La película "Doce años de esclavitud", que recientemente ha logrado varios premios Óscar, tiende a reforzar una idea sobre el fenómeno social de la esclavitud muy arraigada en casi todo el mundo, a la que han contribuido tanto la literatura -"La cabaña del tío Tom"- como la música espiritual o gospel. Es decir: vincular la esclavitud con la Guerra Civil de EE.UU., las plantaciones sudistas de algodón y los efectos que aquélla produjo en la sociedad. Durante mi primera estancia en EE.UU., hace ya bastantes años, los negros todavía estaban segregados en muchas actividades de la vida cotidiana, como viajar en transportes públicos o visitar bares o restaurantes, y tenían prohibido utilizar los recursos reservados a la población blanca, anunciados así: Whites only.
Ha sido el expansivo poder cultural de los EE.UU. y su dominio de los medios de difusión (libros, cine, etc.) lo que más ha contribuido a centrar la idea de la esclavitud en lo que fue -y, en parte, sigue siendo- un problema social interno de un país dirigido por un presidente mulato por primera vez en su historia.
Pero no se puede olvidar que hace un par de siglos la esclavitud estaba vigente en casi todo el mundo: varios cientos de millones de seres humanos vivían como propiedad de los terratenientes en China o en la India; gran parte de la población africana estaba esclavizada por los colonizadores europeos; y en las vastas extensiones rurales del Imperio Ruso la mayoría del pueblo permanecía en estado de servidumbre.
Si la situación de los siervos vinculados a la tierra era de por sí terrible, esto se agravaba aún más cuando eran transportados en las asfixiantes bodegas de los barcos dedicados a la trata de esclavos, tras haber recorrido a pie largos trayectos del territorio africano, desde los poblados de origen hasta los puertos de embarque. Su destino se hallaba en el continente americano, allí donde estuvieran asentados los europeos: desde Canadá y EE.UU., al Caribe, Brasil y otros países sudamericanos.
En el último tercio del siglo XVIII se liberalizó en España el tráfico de esclavos: "el libre comercio con los negros" fue la cruda expresión oficial. Si la esclavitud se expandió aceleradamente en EE.UU. tras la guerra de 1812 contra Inglaterra, ya muchos años antes los esclavos trabajaron en las pampas argentinas, hilaron algodón y lo tejieron en México o plantaron café en las montañas de Bogotá. A veces percibiendo un sueldo, ejercieron también de panaderos, albañiles, camareros, carpinteros, herreros o cocineros.
Fabricaron literalmente el dinero: en la Casa de la Moneda de Lima amalgamaron la plata usada para acuñar monedas, intoxicándose con el mercurio que pisaban sus pies desnudos. También eran dinero ellos mismos: en la tasación de una hacienda, los esclavos solían valer más de la mitad del total, más que los bienes de capital como máquinas o herramientas agrícolas y molinos.
Pero eran también una inversión (comprados y luego alquilados como mano de obra), un aval para lograr créditos y un capital de muy variado aprovechamiento: ayudaban a sus dueños a conservar la vieja idea aristocrática en un mundo que se iba transformando irremediablemente.
Como afirma Greg Grandin, historiador estadounidense, la esclavitud está también en el origen de muchas actividades económicas, sobre todo en la estructuración de los bancos e instituciones de seguro y crédito, que son la base del comercio internacional. En lo que él llama "triángulo comercial", los esclavos eran transportados desde África a América, donde se les utilizaba en la agricultura para producir, por ejemplo, algodón o azúcar. Estos productos eran luego enviados a Europa donde se comercializaban, y con los beneficios obtenidos sus amos adquirían nuevos esclavos y ampliaban las plantaciones o instalaciones donde eran explotados.
Ese triángulo implicaba viajes azarosos, a expensas de los riesgos de la navegación o los ataques de piratas, de modo que los banqueros, comerciantes y armadores requerían instrumentos financieros que garantizaran sus inversiones y les protegieran contra las posibles pérdidas.
La esclavitud fue la base económica del Este de EE.UU.: los que se enriquecían, construyendo buques negreros o vendiendo productos de consumo en las islas esclavistas del Caribe, al morir dejaban una herencia con la que sus estirpes creaban fábricas, bancos, compañías ferroviarias o de navegación, o especulaban en los mercados financieros. Más tarde inauguraron bibliotecas, fundaciones benéficas, jardines botánicos o prestigiosas universidades.
En 1915, el sociólogo estadounidense W.E.B. Du Bois, escribió: "Rafael pintó, Lutero predicó, Corneille escribió y Milton cantó; y durante todo ese tiempo, cuatrocientos años, viajaban los oscuros cautivos apresados en los barcos junto a los huesos blanquecinos de los muertos... en América quedaron esparcidos por millones los vivos y los muertos de una raza trasplantada".
¿Cuál es el resultado de todo esto? se pregunta Grandin. Y se responde: "Nuestro mundo moderno". Si ya no se puede resarcir a quienes sufrieron la más indigna explotación del hombre por el hombre, sepamos al menos que el mundo de hoy está, en parte, cimentado sobre los "huesos blanquecinos" de los que murieron en la esclavitud.
Publicado en CEIPAZ el 9 de marzo de 2014
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