En la noche del pasado miércoles, justo treinta años después de aquel fatídico 23-F, TVE-2 transmitió una entrevista realizada por Iñaki Gabilondo al exministro de Defensa Alberto Oliart, que asumió el cargo justo después del fallido golpe de Estado, y a la actual ministra de Defensa, Carme Chacón. Se trataba de reflexionar sobre cuáles habían sido los pasos dados en la transformación de los ejércitos, que habían permitido llegar a la situación actual, en la que el golpismo que tan grotescamente asomó aquel triste día ha dejado de ser una preocupación para los españoles y hoy resulta prácticamente inconcebible.
Entre los tres fueron recordando los hitos más señalados de esta larga y delicada evolución, gestionada por los Gobiernos que desde entonces se han sucedido en España. El propio 23-F fue el primer paso de esta trayectoria. Produjo un cierto efecto de vacunación contra el golpismo; sobre todo, como recordó Oliart, el desarrollo del proceso y la condena de los principales implicados en lo que se dio en llamar “trama militar” del golpe, dejaron claro que la incipiente democracia española poseía los instrumentos necesarios para mantener a sus fuerzas armadas dentro de los límites impuestos por la Constitución. Muchos dudaban aquellos días de que el “juicio de Campamento” llegara a buen fin y que unos militares pudieran hacer caer sobre otros todo el peso del Código de Justicia Militar.
Otras transformaciones importantes fueron recordadas por los entrevistados. El ingreso de España en la OTAN, de cuya ceremonia inicial fui testigo privilegiado por el cargo que entonces ejercía en Bruselas, abrió los ojos de los ejércitos a otras perspectivas distintas de las hasta entonces habituales del “enemigo interior”. Mostré oficialmente a mis superiores mi reticencia a un ingreso tan precipitado, en el que España ni siquiera negoció las contrapartidas que hubiera podido obtener y con el cual parecía que el Gobierno buscaba, sobre todo, encauzar a los militares por nuevos rumbos. Aunque sigo sosteniendo que la OTAN no es para Europa el mejor modo de organizar su defensa, reconozco que para los ejércitos españoles ha sido, a la larga, una acertada medida en el camino de su plena profesionalización.
Durante la entrevista se fueron citando otros hitos importantes, como la incorporación de la mujer a los ejércitos y la supresión del servicio militar obligatorio.
Mostró Chacón su satisfacción por el éxito alcanzado en algo que hace treinta años parecía inconcebible: las mujeres contribuyendo con éxito y distinción a la actividad de las fuerzas armadas, en lo que España ocupa uno de los puestos más avanzados. Los que asumimos la profesión militar a comienzo de los años cincuenta del pasado siglo podemos valorar en su justa medida la enorme y positiva innovación que esto ha supuesto en la mentalidad militar tradicional.
Al tratar de la rápida transformación de los ejércitos desde la anterior conscripción al actual voluntariado, el entrevistador mostró su discrepancia porque, en su opinión, el proceso no fue suficientemente discutido por la sociedad. Objetó que eso podía hacer que la juventud española se desvinculara del concepto de la defensa. Chacón le recordó, con sobrada razón, que la “mili” tampoco había garantizado esa supuesta vinculación ciudadana con la defensa, ya que dejaba fuera a la mitad de la juventud española: las mujeres. Tanto ella como Oliart incidieron en la necesidad de un ejército profesional por la creciente complejidad tecnológica de los nuevos instrumentos bélicos, que hacía inviable su manejo eficaz en los cortos plazos de instrucción del servicio militar obligatorio. También se aludió a cómo una creciente objeción de conciencia complicaba mucho los procesos de reclutamiento.
Ninguno de ellos citó la principal objeción a la conscripción. Si el Estado es el responsable de asegurar a sus ciudadanos ciertos servicios ¿por qué sólo para uno de ellos -la defensa militar- exige la prestación forzosa de algunos ciudadanos, y para otros -educación, sanidad, justicia… – se sirve de sus propios recursos? Es cierto que en la prosperidad de un país influye el hecho de que se sienta seguro y bien defendido, pero esa seguridad solo es condición previa para que puedan darse, sin ingerencias extrañas, las condiciones suficientes para el bienestar y la prosperidad de los ciudadanos, lo que depende de otras instituciones y servicios de carácter civil. La sociedad ha evolucionado lo suficiente como para hacer obsoleto aquel viejo principio de que el derecho al voto estaba unido a la obligación de defender a la patria con las armas. Esto supuso un avance democrático sobre el anterior absolutismo que reservaba al rey y la nobleza el arte de la guerra, en el que el pueblo solo era carne de cañón, pero hoy es un recuerdo del pasado.
Chacón recordó, para finalizar, que las nuevas misiones de los ejércitos en el ámbito que se conoce como “humanitario”, donde los militares también arriesgan su vida por los demás, y el enfrentamiento armado con un enemigo impreciso -como ocurre hoy- son dos nuevos problemas que hay que plantear y resolver a medida que se van afrontando. Aunque algunos irreductibles nostálgicos del pasado puedan no estar de acuerdo, la trayectoria seguida por los ejércitos españoles en los últimos treinta años ha roto una secular tradición intervencionista y los ha convertido en eficaces instrumentos al servicio del Gobierno elegido democráticamente por los españoles. Esta es la principal y más meritoria evolución en toda la historia militar de España.
Publicado en República de las ideas el 25 de febrero de 2011
Comentarios
O al menos que el gobierno asuma la objeción fiscal como una forma democrática por la que los ciudadanos puedan tomar parte en las decisiones que les afectan.
Escrito por: jesus cutillas.2011/02/25 10:59:5.407000 GMT+1