En este año 2021 se cumplirá el 20º aniversario del comienzo de la guerra contra el terrorismo que el presidente George W. Bush desencadenó con un mensaje radiodifundido el 29 de septiembre de 2001, pocos días después de los atentados del 11-S. Su alocución comenzó así: "Buenos días. Deseo informarles a ustedes sobre los avances logrados en muchos frentes de nuestra guerra contra el terrorismo. Es una clase diferente de guerra, que haremos de forma agresiva y metódica, para perturbar y destruir la actividad terrorista".
Para aclarar por qué iba a ser una "guerra diferente", añadió: "[Será una guerra] más extensa que los teatros de operaciones y las playas de desembarco del pasado. Se librará allí donde los terroristas se oculten, huyan o hagan planes. Algunas victorias se alcanzarán fuera de los ojos del público, evitando tragedias y eliminando amenazas. Otras serán bien observadas por todos".
Dicho de otro modo: no habrá declaraciones formales de guerra, ni el Congreso tendrá que autorizarlas. Se utilizarán todos los recursos que sean precisos: desde la actuación secreta de la CIA (detenciones, torturas, asesinatos selectivos) hasta los atentados con drones o ataques aéreos desde o contra cualquier país.
Pues en esa situación estamos todavía. Los teatros de operaciones de la guerra contra el terror se extendieron por todo el mundo: desde Irak, Afganistán y Siria, alcanzaron Filipinas, Yemen, Somalia, Siria, Níger, Burkina Faso... y otros territorios asiáticos y africanos. Esas guerras han causado unas 340.000 víctimas civiles y han forzado a más de 37 millones de personas a abandonar sus hogares.
La más prolongada de todas es la de Afganistán. Empezó en 2001 con el nombre clave de "Justicia infinita", siguió como "Libertad duradera" y, aunque el Departamento de Defensa anunció su finalización en 2014, sigue activa hoy como "Centinela de la libertad". Ni en Afganistán ni en otros países se han alcanzado los objetivos buscados ni se han materializado la justicia, la libertad o la democracia que fueron las banderas que se enarbolaron. Muy al contrario, en esos mismos países fueron naciendo nuevos grupos terroristas que tomaban el relevo de los que desaparecían, a veces con mayor virulencia e incluso con más apoyo de las poblaciones locales.
Ante esta situación, Biden ha llegado a reconocer que las guerras estadounidenses del siglo XXI, además de sembrar tragedias que afectan a millones de seres humanos, han dañado profundamente a EE.UU.: "Los conflictos enquistados e irresolubles perjudican nuestra capacidad para liderar en otras cuestiones que requieren atención y nos impiden reconstruir otros instrumentos de nuestro poder".
Un periodista colaborador del Nation Institute hace unos días describía así la disyuntiva que ha encontrado Biden al entrar en el Despacho Oval de la Casa Blanca: "Ser el primer presidente de este siglo que no aumente su envite en un conflicto irremediable o el cuarto presidente que fracase en las guerras que no pueden ser ganadas".
En unos meses sabremos si EE.UU. se suma a la vieja costumbre europea de denominar las guerras por los años de duración (guerra de los Treinta Años, etc.) añadiendo una nueva entrada al Diccionario de las guerras de George C. Kohn: "Guerra de los Veinte Años en Afganistán". O si, por el contrario, EE.UU. explora nuevos caminos que no traigan consigo más guerras, destrucción y muerte.
Publicado en República de las ideas el 11 de febrero de 2021
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