Un joven estudiante de 19 años envió el siguiente texto en un correo electrónico: "Me imagino cómo tendrá lugar la gran guerra santa, cómo triunfarán los musulmanes, con la ayuda de Dios, y cómo dominarán todo el mundo y restablecerán el más grande imperio". Podría decirse, si se deseara quitar importancia al asunto, que se trata de una frase grandilocuente de un muchacho ilusionado por un futuro mejor. Algo no muy distinto a lo que conocimos aquellos jóvenes de la posguerra española, bombardeados con fórmulas de análogo tenor, como "¡Por el Imperio hacia Dios!". Precisamente ésta tenía su correlato musical en el viejo himno "Montañas nevadas", que cantábamos mientras recorríamos formados las calles de nuestra ciudad en el llamado "Día de la Canción", y cuya letra nos hacía imaginarnos avanzando "...por rutas imperiales, caminando hacia Dios".
Pero ese joven ilusionado con la yihad, que aspiraba a un mundo totalmente islamizado por la guerra y regido por la ley de Mahoma, cuatro años después de escribir el texto citado ha sido el protagonista del último grave incidente de terrorismo islámico, cuando el pasado día de Navidad inició la activación de un explosivo unido a su cuerpo en el avión que le llevaba desde Amsterdam a Detroit. Si el atentado no hubiera sido neutralizado por algunos viajeros que lo abortaron a tiempo, hubiera provocado una terrible catástrofe aérea y la muerte de casi tres centenares de personas.
Dos centenares menos -recuerdo ahora, de paso- de los que, según oí sugerir a un compañero de profesión, bastaría "liquidar" en aquella España de los meses previos al 23-F, para asegurar un proceso de transición política apacible y más conforme con los deseos expresados en el testamento del difunto general Franco, que se exhibía en casi todas las instalaciones militares en aquellos días. Visto ahora, se trataba también de una forma de yihad, algo menos violenta, que permitiría a algunos seguir soñando con otros dioses y otros imperios.
En todo caso, tanto en la España que pretendía salir de la dictadura hacia formas democráticas de gobierno, como en un mundo en crisis que hoy no encuentra su rumbo entre problemas cada vez más acuciantes, un poco de miedo es algo que muchos gobernantes estiman positivo. Hasta nuestra Constitución española tiene en su texto residuos del miedo al ruido de sables que algunos, interesadamente, contribuyeron a magnificar. Pero yendo al asunto que aquí nos interesa, hemos de recordar cómo Dick Cheney, el todopoderoso vicepresidente de Bush, declaró entonces: "Estoy totalmente convencido de que la amenaza que ahora afrontamos, la de un terrorista con un arma nuclear en una de nuestras ciudades, es muy real y tenemos que tomar medidas extraordinarias para anularla". La inefable Condoleezza Rice, felizmente hoy olvidada, remachó: "La próxima vez, la pistola humeante será un hongo nuclear" [la nube producida por una explosión nuclear terrestre].
Bush lo supo aprovechar. Utilizó el terror para reforzar el control social de la población, la militarización de EEUU, la supresión de muchos derechos ciudadanos y, de paso, aumentar sus réditos electorales. Que desde la invasión de Iraq todo le saliera mal, por su incompetencia y la de sus asesores, no obsta para insistir en el extendido uso que hizo del miedo con fines de gobierno.
Al menos en dos ámbitos distintos se aprovecharon, y se siguen aprovechando bien, de esta "guerra contra el terror", que empezó amedrentando a los propios ciudadanos que decía proteger. El primero son los centros de reclutamiento del terrorismo islámico, adonde afluyeron todos los que allí fueron empujados por la brutal invasión de Iraq y su posterior ocupación militar, por las cárceles, la tortura y la humillación como métodos habituales de trabajo, y por la sensación de impotencia frente a una máquina militar que no hacía distinciones entre ciudadanos y terroristas.
El otro nos es mucho más próximo y hoy no solo sigue activo sino que se multiplica aceleradamente. Responde a la fórmula usual de que el miedo trae dinero. Los que ya piensan en embolsárselo son los fabricantes de los escáneres de cuerpo entero que se van a instalar en muchos aeropuertos de EEUU y el Reino Unido, y que Europa aceptará sumisamente, igual que aceptó otras limitaciones impuestas por el socio trasatlántico. Es lo que ocurrió con las medidas de seguridad implantadas después del 11-S, orientadas a los aviones comerciales -que fueron utilizados en los atentados contra Washington y Nueva York en 2001- y que no se aplican en los transportes urbanos de ferrocarril y metro, donde precisamente se produjeron los sangrientos atentados de Madrid y Londres.
El terror siempre trae beneficios a algunos. No solo a los que proyectan y venden instrumentos a los que exageradamente se atribuye la cualidad de proporcionar seguridad total. También a los empresarios e intermediarios que intervienen en el proceso, a los políticos que apoyan los intereses de los fabricantes y con ello obtienen ventajas electorales, a los medios de comunicación convertidos en portavoces de la industria y a las agencias de publicidad contratadas para seguir alimentando en la población la llama del miedo.
En su reciente visita a España, la actual responsable de la seguridad en EEUU, Janet Napolitano, siguiendo la línea arriba apuntada por Cheney y Rice (aquí no se aprecia el cambio anunciado por Obama), ha insinuado que algunos terroristas podrían introducir en su cuerpo los explosivos, lo que obligaría a concebir nuevos sistemas de detección y más estrictas medidas de segurida. Contribuye así, claro está, a aumentar el miedo general. De nada sirve recordar que, estadísticamente hablando, la probabilidad de sufrir en un vuelo un incidente terrorista ha sido inferior a 1 en 10.000.000 durante el pasado decenio, mientras que la de sufrir un accidente en automóvil es más de mil veces superior. Y que de nada serviría una utópica seguridad total si fuera unida a la pérdida de las libertades que nos son más necesarias para vivir.
Publicado en CEIPAZ (www.ceipaz.org) el 22 de enero de 2010
Comentarios
Por cierto, a esos españoles a los que convendría liquidar para que el proceso de transición fuera más franquista, según tu amigo, no creo que les pareciera menos violento su muerte que las de, pongamos, los que cayeron de las torres gemelas... supongo que es porque eso de la muerte es tan subjetivo...
Un saludo.
Escrito por: jesus cutillas.2010/01/25 10:59:39.775000 GMT+1
Escrito por: iturri.2010/01/25 18:06:32.772000 GMT+1
Escrito por: Samuel.2010/01/25 20:29:59.275000 GMT+1
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