En mi anterior comentario sobre las rebeliones populares de Túnez y Egipto ("¿El resurgir de la noviolencia?", 20 de febrero de 2011) se apuntaba la esperanzadora idea de que, en ciertas circunstancias, la noviolencia sigue teniendo valor y efectividad como instrumento en las manos de un pueblo que se alza contra la tiranía. Tunecinos y egipcios se sirvieron de ella con éxito, derribando a los corruptos regímenes dictatoriales que les oprimían.
Su triunfo fue notorio y no ha sido empañado por la situación posterior en ambos países, que ahora afrontan una difícil e incierta transición desde la triunfante revolución hacia la deseada estabilidad en un nuevo régimen político. Habla todavía más en favor de la noviolencia el hecho de que en ninguno de ambos casos hubiera que recurrir a ayudas exteriores ni soportar dependencias materiales o morales respecto a otros países. Ambos pueblos se liberaron por sí solos con el único instrumento de la noviolencia activa.
Lamentablemente hoy no puede decirse lo mismo respecto a la rebelión popular libia donde la noviolencia se ha visto enfrentada por la brutalidad de las armas al servicio del Gobierno de Gadafi. Los rebeldes se han encontrado obligados a empuñar las armas, abandonar toda idea de acción noviolenta y empeñarse en una guerra civil que solo mediante la fuerza puede llevarles al éxito. La militarización ha derrotado, esta vez y una vez más, a la noviolencia.
Es cierto que esa misma noviolencia nada hubiera podido hacer frente a la vesania de los nazis hitlerianos o la despiadada represión estalinista. El espíritu de Ghandi de nada habría servido en el gueto de Varsovia -salvo para facilitar la exterminación de sus habitantes- y hubiera contribuido a poblar aún más nutridamente el gulag siberiano.
Esta comparación, aunque sitúa a Gadafi en la merecida compañía de otros sangrientos dictadores que le precedieron en la Historia, no sirve de consuelo mientras el extravagante y criminal autócrata libio asesina a su pueblo y aplasta, uno tras otro, los núcleos de resistencia que se fueron formando tras el inicio de la rebelión. Y es capaz de hacerlo porque, siguiendo el ejemplo de las viejas monarquías europeas -aunque quizá él no sea consciente de este paralelismo- ha sabido astutamente sostener en su entorno unas unidades armadas bien equipadas, solo leales a su persona, como aquellos guardias suizos que murieron en París para salvar a Luis XVI y a su familia de los revolucionarios o como los guardias valones que servían fielmente a los borbones españoles.
Lo anterior nos lleva directamente a relacionar la noviolencia con las actividades militares, por mucho que ambos conceptos sean básicamente opuestos y representen realidades contradictorias. La relación se manifiesta en este caso con toda claridad. La noviolencia tuvo éxito en Egipto porque el ejército, por las razones expuestas en el comentario arriba citado, decidió abandonar al dictador, que había nacido en su propio seno, y apoyar las reclamaciones populares. En Túnez, tampoco las armas se opusieron a la rebelión ciudadana.
Es también en términos puramente militares como se acaba planteando la posible resolución de este conflicto, tal como se ha observado en la reunión que en Bruselas celebraron los dirigentes de la Unión Europea el pasado 11 de marzo. Reunión que, por otra parte, ha servido para mostrar una vez más la inoperancia de una Europa incapaz de pasar de las palabras a los hechos; y eso, cuando por casualidad se alcanza cierto acuerdo en algunas palabras, lo que viene siendo muy difícil.
En la citada reunión se acordó que "para proteger a la población civil [libia], los Estados miembros examinarán todas las opciones necesarias, siempre que se demuestre su necesidad, exista una clara base legal y el apoyo de [los países de] la región". Unas declaraciones análogas de Obama, expresando que "no he retirado de la mesa ninguna de las opciones", solo han suscitado el humor de los comentaristas valorando el tamaño y la resistencia de la citada mesa para soportar tanto peso.
Mientras tanto prosigue la brutal represión de las fuerzas gubernamentales libias y la recuperación de ciudades e instalaciones petrolíferas en poder de los sublevados. Que éstos acabarán siendo derrotados por Gadafi es lo que ha afirmado el principal asesor de seguridad de Obama, James Clapper. A esta declaración del otro lado del Atlántico se debe añadir una que nos es más próxima, la del presidente de la Comisión Europea, João Barroso: "El problema tiene un nombre: Gadafi. Debe marcharse. Tenemos que intensificar nuestra presión internacional hasta que el régimen actual sea derribado". Pero ha evitado concretar cómo hacerlo.
Ante tantas vacilaciones e indecisiones, donde ni la democracia ni la libertad por las que lucha un pueblo antes oprimido y ahora masacrado son capaces de impulsar a la acción a los principales dirigentes mundiales, la noviolencia solo parece tener una opción: un digna salida por el foro y esperar a que surjan circunstancias más favorables.
Publicado en CEIPAZ el 13 de marzo de 2011
Comentarios
Supongo que una rebelión en Venezuela contra Chávez no sería igual que en Colombia o en Paraguay... quizás habría que analizar más quién hace qué en cada sitio y cómo oponerse a qué...
Cuando Avaaz me pidió firmar para apoyar el espacio de exclusión aérea en Libia, me negué. No lo tenía claro... entre otras cosas porque Chavez apoyaba a Gadafi (no lo hizo con Mubarak o con Ben Alí)... me hizo sospechar que algo más podría haber en este caso.
Quizás es que la no violencia necesita de un ética que la respalde y si no, no funciona igual... no sé.
Que la gente coja las armas para defender su supervivencia personal no implica necesariamente que un planteamiento no violento no hubiera funcionado, sino que uno pone su superviviencia por encima del planteamiento no violento (nada que objetar, yo probablemente lo haría, pero no es problema de la noviolencia, sino mío y de mi miedo a morir) o que no se encuentra el modo de ser más creativo que la violencia del enemigo.
Escrito por: jesus cutillas.2011/03/16 13:31:26.364000 GMT+1