En la ya larga historia bélica de la humanidad, las guerras han estallado cuando los dirigentes de las sociedades humanas -sean éstas tribus, clanes, reinos, imperios o Estados- necesitaban disponer de ciertos recursos de los que carecían, o de los que solo disponían en poca cuantía, para acrecentar su (1) poder, (2) riqueza, (3) prestigio o (4) hegemonía regional o universal. Todas las guerras, incluso las civiles, pueden clasificarse en alguno de esos cuatro apartados, cuando no en varios de ellos a la vez. Los generales que se sublevaron contra la República española deseaban hacerse con el poder; casi todas las guerras coloniales tuvieron por objeto apoderarse de las riquezas naturales de los pueblos colonizados; el Imperio y el Papado guerrearon por cuestiones de prestigio; y los sucesivos imperios que se han sucedido en el mundo (salvo algunos asiáticos orientales) han derramado la sangre de sus soldados en busca de una hegemonía que podría darles todo lo demás.
Religión, carbón, petróleo, metales raros, zonas o enclaves estratégicos, puertos, salidas al mar, disputas dinásticas, agravios históricos, odios étnicos, fronteras vulnerables, delincuencia, contrabando... han sido los motivos concretos que han llevado a unos Estados a luchar contra otros en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. En los últimos meses se advierte una clara sintomatología que apunta hacia un recurso fundamental para el mundo de hoy: los hidrocarburos energéticos.
Michael Klare es un veterano investigador estadounidense, algunas de cuyas obras tuve ocasión de traducir y prologar en tiempos pasados, cuando la seguridad de la humanidad se veía amenazada por la Guerra Fría y, desde distintos ámbitos, compartíamos preocupaciones comunes. Acaba de publicar un interesante libro titulado The Race for What’s Left: The Global Scramble for the World’s Last Resources ("La carrera por lo que queda: la rebatiña global por los últimos recursos mundiales"), donde identifica los síntomas de nuevos e inminentes conflictos en torno al petróleo.
En los primeros meses de 2012 se advierten ya estallidos que anuncian una agravación del conflicto petrolero mundial. Klare identifica seis puntos críticos que han sido objeto de la atención de los medios de comunicación; cinco de ellos se han revelado durante el mes de abril.
El día 7 de ese mes, buques de guerra chinos y filipinos protagonizaron un incidente en torno a una pequeña isla del Mar de la China Meridional. La tensión se alivió después, pero ambos países reclaman la soberanía sobre unos fondos marítimos en los que se han descubierto nuevos yacimientos de hidrocarburos. El día 10, tropas del nuevo Estado de Sudán del Sur ocuparon unos yacimientos que, según el tratado de independencia, pertenecen a Sudán; la aviación de este país bombardeó varias localidades de su vecino meridional. Aunque entre ambos países hay serios conflictos étnicos y económicos, el reparto de los recursos petrolíferos del antiguo Sudán es el eje del problema.
El 16 de abril Argentina anunció la nacionalización de YPF, la principal empresa petrolífera del país, participada mayoritariamente por la española Repsol YPF, creando un conflicto con España y con la Unión Europea. Aparte de las tendencias nacionalistas del régimen argentino, se trata de obtener más beneficios económicos y políticos de sus recursos naturales, que incluyen grandes yacimientos de gas de pizarra, considerados los terceros del mundo.
Por estas mismas fechas, la Cumbre de Las Américas en Cartagena de Indias apoyó la reivindicación argentina de las islas Malvinas. Si la guerra de 1982 se hizo por prestigio nacional, las cosas han cambiado desde que unas recientes prospecciones han confirmado la existencia de vastos recursos de petróleo y gas natural en las aguas del archipiélago. El 22 de abril, Egipto cortó el envío de gas natural a Israel, en un ambiente de algaradas populares y atentados contra los oleoductos. No se trata solo de discrepancias en el precio a pagar sino en el uso del suministro petrolífero como arma política en las relaciones entre ambos países.
Por último, es evidente que EE.UU. prepara sus recursos militares frente a Irán, aunque hasta que transcurran las elecciones presidenciales es poco probable que se adopten medidas drásticas. Si bien existen otras razones, a las que no es ajena la política del Gobierno israelí, el petróleo también juega aquí un papel importante: tanto por la amenaza iraní de cerrar el estrecho de Ormuz, por donde circula una tercera parte del tráfico mundial de este producto, a las exportaciones en caso de ser atacado, como por la amenaza de imponer restricciones a la exportación iraní de hidrocarburos.
Si la diferencia entre países ricos y pobres en recursos petrolíferos ha sido siempre motivo de conflictos, el constante aumento de la demanda y una oferta cada vez más compleja y reducida solo pueden apuntar a nuevos problemas, causados por la tendencia a recurrir a la fuerza o a la amenaza de fuerza, para hacerse con los valiosos depósitos de petróleo o gas que escasean cada vez más. Atención, pues, a una lucha por la energía, que se avecina implacable.
República de las ideas, 18 de mayo de 2012
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