Un bulldozer (escrito así, en bastardilla) es, según el diccionario de la Real Academia Española, “una máquina automóvil de gran potencia, provista de una pieza delantera móvil, de acero, que le permite abrirse camino removiendo obstáculos”. La RAE también acepta llamarla “buldócer” (ahora sin bastardillas), pero como esta palabra suena a chuchería infantil (¡mamá, cómprame un buldócer!) es casi seguro que el vocablo no llegará a arraigar entre nosotros.
En todo caso, se trata de un artefacto bastante común entre la variada maquinaria de obras públicas, al que se suelen atribuir efectos generalmente benéficos para la comunidad, tales como despejar vías y carreteras obstaculizadas, abrir caminos y colaborar activamente, en suma, en caso de catástrofes naturales u otro tipo de contingencias.
En el mundo de la maquinaria pesada y entre sus usuarios tiene especial relevancia la marca Caterpillar, la empresa estadounidense que ya a finales del siglo XIX empezó a fabricar tractores sobre orugas (no otra cosa significa la el vocablo inglés caterpillar) para aplicaciones agrícolas. Como sucede a menudo, todo lo que pueda tener utilización militar acabará siendo utilizado por los ejércitos, y así ocurrió durante la 1ª Guerra Mundial, a partir de la cual se empezó a llamar “caterpillar” a todos los tractores que remolcaban por el teatro de operaciones europeo aquellos enormes cañones y obuses que vieron la luz en esa contienda.
Bastantes años después, el nombre comercial de Caterpillar saltó a las primeras páginas de la actualidad por un lamentable acontecimiento. En marzo de 2003, una de esas máquinas utilizadas por el ejército israelí en Gaza aplastó a una joven activista estadounidense, Rachel Corrie, que se manifestaba contra la demolición de una vivienda palestina. Conviene saber que el empleo de maquinaria pesada de nivelación es habitual por el ejército de Israel en la destrucción de edificios y, según los datos de algunas organizaciones no gubernamentales judías, casi 12.000 hogares palestinos han sido destruidos por tan expeditivo método en los últimos diez años.
En el catálogo de Caterpillar se incluye un modelo especial de bulldozer, el D9R, provisto de blindaje, adecuado para uso militar, modificado en Israel para resistir disparos de armas ligeras, proyectiles perforantes y explosiones de minas. Esta fue la máquina que aplastó a la joven norteamericana.
Por aquel tiempo la rama estadounidense de Amnistía Internacional (AI) hizo público el siguiente comunicado: “Como principal proveedor de armas a Israel, EEUU debe adoptar medidas para garantizar que las armas que suministra no se utilicen violando sus propias leyes o las internacionales. AI y otras organizaciones de defensa de los derechos humanos en Israel y Palestina han informado del uso por Israel de fuerza desproporcionada, excesiva y letal, sin cuidarse de la vida del personal civil, así como de ejecuciones extrajudiciales y destrucción ilegal de la propiedad privada, que han causado la muerte de personas inocentes”.
Las cosas de palacio van despacio, según se dice, y mucho más despacio ocurren en Israel los casos en los que las atrocidades que sufre el pueblo palestino salen a la luz y son sometidas a escrutinio ante los ojos del mundo. Pero algo se ha movido y el diario israelí Jerusalem Post informaba el mes pasado de que Caterpillar había suspendido temporalmente la entrega de varias decenas de esas máquinas niveladoras al ejército israelí.
Lo ocurrido abre una puerta a la esperanza: los padres de la joven que hace más de siete años fue aplastada en Gaza iniciaron un proceso civil contra el Gobierno de Israel en un juzgado de Tel Aviv por la muerte de su hija. Mientras dura su tramitación, ha quedado en suspenso el acuerdo comercial entre Caterpillar y el ejército de Israel, que se estima en unos 50 millones de dólares. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos creen ver en esta medida una admisión indirecta de culpabilidad de la corporación estadounidense, en el sentido de que el uso que se está dando a sus máquinas en Israel viola la legislación internacional.
Es posible que, a pesar de todo, nada cambie y que, concluido el juicio, se declare la irresponsabilidad del ejército en la muerte de la joven activista y se la atribuya a una simple imprudencia personal. Pero no deja de suscitar cierta esperanza el hecho de que la justicia -aunque sea la de Israel y quepa dudar de su imparcialidad en el caso- tome cartas en un asunto que implica seriamente al Gobierno israelí, a la industria pesada de EEUU y al pueblo palestino. Tres vértices de un triángulo -EEUU, Israel, Palestina- en el que se juega en gran medida la estabilidad del Oriente Próximo.
Publicado en República de las ideas el 12 de noviembre de 2010
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