Entre los manifestantes prorrusos del Donbas, que reclamaban su derecho a hacer lo mismo que los que se habían sublevado, algunas semanas antes, en el Maidan de Kiev ("si allí se apoderaron de edificios gubernamentales y acabaron expulsando al presidente legítimamente elegido ¿por qué no podemos hacer lo mismo en Donetsk?"), hubo uno que respondió así a un periodista europeo: "Para nosotros es imposible ser a la vez amigos de Europa y de Rusia: son como el perro y el gato". Y añadió: "Si Rusia estuviera aquí, volvería el orden y se lucharía contra la corrupción".
Aparte de esa repetición de eslóganes sembrados por la propaganda de los bandos enfrentados, existe un hondo sentimiento en gran parte de la población del este ucraniano -donde se ha proclamado la República de Donetsk- de que los animosos trabajadores industriales del Donbas subvencionan con su esfuerzo a los perezosos ucranianos del noroeste agrícola, lo que provoca rencor. Es algo parecido a lo que en ocasiones ocurre en la Unión Europea entre los pueblos nórdicos y los mediterráneos.
La actual efervescencia en las regiones rusoparlantes de Ucrania fue propiciada por la brusca desaparición del Gobierno de Yanukovich, aparte de las ingerencias foráneas, orientales y occidentales, en la política ucraniana. La autoridad provisional que surgió en Kiev tras la violencia que se apoderó del Maidán simplemente no alcanzó al este ucraniano, donde se esfumó la presencia del Estado. Para rellenar el vacío producido, el primer aspirante ha sido el poder de los oligarcas locales, ya bien asentados en la zona desde que se desintegró la URSS. ¿Han sido éstos manipulados desde Moscú, que es claramente el segundo aspirante? De momento no hay pruebas de que así sea, pero es patente que los intereses de ambas partes son coincidentes.
Nada indica que lo ocurrido en Crimea pudiera repetirse en el Donbas, donde las circunstancias son distintas desde muchos puntos de vista, incluyendo los antecedentes históricos que hacían prácticamente inevitable la reintegración de la península a Rusia. Todo parece apuntar a que, lejos de reproducir el presunto expansionismo del pasado (aquellas divisiones acorazadas soviéticas que de improviso cruzarían el Rin hacia París y Madrid, contra los que se creó la Alianza Atlántica), la actual política de Moscú se inclina por una federalización de Ucrania que se adapte a las peculiaridades, étnicas, lingüísticas y culturales del país.
Esto daría nacimiento, con toda probabilidad, a una República del Donetsk, controlada por los actuales oligarcas de la región y sobre la que Rusia ejercería una influencia dominante, al menos para satisfacer sus propios intereses de seguridad. Estos intereses son el motivo dominante de la política rusa a lo largo de toda su historia. La mentalidad estratégica estadounidense, desarrollada en un país donde jamás ha puesto pie un soldado enemigo, es incapaz de entender la tradicional preocupación rusa por su seguridad periférica, avalada por las numerosas invasiones que a lo largo de los siglos ha tenido que padecer.
La contrapartida de esa nueva república prorrusa podría ser la probable hegemonía en el resto de Ucrania del neofascismo del partido Svoboda, como muestran ostensiblemente las banderas rojinegras profusamente desplegadas en Maidán. Son las herederas del movimiento dirigido por Stepan Bandera, que en la 2ª Guerra Mundial apoyó a los invasores nazis y colaboró en el exterminio de judíos y polacos. Esas banderas, digamos de paso, no son las tradicionales del movimiento obrero (negro del anarquismo y rojo del sindicalismo), porque las de Kiev simbolizan la sangre y la tierra sobre la que se derrama, según describen los que orgullosamente las despliegan.
Una vez más reina la confusión respecto al desarrollo de los acontecimientos: el Gobierno provisional de Kiev tilda de terroristas y separatistas a los que otros llaman prorrusos y rechazan el golpe de Estado que terminó con Yanukovich; y éstos tachan de fascistas a los que otros consideran europeístas y prodemócratas. También las noticias sobre los enfrentamientos en el Donbas o la violencia desatada en Odesa difieren sustancialmente según el origen de la información. En Washington y en Bruselas vuelven a resonar -aclaremos: con sordina- algunos tambores prebélicos, aunque solo tengan, por ahora, efectos verbales y psicológicos. De creer en los ominosos augurios del Pentágono o de la OTAN, Rusia habría invadido ya Ucrania, al menos tras la matanza de prorrusos en el incendio de Odesa, y la guerra estaría incubándose en los cuarteles generales de Bruselas o Moscú.
En estas circunstancias, pensar en unas elecciones presidenciales, como insisten las autoridades políticas europeas y estadounidenses, es de todo punto irreal. Se necesita un mínimo apaciguamiento de la violencia desencadenada, para que el pueblo ucraniano, profundamente dividido -como ya lo estaba antes del conflicto, pero más radicalizado después de iniciado éste-, pueda expresarse libremente en las urnas. Tirando de Ucrania a la vez desde el este y desde el oeste, solo se logrará desgarrarla definitivamente; si ésta ha de ser la solución, lo deseable sería que se alcanzase pronto y sin más sangre. Moscú, Bruselas y Washington son los únicos que pueden abrir este camino.
Publicado en CEIPAZ, 8 de mayo de 2014
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