El fin del primer mandato de Obama ha permitido valorar el déficit entre los deseos e ideales que expresó en su toma de posesión, hace cuatro años, y lo que en realidad ha logrado hasta hoy. A la luz de esta valoración es como se debería leer el discurso inicial de su segundo mandato, del que algunos fragmentos hacen recordar las brillantes invocaciones de progreso para la humanidad que Olof Palme promovió en su época.
Parece obligado combinar lo anunciado por Obama, desde la tribuna en la que reasumió la presidencia de EE.UU., con el modo real como se ha desempeñado al timón de la Casa Blanca. No todo son brillantes luces que alumbran la esperanza. Desde su triunfo en noviembre de 2012, algunas de sus decisiones inducen a la duda. Cuando en octubre de 2002 se planteó ante el Congreso de EE.UU. la decisión de atacar a Iraq, Chuck Hagel, senador republicano por Nebraska votó a favor de la guerra: Obama lo ha convertido ahora en su nuevo Secretario de Defensa. De igual modo actuó John Kerry, entonces senador demócrata por Massachussets: Obama lo ha nombrado Secretario de Estado, para suceder a Hillary Clinton. Y ha designado para dirigir la CIA a John Brennan, que se vio implicado en los escándalos de tortura de la Agencia durante el mandato de Bush. ¿Es que se han visto deslumbrados por la luz que irradia Obama y se han convertido a la nueva fe? ¿O es que Obama mantiene una extraña conexión virtual con aquel pasado que pretendía olvidar y superar?
Menos notables, pero quizá más peligrosas a largo plazo, son ciertas tendencias que se han reforzado desde 2009, como consecuencia directa de la política exterior de EE.UU. La prensa internacional no se hubiera hecho eco de una inédita carrera armamentista entre China y Japón -que algunos medios titulan "La guerra de los drones"- si Obama no hubiera depositado en esos aviones de ataque no tripulados una confianza sin límites para resolver por la fuerza algunos problemas con que se ha enfrentado.
Drones y armas nucleares han seguido caminos paralelos en la historia bélica: la industria estadounidense los concibió e inició su fabricación, y enseguida fueron incorporados a la estrategia de EE.UU., que basó en ellos su poder militar y político. Como consecuencia inevitable, otros países siguieron el mismo camino. La proliferación nuclear está teniendo ahora un eco paralelo en la acelerada multiplicación de los drones, en manos ya de una docena de Estados, mientras otros los copian o desarrollan. Previstos para la observación profunda del terreno en toda clase de condiciones, pronto se transformaron en aparatos de ataque desde el aire contra objetivos terrestres.
Obama y el Pentágono por él dirigido son los inmediatos responsables de un nuevo riesgo que, sin las apocalípticas amenazas de lo nuclear, hace nacer una nueva "moda" bélica, que se extenderá por todas las zonas del planeta donde, como ocurre ahora en el Mar de la China, existan conflictos territoriales. Así es como EE.UU. persigue y aniquila terroristas a través de las fronteras sin arriesgar la vida de sus tropas, en Yemen, Pakistán, Somalia, Afganistán, etc.
Esas aeronaves constituyen el arma ideal para el tradicional belicismo de importantes sectores políticos de EE.UU., porque les permiten ejercitar el "músculo militar" de la superpotencia sin temor a padecer los estigmas de una derrota a estilo Vietnam: retirada de las tropas, evacuación de bajas, ataúdes y honras fúnebres rendidas a los muertos. A distinta escala y con otros medios, se trata de la misma teoría estratégica que en el pasado sostenía que el bombardeo aplastante por sí solo conduciría a la victoria. Sin embargo, los grandes conflictos desde la 2ª Guerra Mundial han mostrado que no se ganan las guerras atacando solo desde el aire y sin pisar el suelo.
Desde que Obama intensificó los ataques con drones nada indica que Al Qaeda sea derrotada desde el aire. Aniquilar a un líder terrorista con un misil aire-tierra hará que enseguida sea relevado por otro probablemente más fanático; y si en ese ataque muere población civil inocente, el terrorismo reclutará nuevos combatientes y crecerá la hostilidad popular contra el atacante, propiciando los ataques suicidas. Se estima que en Oriente Medio los drones han causado ya más víctimas inocentes que los atentados del 11-S.
Las armas nucleares sembraron terror en el mundo, hasta que se advirtió que, más que armas de guerra, eran simbología del prestigio nacional, porque ningún político sensato hubiera recurrido jamás a ellas. Los aviones de ataque sin piloto representan un peligro mayor porque están siendo utilizados profusamente aunque violan la legislación internacional, agravan la conflictividad en muchas zonas del planeta y, a caballo entre los juegos electrónicos de guerra y la guerra real, separan la muerte y la sangre de quienes sin riesgo alguno las provocan. El Pentágono instruye hoy más pilotos de drones que de aviones de combate.
Aun abrumado por los problemas internos que necesita resolver, Obama no debería ignorar las consecuencias de su afición por la guerra a distancia, aunque ésta llene de orgullo a un pueblo que no desea perder su condición de única superpotencia militar y sigue valorando su historia por el número de guerras ganadas.
República de las ideas, 25 de enero de 2013
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