Mientras que por el aire del hemiciclo del Congreso de los Diputados saltaban insultos, descalificaciones e imprecaciones que contaminaban el ambiente, a causa de las "especiales" rivalidades entre los representantes de la soberanía española, el aire en otras partes de la atmósfera terrestre era surcado grácilmente por una nave "espacial" de una empresa privada estadounidense (SpaceX), que abría caminos inéditos y establecía nuevas fronteras.
La cápsula Dragon, una lanzadera reutilizable, ha roto el largo monopolio que venía manteniendo Rusia para enviar tripulantes a la Estación Espacial Internacional (EEI), utilizando sus famosas naves Soyuz desde que en 2011 se canceló el programa de la NASA con sus cohetes lanzadera (shuttle). Desde entonces, los astronautas de cualquier nacionalidad que iban a visitar la EEI tenían que pasar por la Ciudad de las Estrellas, en las afueras de Moscú, donde se familiarizaban con el idioma ruso antes de despegar desde la base de Baikonur, en Kazajistán.
De ese modo, Rusia ejercía gran influencia en todo lo relacionado con la Estación Espacial, además de embolsarse los cerca de 80 millones de dólares que la NASA pagaba por cada plaza en las Soyuz, cuya fabricación quedaba así asegurada.
Un miembro de la Academia Espacial Tsiolkovsky de Moscú, declaró que si SpaceX empieza a lanzar a todos los astronautas americanos "la agencia espacial rusa Roscosmos perderá cada año más de 200 millones de dólares, en un presupuesto de unos 2000 millones".
Así que, como es natural, la "rivalidad espacial" entre Rusia y EE.UU. se centra también en el dinero. El creativo y ambicioso empresario estadounidense Elon Musk, el creador de SpaceX, ha contraatacado rebajando el precio de sus plazas a 60 millones. Los rusos han replicado denunciando que la empresa de Musk "ahorra gastos porque utiliza motores baratos y fabrica por sí misma todas las piezas".
Esta rivalidad espacial no solo se circunscribe a Rusia y EE.UU. La participación en el total de viajes espaciales ha disminuido para Rusia, porque tanto SpaceX como China, que es ahora el segundo país en número de lanzamientos, surgen como rivales directos.
Desde la citada Academia Espacial rusa se considera que el nuevo lanzamiento de EE.UU. es una llamada de atención para la industria espacial rusa: "Antes éramos los únicos que enviábamos tripulantes a la EEI. Ahora se nos han abierto los ojos". Se acusa a la industria de falta de innovación, pues se ha limitado a modificar ligeramente la tecnología de la época soviética, sin introducir mejoras importantes.
Algunos acusan a Putin de orientar la industria espacial más hacia aplicaciones militares (proyectiles hipersónicos) que a la exploración del espacio. Y se alzan voces pidiendo mayor cooperación internacional en los programas espaciales, sin olvidar una posible misión tripulada a Marte, que impulsaría nuevos e importantes desarrollos. Sin embargo, su coste sería tan elevado que se requeriría la participación de los tres rivales espaciales, cosa difícil de lograr porque el Congreso de EE.UU. veta cualquier cooperación espacial con China.
Y aquí surge de nuevo la desbordada imaginación del magnate estadounidense que se propone bombardear Marte con armas nucleares, para fundir sus casquetes polares y mejorar las condiciones de habitabilidad del planeta para los futuros exploradores humanos. Esto ha escandalizado a los científicos rusos y ha generado nuevos motivos de rivalidad espacial entre ambos países.
En fin, si ampliamos el objetivo de nuestros intereses más allá de lo que se debate en el tan televisado hemiciclo madrileño, observamos nuevas perspectivas que siguen abriendo caminos a la mente humana, aunque sus objetivos sea todavía confusos. Y aunque ignoren que, aparte de la pandemia que nos aqueja, será la emergencia climática y no la exploración del espacio la principal preocupación de las generaciones futuras.
Publicado en República de las ideas el 4 de junio de 2020
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