Aunque las repetidas amenazas de Trump contra el régimen teocrático de Teherán suelen ir acompañadas de otros comentarios menos belicosos, según es costumbre en el volátil tuiteo del inquilino de la Casa Blanca, no por eso desde Moscú se deja de considerar la posibilidad de una confrontación armada entre ambos países.
La eliminación violenta del régimen islámico de Irán haría que Moscú perdiese capacidad de influencia en Oriente Medio y significativamente en Siria, que podría resultar más amenazada por EE.UU. y sus aliados, dañando los intereses rusos en la zona.
Además, un ataque estadounidense contra Irán sería considerado como el puñetazo definitivo sobre la mesa que revelaría al mundo la decidida voluntad de Washington de remodelar a su gusto el equilibrio de poderes en esta crítica región.
No faltan tampoco en Moscú voces que exigen que no se repita la tibia o nula reacción rusa cuando la OTAN intervino en lo que fue la antigua Yugoslavia o ante el injustificado ataque de EE.UU. contra Iraq, que desencadenó el caos aún reinante en la zona.
Putin aspira a hacer de Rusia una superpotencia mundialmente reconocida y por eso está interesado en hacerse oír en cuanto surge alguna crisis internacional de vasta repercusión, como sería un ataque de EE.UU. contra Irán.
Por todo lo anterior, lo más probable sería que Moscú contribuyese, abierta o solapadamente, a reforzar las capacidades defensivas de Teherán, lo que además beneficiaría a la industria bélica rusa. O incluso que desplegara algunas unidades militares en territorio iraní, para complicar la posible ofensiva de EE.UU. Procedimiento no muy distinto al utilizado en Venezuela, donde en apoyo de Maduro Rusia envió un limitado contingente militar por vía aérea.
No es descartable desde un principio que Moscú proporcione a Teherán apoyo de inteligencia, lo que ambos países ya han compartido durante la guerra contra el Estado Islámico en Afganistán, informando a Irán sobre despliegues y movimientos de tropas estadounidenses detectados por los servicios rusos de información.
Naturalmente, no es concebible pensar que Putin pudiera dejarse implicar en un enfrentamiento bélico entre EE.UU. e Irán y es obligado deducir que utilizará todos sus recursos para reducir las posibilidades de tal conflicto. La política rusa se moverá, pues, entre esta opción y la de resistirse a cualquier cambio radical que en favor de EE.UU. pudiera desequilibrar la balanza de poder en el Medio Oriente.
Esto nos lleva a deducir que si los sectores más belicistas del Pentágono y la Casa Blanca están soñando con una operación militar, rápida y fácil, contra el régimen de los ayatolás, deberían tener en cuenta que Rusia no se mantendrá neutral. Aunque no participe directamente en la guerra, puede dificultar mucho la posibilidad de que Trump exclame triunfalmente Mission accomplished! tras haber eliminado del poder a Alí Jamenei y sus correligionarios.
Al igual que, justo hace 66 años y en el mismo país, EE.UU., con la ayuda del agonizante imperio británico, derrocó al demócrata presidente Mosaddeq y lo reemplazó por el autoritario sah Reza Pahlevi. Mucho de lo que después se ha padecido en las antiguas tierras persas tuvo ahí su origen.
Publicado en República de las ideas el 30 de mayo de 2019.
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