Estimados (¿e improbables?) lectores desconocidos de mi blog "El viejo cañón":
En el último comentario aquí publicado ("Paz en la guerra") hago una alusión incidental a los diversos monumentos bélicos erigidos por el mundo.
De los que he visitado en varios países, tiene para mí especial relevancia el erigido en Ekaterimburgo a los muertos en la guerra de la Unión Soviética en Afganistán entre 1980 y 1989.
Conviene olvidar cualquier significado político previo para valorar en su justa medida el poder evocativo de este monumento, del que en Youtube he añadido una imagen parcial.
Diez columnas con los nombres de los muertos en cada uno de los diez años de ocupación soviética de Afganistan rodean a una sola figura humana.
Esta no es un aguerrido general sobre un soberbio caballo, con el sable desenvainado que señala el futuro de la patria. Tampoco es un ilustre prócer en arrogante postura, ni un emperador, rey o mariscal.
Es.... simplemente un soldado. El soldado de esta guerra, pero también el de todas la guerras. Abatido, sentado, cansado, cabizbajo, agotado... Apenas le quedan fuerzas para sostener su kalashnikov.
Un soldado como aquellos a los que se alude en la letra de una famosa marcha militar francesa del siglo XIX: "...iIs étaient sans pain, sans souliers / La nuit, ils couchaient sur la dure / Avec leur sac pour oreiller" (No tenían pan, ni zapatos; dormían de noche sobre el suelo, con la mochila por almohada).
Es el monumento puro y esencial al soldado, el ladrillo básico e imprescindible con el que se construyen todas las guerras. Sobre sus hombros recae la alegría de la victoria o la decepción de la derrota que repercute en sus conciudadanos. Sobre sus hombros prosperan los que escalan altos puestos militares o políticos y los que hacen fructuosos negocios en todas las guerras.
Permitidme agradecer la atención que prestáis a mis comentarios semanales, haciéndoos partícipes de este breve desahogo bélico-sentimental.
¡Felices fiestas!
Alberto Piris
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