Según la información oficial del Departamento de Defensa de EE.UU. difundida en su página web, cuatro países han aceptado hasta ahora participar en el sistema de defensa antimisiles de la OTAN: Polonia, Rumanía, Turquía y, desde el pasado 5 de octubre, España. En una conferencia de prensa en la que no se admitieron preguntas, celebrada ese día en el Auditorio Luns de la sede bruselense de la OTAN, junto con el secretario general de la Alianza y el secretario de Defensa de EE.UU., el presidente del Gobierno español se felicitó por la “aportación decisiva de España” a este proyecto, y la justificó refiriéndose a “nuestra posición geoestratégica como puerta de entrada al Mediterráneo”.
Con los cuatro buques dotados del sistema “Aegis” contra misiles balísticos, que van a estar basados en Rota, “la Alianza refuerza significativamente su potencialidad naval en el Mediterráneo y aumenta su capacidad para garantizar la seguridad en esta vital región”, aseguró el jefe del Pentágono. Por su parte, Rodríguez Zapatero declaró que en 2013 “España apoyará decisivamente una gran parte del componente naval” del sistema, lo que “tendrá un efecto positivo en Rota” y hará partícipes a las fuerzas armadas de nuestro país en las más avanzadas tecnologías, mejorando su formación junto a los ejércitos de EE.UU. “Agradezco a la OTAN y a EE.UU. -añadió- que hayan pensado en España” para participar en este esfuerzo, lo que significa “un gesto de confianza en nuestras fuerzas armadas”.
Hasta aquí, la información oficialmente difundida, sobre la que es obligado hacer algunos comentarios. En primer lugar, sorprende la explicación que desde círculos gubernamentales se ha dado sobre la premura y el secretismo con los que se ha llevado a cabo la operación. Respecto a este último, basta con recordar las palabras de reproche del hoy Presidente del Gobierno, en junio de 2001, cuando el Gobierno de Aznar dio su más entusiasta apoyo a la anterior versión del escudo antimisiles, obsesión del presidente Bush: “Hubiera sido muy deseable que, antes de hacer el pronunciamiento que [Aznar] hizo con el presidente de EE.UU., dando su apoyo al escudo antimisiles, hubiera venido a esta Cámara a explicar por qué y a debatirlo”.
Es poco creíble, por otro lado, explicar la premura a la que nuestro Gobierno decía estar sometido, aduciendo que el Congreso de EE.UU. tenía que aprobar con tiempo suficiente el presupuesto necesario para este despliegue naval: ¡como si EE.UU. hubiera necesitado la previa aprobación presupuestaria para invadir Afganistán o Iraq!. O para cualquiera de las variadas operaciones militares efectuadas en función de sus intereses, nunca limitadas en su iniciación por falta de fondos.
Hay que lamentar, pues, desde el principio, la falta de transparencia en la gestación de la operación y el poco convincente modo de explicarla. En segundo plano se maneja otra justificación, más pobre pero más comprensible: las ventajas económicas que esto supondrá para los habitantes de la zona, por la creación de puestos de trabajo y otros ingresos previsibles de diversa índole. La prensa viene reproduciendo entrevistas con gentes locales, de las que se desprende la vieja sensación al estilo de “Bienvenido, míster Marshall”, que en los tiempos de penuria que corren es más justificable: venga el dinero lo antes posible, y venga de donde venga.
La justificación estratégica es la menos creíble, si al hablar de reforzar la seguridad la OTAN se refiere, más o menos veladamente, a lo mismo que dice estar haciendo en Afganistán: proteger al mundo occidental contra el terrorismo, allí donde supuestamente éste tiene sus raíces. El sistema “Aegis” puede proteger a Europa y a EE.UU. contra misiles provistos de carga nuclear o de otro tipo. ¿Qué misiles? ¿Los que se supone que aprestan China, Irán, Corea del Norte, Pakistán, India o Israel…?, por citar algunos países que podrían (hipotética e inverosímilmente) lanzarlos.
Los peores atentados terroristas contra países occidentales han utilizado armas muy sencillas, contra las que de poco sirve el “Aegis”: cuchillos para apoderarse de unos aviones y convertirlos en misiles, mochilas con explosivos de confección casera, chalecos explosivos, etc. La obsesión por precaverse contra la hipótesis más peligrosa (la amenaza de atacar a alguna capital occidental con misiles) no es más que un residuo, muy enraizado en los genes de la OTAN, consecuencia de la Guerra Fría y de la vieja carrera de megatones entre ella y el Pacto de Varsovia, sustentada por las más perturbadas mentes estratégicas de la época. Residuo que, conviene añadir, sigue beneficiando, sobre todo, a las corporaciones que fabrican los artefactos con los que supuestamente se garantiza nuestra seguridad.
¡Ah, inolvidable Carlos Cano!, cantando los versos del poeta gaditano: “Rota, ¿dónde están tus huertos; tu melón, tu calabaza, tu tomate, tu sandía?”. Hemos de reconocer que “el más dulce de los puertos” sólo aspira ya a la ansiada lluvia de dólares y a la más moderna tecnología de guerra naval, aceptando la necesidad de que siempre tenga que existir algún enemigo del que haya que defenderse. Así es y así nos va.
Publicado en República de las ideas, el 14 de octubre de 2011
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