Durante los últimos cuarenta años, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha contemplado 41 vetos de EEUU, formulados al servicio de los intereses de Israel. De ese modo, Washington se ha opuesto a varios intentos de mejorar la suerte del pueblo palestino, cuyas tierras siguen ilegalmente ocupadas por Israel (Cisjordania y Jerusalén Oriental) o sufren un riguroso bloqueo (Gaza), y cuyos más elementales derechos se ven vulnerados a diario.
En los próximos días, es casi seguro que el número de estos vetos aumente en una unidad si, ante el Consejo de Seguridad, la Autoridad Palestina expone su voluntad de ser reconocida como Estado soberano. También se atraería la oposición de EEUU si ante la Asamblea General solicitase formalmente convertirse en un nuevo “Estado observador” (la misma situación que tiene el Estado Vaticano), en vez de continuar en su actual estatus de “entidad observadora”. Aunque en ninguno de ambos casos alcanzaría la plena estatalidad, tanto una como otra opción crearían un estado de opinión favorable en todo el mundo, donde aumentarían las voces que exigen una justicia equitativa aplicable al pueblo palestino; tanto más, cuanto que el Gobierno de Israel prosigue la ocupación de tierras palestinas construyendo nuevos asentamientos y, en su práctica política, hace lo posible por destruir las bases materiales sobre las que se asentaría una solución biestatal al problema palestino.
La cercanía de este debate coincide con un serio deterioro de las relaciones de EEUU con tres de los que han sido sus principales aliados en la zona: Turquía, Egipto e Israel. El primer ministro turco, Tayip Erdogan, ha declarado ante los representantes de la Liga Árabe que el reconocimiento del Estado palestino “no es una elección, sino una obligación”. De este modo sitúa a uno de los más decisivos socios de la OTAN en el campo opuesto a EEUU. El problema palestino no solo fue uno de los factores que desencadenaron los recientemente conmemorados ataques terroristas contra EEUU (por mucho que su Gobierno haya sido siempre reticente a reconocerlo oficialmente), sino que ahora está creando, además, una seria discrepancia en el mismo seno de la Alianza Atlántica.
En recientes declaraciones, Erdogan ha dicho: “Icemos la bandera palestina, y que ella sea el símbolo de la paz y la justicia en Oriente Medio”, donde Israel, también según palabras suyas, representa el papel del “niño consentido de Occidente”, y al que aconseja “respetar los derechos humanos y actuar como un país normal, con lo que saldrá de su aislamiento”.
A pesar de los reiterados fracasos de las negociaciones entre las dos partes implicadas, y del cansancio que esto produce en la opinión popular de los países árabes, EEUU insiste en proseguirlas para llegar a una biestatalidad cada vez más improbable, ya que la continuada fragmentación del territorio palestino apunta más hacia una solución de tipo bantustán que a dos Estados viables en pie de igualdad. La Secretaria de Estado Clinton, reflejando la política de EEUU, que desea evitar a toda costa que la Autoridad Palestina apele a Naciones Unidas y ponga de manifiesto el extendido apoyo que su petición suscita, ha declarado que “la única forma de alcanzar una solución duradera es mediante negociaciones directas entre las partes, y el camino que conduce a ello pasa por Jerusalén y Ramala, no por Nueva York”.
Como es habitual, a EEUU le cabe utilizar en último término la amenaza económica para doblegar las resistencias políticas. El Congreso de EEUU está decidido a cortar toda ayuda prestada a la Autoridad Palestina si ésta sigue empeñada en requerir el voto en Naciones Unidas. También, como ocurre a menudo, la argumentación utilizada es inexistente, salvo el empecinamiento en imponer su voluntad. La presidenta del subcomité económico del Congreso que controla las ayudas a los países extranjeros ha afirmado: “Si [los palestinos] dan ese paso, no aprobaremos más fondos. Suspendemos las ayudas porque nuestra opinión es que [la votación en la Asamblea General] frenará el proceso de paz…”. Calificó a la próxima reunión en Nueva York como “una inminente catástrofe ferroviaria”.
Para muchos observadores, la situación actual es producto casi exclusivo de la política ciega y testaruda de Netanyahu, que está poniendo las cosas difíciles incluso a los poderosos sectores proisraelíes de EEUU. Fue él quien rompió las últimas negociaciones bilaterales, al negarse a aceptar la petición de Obama para congelar la construcción de asentamientos; y no ha pedido disculpas a Turquía por la muerte de los ciudadanos turcos que navegaban en la flotilla “de la libertad”. Sin embargo, ni siquiera sus más poderosos aliados se atreven a pedirle que ponga fin a la ocupación de Palestina, origen de todos sus problemas.
Un analista estadounidense de la organización Media Matters Action Network ha escrito: “Israel es como un fumador aquejado de una violenta tos y en situación precancerosa, cuyos mejores amigos aconsejan a su médico que no se atreva a prohibirle fumar: no quieren presenciar ni compartir la irritación que eso le causaría al enfermo. Como es natural, el enfermo fallece y esos mismos ‘amigos’ le lloran y recuerdan lo estupendo que fue”. Este es el camino por el que Netanyahu está conduciendo a Israel.
Publicado en República de las ideas, el 16 de septiembre de 2011
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