En marcha todavía al escribirse estas líneas el laborioso recuento electoral en EE.UU., he aquí tres conclusiones trazadas a vuelapluma:
1) La convocatoria y sus efectos inspiran en algunos un temor parecido al de una catástrofe natural.
Las imágenes de locales y comercios siendo reforzados con planchas de madera atornilladas en puertas y ventanas, como si de llegada de un huracán de fuerza cinco se tratase, muestran lo anómalo del actual proceso electoral, si no fuera porque todo lo demás también es extraordinariamente insólito. ¿Dónde queda "el gozo de votar" que elogiaban aquellos viejos manuales de política democrática para uso del pueblo?
2) La fiabilidad de las encuestas
Que los encuestadores y sus empresas utilizan a menudo métodos inadaptados a la realidad social de las poblaciones sobre las que actúan ha quedado más que demostrado en el país donde primero surgió con fuerza la ciencia de la publicidad comercial y los métodos de encuestar en los que se basaba.
Los coeficientes modificadores y otros artificios presuntamente estadísticos parecen no tener en cuenta que lo que algunas personas declaran no es lo que piensan sino lo que esperan que satisfaga al encuestador. Así de simple.
3) El esotérico sistema electoral
Son muy enrevesados en EE.UU. los conductos por los que la voluntad popular (es decir, la que cada ciudadano introduce en la urna en forma de voto) se filtra y encamina hasta decidir quién es el elegido. Resulta sorprendente que en la que se tiene como la primera democracia del mundo no sea siempre elegido el que más votos populares obtiene.
Eso, sin tener en cuenta los artificios legales y jurídicos que pueden dificultar e incluso impedir la libre expresión de su voluntad a ciertos sectores minoritarios de la población. Sobran explicaciones históricas o sociales sobre el porqué de estas anomalías que perduran en la actualidad: simplemente, eso no es una democracia ejemplar y, en ocasiones, ni siquiera es democracia.
Publicado en República de las ideas el 5 de noviembre de 2020
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