De cuatro años más dispone ahora Obama para mostrar que el incumplimiento de muchas de aquellas promesas electorales, que en 2009 hicieron que una gran parte de la humanidad aplaudiera llena de esperanza su llegada a la Casa Blanca, no fue debido a una regresión de sus ideas y planteamientos políticos, sino a ciertos obstáculos externos que durante su mandato no fue capaz de superar. Y la esperanza que el renovado triunfo ha hecho renacer en quienes desde entonces fuimos perdiendo la fe en Obama se basa precisamente en suponer que recupere alguno de aquellos ideales que brillantemente expuso durante la campaña electoral de 2008.
Es cierto que sus actuales votantes, y los que apoyaron a su rival, han acudido a las urnas movidos sobre todo por cuestiones de política interior, dado el desinterés que el ciudadano estadounidense suele mostrar hacia los asuntos de la política internacional de EE.UU., que al resto de la humanidad son los que más afectan. Y las cuestiones que en el mundo muchas personas se plantean con angustia le sonarán a chino al granjero de las praderas centrales: ¿Qué más le da a éste que la guerra contra el terrorismo, sobre la que repetidamente oye a sus dirigentes políticos y militares afirmar que es el mayor peligro nacional, se conduzca mediante los drones y los asesinatos selectivos o ateniéndose a la legalidad internacional y al respeto por los derechos humanos?
La misma indiferencia muestra el núcleo básico del electorado de EE.UU. respecto a la candente cuestión del desarrollo nuclear iraní, a la amenaza israelí de desencadenar una agresión contra ese país o al irresuelto problema del derecho del pueblo palestino a disponer de un Estado propio. Ninguno de estos asuntos ha preocupado a los electores con la misma intensidad con que inquietan a los que, fuera de las fronteras de EE.UU., han seguido el proceso electoral.
Sabido es que la composición del Congreso no será favorable al nuevo presidente y que éste tendrá que lidiar, de nuevo, contra una hostil cámara baja. Pero aún así, cabe esperar que Obama recupere algo de sus antiguos ánimos y se apreste a afrontar con resolución viejos y nuevos problemas. Al menos, así lo ha anunciado en el discurso con el que ha asumido su nueva responsabilidad, al afirmar en sus primeras palabras que “lo mejor está a punto de suceder” (…the best is yet to come).
Sin embargo, las palabras con las que puso fin a su alocución dejan de nuevo un mal sabor de boca: “continuaremos avanzando y recordaremos al mundo por qué vivimos en la mejor nación de la Tierra” (…why it is that we live in the greatest nation on earth).
¿Cuál es el baremo que aplica Obama para calificar a EE.UU. como the greatest (mayor, mejor, más importante, etc.) nación del planeta? Si se refiere a su potencial militar, a su capacidad y a su disposición a resolver mediante la guerra cualquier conflicto, su afirmación es indiscutible pero no abre muchos caminos a una nueva esperanza. No hay que olvidar que esa incuestionable preeminencia militar no ha triunfado en algunos de los más graves conflictos protagonizados por EE.UU., desde Vietnam hasta Irak o Afganistán, y sólo ha servido para deteriorar más la situación de los países afectados.
Todavía es más discutible la frase citada si esa grandeza de la nación americana se refiere al respeto mostrado en todas circunstancias por la legislación internacional, los derechos humanos o a la soberanía de los demás países, muchos de ellos invadidos, controlados y explotados por aquélla repetidas veces a lo largo de la Historia.
Sería comprensible tan rotunda frase durante el desarrollo de la campaña electoral, como una táctica necesaria para inspirar a sus electores el elevado optimismo capaz de ilusionarles, pero parece excesiva y peligrosa una vez alcanzada la presidencia. Si, por el contrario, se trata de una sincera alabanza al ya conocido “excepcionalismo estadounidense”, esa esencia privilegiada de un pueblo que se cree elegido por Dios, que ha distorsionado la política exterior de EE.UU. durante más de dos siglos, mal síntoma sería para el resto del mundo esta convergencia de Obama con lo que es el credo fundamental del más fanático conservadurismo.
Porque esa es una visión que a muchos ciudadanos de EE.UU. les dificulta especialmente para entender conceptos básicos de la política internacional, ya que les impide percibir la hipocresía y la doble vara de medir que EE.UU. con frecuencia utiliza en cuestiones tan importantes como la promoción de la democracia, el armamento nuclear, el terrorismo de Estado y algunas otras no menos importantes.
Mejor haría Obama, al abordar su segundo mandato, en olvidar las vacías alocuciones patrioteras y, poniendo los pies en la tierra, aplicar todo lo que de positivo conserva la gran nación americana para ayudar a resolver, en pie de igualdad con otros Estados y cooperando lealmente con ellos, los graves problemas que aquejan hoy a la humanidad y que no se resuelven con portaaviones o misiles.
República de las ideas, 9 de noviembre de 2012
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