El pasado 12 de octubre escribí en estas páginas digitales un comentario titulado "Las armas siguen matando en EE.UU.", que concluía así:
"Todo parece indicar que la situación actual se mantendrá largo tiempo porque las armas son un componente arraigado en la cultura nacional, con el que la NRA [National Rifle Association] sintoniza con habilidad, exagerando las amenazas y promoviendo el apoyo formalmente democrático a su ideología. Es de temer que las armas de fuego seguirán matando ciudadanos de EE.UU. a menos que algún factor, hoy impredecible, llegara a inducir una revolución cultural que no pasa de ser un sueño".
Pues bien, las armas de fuego han seguido matando. Si el 1 de octubre pasado un tiroteo masivo en Las Vegas produjo 58 víctimas mortales y varios centenares de heridos entre los asistentes a un festival musical, hecho que suscitó el comentario antes citado, un mes después, el domingo 5 de noviembre, otro asesino múltiple mató a 26 personas en una iglesia baptista próxima a San Antonio de Texas.
Pero en este nuevo atentado masivo se produjo un hecho singular: dos vecinos armados persiguieron al asesino y dispararon contra él, aunque según los detalles hasta ahora conocidos no fueron ellos los que lo abatieron, pues posteriormente fue hallado su cadáver con signos de suicidio, probable consecuencia de verse acorralado.
Esto viene a confirmar algo que también expuse en mi comentario, respecto a la opinión expresada por algunos ciudadanos, partidarios de la NRA, de que "solo se alcanzará la paz urbana cuando haya más personas buenas que malas portando armas". Esto convertiría ciertas zonas de EE.UU. en escenarios similares al de "Duelo en el OK Corral", con la condición de que los "buenos" fueran tiradores más expertos que los "malos". ¡Estremecedora perspectiva!
Lo anterior es un ejemplo ostensible de esa cultura del armamento personal, tan enraizada en ciertos sectores de la población estadounidense que, en último término, confían más en sus propias armas y en las de sus vecinos que en la seguridad que proporcionan los organismos del Estado. Por eso, uno de los dos perseguidores del criminal, tocado con el típico sombrero texano (ver la fotografía adjunta), fue homenajeado calurosamente por sus vecinos, aunque él se excusó diciendo "No soy un héroe. Hice simplemente lo que había que hacer". De ese modo se convirtió en el paradigma que el resto de la población debería imitar, reforzando una vez más la cultura del armamento personal.
Más que reflexionar sobre la imperiosa necesidad de abordar el modo de transformar esa peligrosa cultura que, como la bandera de las barras y estrellas, hinca sus raíces en lo más profundo de la americanidad a estilo EE.UU., los medios de comunicación de este país están más preocupados en averiguar cómo el asesino pudo adquirir libremente el año pasado un rifle semiautomático y otras armas ligeras, a pesar de tener antecedentes muy negativos.
Expulsado de la Fuerza Aérea, condenado por maltrato familiar y tras un año de encarcelamiento, sus datos personales no figuraban en el fichero que incluye a quienes, por diversos motivos, se les prohíbe adquirir armas de fuego.
Poco va a importar descubrir la causa de ese fallo burocrático cuando la legislación sobre las armas personales varía de Estado en Estado e incluso en algunos de ellos se relajan las restricciones, como en Georgia, donde ahora se autoriza portarlas en colegios, clubes nocturnos y otros lugares públicos.
Las estadísticas son alarmantes: tres de los cinco tiroteos masivos más sangrientos de la historia moderna de EE.UU. se han producido en los últimos dieciséis meses. Las causas pueden ser muchas: armas más potentes y rápidas; asesinos que planifican mejor sus crímenes; efecto multiplicador y "glorificador" de los medios de comunicación; y algunos otros factores que los psicólogos sociales se esfuerzan por analizar.
No obstante, Trump, durante su visita a Japón, comentó que en la iglesia de Texas podrían haber muerto muchas más personas si el uso de armas privadas hubiera estado más restringido, porque "No hubiera estado presente ese valiente con sus armas y en vez de 26 muertos hubiéramos tenido varios centenares". A Trump, como era de temer en casos como el aquí comentado, se le puede aplicar con acierto la expresión castellana de raíces moriscas: "Erre que erre".
Publicado en República de las ideas el 9 de noviembre de 2017
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