Bronnie Ware es una enfermera australiana de cuidados paliativos, dedicada durante muchos años a atender a domicilio a pacientes en los últimos días de su vida (entre 3 y 12 semanas antes de morir), que ha publicado en internet sus reflexiones sobre las conversaciones que con ellos tuvo en momentos tan críticos para quienes eran conscientes de la inminencia de su fin.
Sostiene que muchas personas siguen madurando en esos días finales y que experimentan notables transformaciones: pasan por etapas de negación, temor, irritación, remordimiento, insistencia en la negación y, por último, aceptación de lo inevitable. Pero todos ellos -afirma- alcanzaron la paz antes de partir, lo que habla muy favorablemente de su capacidad profesional en tales circunstancias.
Cuando preguntaba a sus pacientes sobre las cosas de las que se arrepentían o sobre lo que les hubiera gustado haber hecho de modo distinto, llegó a la conclusión de que hay cinco ideas básicas que afloran insistentemente en la mayoría de los encuestados, valga esta palabra aún en tan especial situación. En su blog los denomina “Lamentos de los moribundos” (Regrets of the Dying). Merece la pena comentarlos aquí.
Una gran mayoría de ellos deseaban “haber sido capaces de vivir su propia vida, no la vida que los demás esperaban de ellos”. Son las personas que en esos momentos cobran conciencia de los muchos deseos que acariciaron y que nunca alcanzaron; además, perciben que eso ocurrió a causa de las decisiones que ellos mismos tomaron o de las que omitieron. La conclusión de Ware es que conviene satisfacer a lo largo de la vida algunos deseos, pues “la salud proporciona una libertad que muy pocos reconocen” hasta que se pierde y ya no es posible recobrarla. Lamentablemente, millones de seres humanos mueren sin haber podido hacerlo nunca, y no por su propia voluntad sino por el hecho de nacer y morir en ese populoso mundo donde se carece de lo más esencial, que en Australia o en Europa nos resulta todavía tan ajeno y tan lejano, aunque a veces empiece en nuestras mismas fronteras.
Casi todos los pacientes desearían “no haber tenido que trabajar tanto”. Se arrepienten de no haber atendido lo suficiente la niñez de sus hijos o la compañía de su pareja. La enfermera aconseja a sus lectores que simplifiquen el estilo de vida y que reflexionen si necesitan ingresos tan elevados y si no sería preferible ganar menos pero abrir nuevos espacios y posibilidades de bienestar. Es evidente que entre sus pacientes tampoco figuraron los desahuciados españoles a los que la desesperación incitó al suicidio, llenos de espacios de bienestar que no sabían cómo rellenar.
Otra reflexión se formula así: “Me gustaría haber sido capaz de expresar mis sentimientos”, pensamiento frecuente en quienes para vivir en paz con los demás refrenaron su personalidad. La autora recuerda que la amargura y el resentimiento que esto provoca afectan gravemente a la salud, y que es preferible aceptar las imprevisibles reacciones de los demás, sorprendidos cuando uno se decide a ser sincero, porque a la larga el beneficio es recíproco y se liberan las tensiones creadas por la represión.
“Desearía haber mantenido más contacto con mis amistades”, es el cuarto pensamiento común que ella analiza. Muchos fueron quedando atrapados por la vida y alejados de las viejas amistades que tanto significaron en otro tiempo y tan positivamente les influyeron. Todos echan de menos a los amigos cuando están muriendo, escribe rotundamente la enfermera. No se trata solo de dejar bien arreglados los asuntos económicos en beneficio de las personas queridas: al final “lo que queda en las últimas semanas es el amor y las relaciones de amistad”.
La quinta y última idea, de sorprendente frecuencia, se presenta así: “Me gustaría haberme dejado ser más feliz”. Muchos no advierten hasta los últimos momentos que la felicidad es una elección, asegura Ware. Han vivido inmersos en rutinas y hábitos, y la supuesta comodidad de la familiaridad ahogó sus emociones y sus vidas. El temor a cambiar les hizo disimular para hacer creer a los demás que estaban contentos, mientras que en el fondo de su ser ansiaban reír abiertamente o poner en sus vidas algún elemento absurdo o insensato.
Estos comentarios sirven, al menos, para dos cosas. Por un lado, a los que formamos parte del mundo privilegiado, el que posee agua potable, luz eléctrica, libros y música, nos hace reflexionar sobre lo que realmente debería importarnos a lo largo de nuestra vida, para alcanzar sus etapas finales con menos cosas de las que arrepentirse y con una mayor sensación de dominio y control de la propia vida.
Pero, por otro lado, y quizá el aspecto más importante de todo lo anterior, es el contraste de esos cinco pensamientos con las condiciones de la vida real hoy prevalentes en tantos países donde su simple mención causa sonrojo. ¿Podría trabajar menos la mujer del Sahel que recorre diez kilómetros diarios para llevar agua a su familia y ser así más feliz? ¿O expresar sus sentimientos la niña afgana obligada a casarse con el viejo que su padre le ha elegido? Por último, una reflexión: la psicología aplicada ¿sirve lo mismo para los ricos y para los pobres del mundo? ¿Pueden éstos permitirse el lujo de pensar en cuidados paliativos cuando toda su vida es una lucha por sobrevivir día a día?
República de las ideas, 7 de diciembre de 2012
Comentarios
Escrito por: Ángela.2012/12/07 19:06:22.715000 GMT+1
fifilaplume.wordpress.com
Escrito por: Alejandro.2012/12/17 17:06:58.050000 GMT+1