Todo parece indicar que el abrumador aluvión de relatos e imágenes del éxodo de ciudadanos sirios hacia Europa, que tanto avergüenzan a la opinión pública occidental, ha generado un punto de inflexión y ha obligado a los gobernantes europeos a vencer su indecisión respecto a la hasta ahora confusa estrategia adoptada por cada Estado para hacer frente a la guerra de Siria, que básicamente consistía en ir a remolque de los acontecimientos.
Me refiero solo a la opinión pública occidental, porque en numerosos países africanos y asiáticos las frecuentes emigraciones producto de guerras, tiranías o persecuciones han hecho que los pueblos afectados las asuman como inevitables y habituales catástrofes. Hace poco, en páginas secundarias de la prensa occidental se nos informaba de la persecución que sufrían en Birmania los ciudadanos de etnia rohinya, condenados a vagar por el Pacífico a bordo de herrumbrosos buques, por ser musulmanes en un país budista. Pero se trataba de personas que nos aparecían como más vinculados a un lejano exotismo oriental que al resto de la humanidad; y además, ajenas a yacimientos de hidrocarburos o bases militares.
Volviendo a Siria, se comprueba que tras largos meses de ataques aéreos contra el Estado Islámico, sin haber alcanzado un éxito definitivo, ha sido el presidente francés el que ahora ha decidido reanudar los vuelos “de reconocimiento” sobre el territorio ocupado por el califato. Es de suponer que su propósito es localizar objetivos para destruirlos desde el aire. No exento de humor, un bloguero advertía que, puesto que los sirios se refugian en Europa huyendo de los bombardeos, no parece que bombardeando más vaya a mejorar su situación.
Por otra parte, algunos denuncian que los bombardeos sobre Siria (tanto los del ejército leal al presidente como los de otros países que buscan su destitución) son parte de una guerra civil que dura ya ¡cuatro años y medio! ¿Cómo es esto posible? se preguntan indignados. ¿Cómo pueden las cultas y expertas diplomacias occidentales asistir impertérritas a tan prolongada catástrofe?
¡Cuatro años y medio! Los mismos Gobiernos que se retuercen las manos ante el fracaso de las intervenciones militares, desde Libia a Afganistán, parecen olvidar que contemplaron impávidos los ¡treinta años! de guerra civil en Etiopía, que en 1993 llevaron a la independencia de los eritreos y a la creación de su nuevo Estado. Eritreos que hoy también huyen de la tiranía de su Gobierno, mezclados con sirios, iraquíes o afganos. Todos ellos confluyen juntos ante las puertas de una Europa que los observa con creciente recelo.
Claro está que en Eritrea tampoco había recursos que atrajesen la atención occidental. Es cierto que su posición estratégica, en el estrecho que une el mar Rojo con el océano Índico, podría ser motivo de conflicto. Pero ahí mismo está Yibuti, excolonia francesa y el verdadero gibraltar de Oriente, donde EE.UU. y Francia siguen conservando importantes bases militares.
La situación es confusa. El presidente sirio, a pesar de la dura prueba a la que está siendo sometido, parece aferrado al poder con el apoyo de Rusia e Irán, mientras que las potencias occidentales ahora le temen menos que a los yihadistas del Estado Islámico e incluso vuelven a considerarlo como interlocutor válido para lograr un alto el fuego. En Occidente se teme que la eliminación de El Asad refuerce el extremismo suní que alimenta al Estado islámico, por lo que EE.UU. y sus aliados han rebajado el tono de sus exigencias.
The New York Times informaba de la visita de una delegación rusa a Damasco para estudiar el despliegue de asesores militares en el puerto sirio de Latakia, donde Moscú mantiene instalaciones que podrían ser el germen de una base militar en el Mediterráneo. Proyecto que ha irritado a Washington, porque considera que agravará el conflicto sirio. Conviene recordar que, según datos oficiales de 2003, EE.UU. utiliza unas 700 bases militares fuera del territorio nacional, mientras que Latakia sería la única base rusa desplegada fuera del continente europeo. Otro participante en la sombra, Israel, observa con desconfianza la aproximación rusa al Mediterráneo oriental y tampoco ve con entusiasmo la caída del presidente sirio, porque prefiere una Siria dividida, empequeñecida y exhausta.
En el fondo, la crisis de los refugiados sirios que ahora se cierne sobre Europa no se resolverá teniendo como finalidad principal la ayuda humanitaria a los pueblos que huyen de la guerra. Evolucionará como resultado del continuo reequilibrio de poderes en el que intervienen las potencias con aspiraciones mundiales: una Rusia que desea pisar firme en el escenario internacional, unos EE.UU. que tratan de conservar su indiscutible hegemonía y una Europa vacilante y dividida, con dificultades para encontrar su puesto en la reconfiguración mundial que se está fraguando.
Los refugiados sirios son hoy un instrumento más en ese forcejeo por el poder, que no perdona a los gobernantes que tardan en reaccionar para adaptarse a las nuevas realidades. Europa deberá reaccionar a tiempo, porque hasta ahora no se viene distinguiendo por la celeridad y el acierto en sus decisiones de política exterior.
República de las ideas, 11 de septiembre de 2015
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