas electorales, sea capaz de simular un atentado terrorista para recuperar el apoyo popular que tanto necesita, la industria de los refugios antinucleares también se aprovecha para mejorar sus negocios de la imagen impulsiva e irreflexiva del magnate convertido en presidente. Mientras el asunto no vaya más allá, no hay todavía motivo para preocuparse. Pero conviene mantener los ojos bien abiertos y la mente lista para cualquier sorpresa.
Publicado en República de las ideas el 6 de abril de 2017
Comentarios
Conocí de primera mano el tema de los refugios antinucleares en Suiza en el 90, en un viaje veraniego, en casa de una familia suiza. Se me revolvieron las tripas, lo reconozco. Indivudualismo a la enésima potencia. Acabábamos de pasar la década de Reagan con una clara amenaza de guerra nuclear. Pero, ¿para qué un refugio nuclear? ¿Cuánto tiempo se puede malvivir ahí? ¿Para qué sobrevivir? En vez de encaminar los esfuerzos en evitar la guerra, para evitar las fábricas de armas, para dar luz a tanta información inventada (http://www.grupotortuga.com/Los-mayores-diarios-del-mundo-se), se dedican al cultivo del puro individualismo. Un saludo.
Escrito por: Juanjo.2017/04/19 16:02:5.047943 GMT+2