El cierre definitivo de la prisión militar de Guantánamo es ahora, sin duda alguna, uno de los puntos turbios de la política exterior de Obama. Fue una de sus más brillantes promesas electorales pero todavía no ha podido ser cumplida y es la muestra más evidente de que el idealismo generoso de un renovador programa de gobierno, ilusionadamente presentado durante la campaña electoral, puede naufragar en contacto con la realidad.
Dos son, por lo menos, las explicaciones que pueden adelantarse para entender lo ocurrido. O bien Obama no sabía con precisión lo que se tenía entre manos al tocar el avispero guantanamero, o bien lo sabía pero no había valorado acertadamente las resistencias que su promesa iba a encontrar en influyentes sectores sociales.
Karen Greenberg es la autora de “El lugar menos malo: los primeros 100 días de Guantánamo” (The Least Worst Place: Guantanamo’s First 100 Days), publicado el pasado año por Oxford University Press. Es también la directora del Centro sobre Ley y Seguridad de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York. Ha analizado muchos aspectos de la “guerra contra el terror” que Bush desencadenó a finales del 2001, cuando se hizo popular entre la elite gobernante la frase de que “hay que quitarse los guantes” para trabajar sin escrúpulos legales contra el terror universal.
Fue Greenberg quien, cuando los ojos del mundo descubrían estupefactos la existencia de la prisión de Guantánamo, puso el dedo en la llaga al denominar “la prisión perdida” a la base militar estadounidense de Bagram, en Afganistán, donde se iniciaron las reprobables prácticas de tortura, desaparición de prisioneros y otras sevicias, que luego se ampliaron y multiplicaron en Guantánamo.
Greenberg comenta ahora unas preocupantes noticias sobre lo que seguirá al cierre definitivo de Guantánamo -cuando éste se produzca- si las informaciones publicadas en la prensa de EEUU son ciertas. El Guantánamo original, el cubano, el que ha socavado la reputación internacional de EEUU como violador de principios fundamentales del derecho internacional (sin olvidar Abu Ghraib, en Iraq, y otras mazmorras de menor renombre) será sustituido por “dos guantánamos”. Por una parte, se anuncia que la ya citada prisión de Bagram verá ampliadas sus funciones, incluyendo los interrogatorios y la detención indefinida de los nuevos prisioneros de esa guerra contra el terror que, aunque aparentemente olvidada en el vocabulario de Obama, sigue siendo una realidad bajo su mandato.
Por otro lado, tras la liquidación por derribo de la prisión de Guantánamo, algunos de sus actuales huéspedes serán repatriados a los países de origen o a otros que los acepten como exiliados (incluida España, por lo que se sabe hasta ahora); otros cuarenta serán juzgados y probablemente condenados en tribunales civiles o militares de EEUU. Quedará medio centenar sobre los que no hay pruebas condenatorias pero a quienes el Gobierno considera un peligro para EEUU, y cuyo futuro legal es sombrío pues su situación no tiene encaje en el sistema jurídico federal. Todos éstos tienen en su mayoría antecedentes yihadistas y es obligado pensar que, tras su larga detención ilegal, su extremismo se habrá agudizado. Si antes no lo fueron, ahora son vistos como peligrosos terroristas en potencia.
Son estos últimos los que, al parecer, van a ser enviados a una prisión especial en el territorio de EEUU. Esto ha encontrado fuerte oposición en algunos sectores políticos, que consideran poco atractiva la idea de encerrar en una prisión civil (en un pequeño pueblo de Illinois) a presuntos terroristas detenidos que no son acusados de nada ni van a ser juzgados, y a otros que, incluso habiendo sido declarados inocentes, siguen privados de libertad porque las pruebas obtenidas bajo tortura no pueden ser aceptadas por ningún jurado o tribunal.
Se va a crear así una situación peligrosamente ambigua, que solo podría concluir con el triunfo final en la guerra contra el terror y la desaparición de la amenaza terrorista global, cosas ambas inimaginables en un futuro inmediato. Además, la cárcel civil, heredera de Guantánamo, se convertiría en un objetivo que atraería la atención de Al Qaeda y de otras organizaciones terroristas, a menos que se fortificara como una base militar, generando así una situación peor que la anterior, lo que Obama no desea de ningún modo perpetuar.
Karen Greenberg es clara en sus conclusiones: “Cerrar Guantánamo no significa solo vaciar sus celdas y tirar las llaves. Significa poner fin a la política que se ha hecho sinónima de Guantánamo: el encarcelamiento de personas sin probar su culpabilidad y sin un proceso claro y reconocido para establecer las causas de su detención”. Esto solo se alcanzará si se abandona definitivamente el recurso a las detenciones preventivas fuera de la Ley y si se confía plenamente en los servicios de inteligencia y en el sistema judicial para identificar a los enemigos, apresar a los que sea posible y aplicar al pie de la letra la legislación sobre prisioneros de guerra.
Ya que es imposible alcanzar la seguridad absoluta y hemos de convivir con una inevitable inseguridad, que al menos no se deterioren irreparablemente nuestros más esenciales principios cívicos y morales.
Publicado en República de las ideas el 23 de abril de 2010
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