Ya está casi olvidada aquella invasión de Iraq que iba a convertir al país en una ejemplar democracia (una vez eliminadas las armas de destrucción masiva y derribado el peligroso dictador que con ellas amenazaba a Occidente y oprimía a su pueblo), democracia que sería el modelo a seguir por otros países árabes y que se beneficiaría del generoso influjo cultural y de progreso que le llegaría desde Washington.
Para comprobar el género de democracia que ahora reina en ese desdichado país, tras largos años de guerra y violencias variadas, nada mejor que describir las vicisitudes de una periodista iraquí, colaboradora del infatigable Institute for War and Peace Reporting (Instituto informativo sobre la guerra y la paz) en su agencia de Bagdad.
Abeer Mohammed no había salido de Iraq desde la caída de Sadam y necesitaba un pasaporte para asistir a los actos del Día Mundial de la Libertad de Prensa, celebrado el pasado mes de mayo en EEUU. Así que tuvo que iniciar el habitual periplo burocrático que en muchos países es necesario recorrer para obtener el codiciado documento.
En Iraq el asunto es más complicado que lo habitual, para ciertas personas. Si una mujer quiere conseguir su documento de identidad necesita la mediación de algún hombre: padre, hermano, marido o hijo. Y para obtener el pasaporte, además del documento de identidad debidamente refrendado, necesita su tarjeta de racionamiento y el documento de empadronamiento. Ninguna mujer puede lograr estos documentos si no dispone de un pariente masculino que la avale.
Sabedora de estas complicaciones, Abeer inició su odisea; durante varios días estuvo tramitando documentación en diversas ventanillas, con la peculiaridad de que los funcionarios sentados al otro lado no le admitían papel alguno si no lo hacía acompañada por un hombre. Ni su firma ni sus huellas dactilares tenían valor sin las del hombre que la garantizaba. Por fin, un día fue avisada de que podía pasar a recoger el deseado pasaporte. Dejemos que sea ella misma quien describa la experiencia:
"Cuando vi mi pasaporte en manos del funcionario, me invadieron muchos sentimientos. Estaba muy feliz por ver que me lo habían expedido, pero a la vez impaciente por tenerlo en mis manos y preocupada por si en el último momento surgía algún obstáculo. Nunca imaginé que algo tan sencillo pudiera hacerme experimentar tantas sensaciones. El funcionario revisó una y otra vez las fechas de los documentos y examinó los datos de mi padre y de mi marido. Comprobó mis huellas dactilares. Por último, me miró y me dijo que no podría entregarme el pasaporte si no estaba acompañada por un familiar masculino.
"Esta frase me produjo una profunda irritación. Le repliqué con firmeza que había estado acompañada por familiares masculinos durante toda la tramitación del documento y que ya no podía hacerles perder más tiempo. Intentando suavizar las cosas, él me dijo: 'Cualquier pariente masculino puede venir con usted: un tío, un sobrino, un primo'. Se me acabó la paciencia que tanto me había costado conservar. Le respondí que tenía 29 años, que era periodista y que no podía entender por qué él tenía mi pasaporte en sus manos y no me lo entregaba. Le dije que comprobara todo lo que deseara, que llamara por teléfono a mi familia, cuyo número le di, pero que yo necesitaba ya ese pasaporte. Vaciló por última vez, y sin decir palabra lo puso en mis manos. Con ello, no obstante, mi victoria solo era parcial. Necesitaría el permiso escrito de un familiar masculino para poder viajar al extranjero".
Concluye así su relato: "La nación necesita tanto a sus ciudadanos como a sus ciudadanas. Si se nos excluye y se nos dificulta el acceso a nuestros derechos, haciéndonos dependientes de nuestros parientes masculinos y considerándonos ciudadanos de segunda clase, el que más perderá será nuestro propio país".
Poco le serviría de consuelo a la periodista iraquí saber que hay otras mujeres que, además de ser discriminadas como ella, viven en permanente peligro, como acaba de revelar la agencia TrustLaw. No es extraño que otro país que ha sufrido también los esfuerzos democratizadores de Occidente, como Afganistán, encabece la lista de los países más peligrosos para las mujeres, seguido por la República Democrática del Congo, Pakistán, India y Somalia.
No será democratizándolos a bombazos como se logre que respeten los derechos humanos los países que los vulneran sistemáticamente. No hace muchos años, también en España una mujer necesitaba el "permiso marital" para viajar sola al extranjero, e incluso para disponer de sus propios bienes. Otros países también pueden progresar de un modo similar. Lo que se requiere es un esfuerzo tenaz para difundir y proteger los valores irrenunciables de todos los seres humanos, luchar contra los arraigados prejuicios religiosos, eliminar el analfabetismo aún dominante en amplias capas de la población femenina de los países menos desarrollados y tener bien presente que, mientras quede en el mundo una mujer que pueda padecer el trato sufrido por la periodista iraquí, la injusticia y la sinrazón seguirán reinando y los bienintencionados discursos de progreso y desarrollo no serán otra cosa que deleznable retórica.
Publicado en CEIPAZ el 11 de julio de 2011
Comentar