En los primeros días de 1915, ahora hace cien años, proseguía la carnicería sufrida en las trincheras desde que la línea de contacto en el frente europeo quedó casi estabilizada a finales del año anterior, a los pocos meses de iniciada la Primera Guerra Mundial. Se daba el caso de que en un mismo día y en un reducido frente se produjeran doce ataques y los doce contraataques correspondientes, que sembraban el terreno de cadáveres y apenas modificaban las líneas de combate en unos pocos centenares de metros.
En torno a la ciudad belga de Ypres, donde el frente se curvaba en un crítico saliente, se sucedían los inútiles y cruentos intentos de abrir brecha. Un soldado alemán escribía a su casero, con el que mantenía asidua correspondencia: "Vamos a estar aquí detenidos hasta que Hindenburg le dé su merecido a Rusia... Entonces llegará el día de nuestra venganza". Quien esto escribía, veintiséis años después estaría dirigiendo en persona la invasión alemana de Rusia en la Segunda Guerra Mundial: era Adolfo Hitler. Así son los senderos ocultos de la historia de las guerras.
En el bando opuesto, el primer ministro británico, Herbert Asquith, recibió una carta de un correligionario donde le sugería que "sería sencillo y rápido instalar en unos pocos tractores de vapor unas cabinas blindadas donde irían las ametralladoras y los soldados. Utilizados de noche, serían invisibles para la artillería, de cuyos fuegos nada tendrían que temer. Las orugas de los tractores les permitirían cruzar las trincheras y con su peso aplastarían las alambradas y otros obstáculos".
El autor de la carta era Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazgo, y en ella se percibe la idea germinal de los tanques o carros de combate, que se empezaron a utilizar, todavía experimentalmente, un año después, y ya masivamente a finales de 1917. Era la misma persona que, ya Primer Ministro, supo mantener vivo el espíritu combativo británico en los años más difíciles de la 2ª G.M., cuando los eficaces carros de combate alemanes habían ocupado media Europa. Tuvo que hacer frente a las mismas armas que él había contribuido a concebir.
En otro oculto sendero de la historia, el 29 de enero de 1915 un teniente alemán avanzaba a la cabeza de su compañía para tomar unas posiciones francesas. Tras atravesar, pistola en mano, las alambradas enemigas arrastrándose bajo ellas y ordenar el avance de sus tropas, vio que ningún soldado le seguía. Volvió reptando bajo el fuego enemigo al punto de salida y conminó a su subordinado inmediato: "Obedece en el acto mi orden, o te mato". La compañía ocupó sus objetivos y el teniente fue condecorado con la Cruz de Hierro, el primer oficial de su regimiento en ganarla. Entre sus compañeros se solía decir: "Donde esté Rommel, allí está el frente". Unos años después, Rommel y sus carros de combate serían la pesadilla de los aliados en el frente norteafricano de la 2ª G.M.
También a comienzos de 1915 se empezaron a intensificar las acciones de bombardeo aéreo entre ambos contendientes. En la noche del 19 de enero cayeron sobre suelo británico las primeras bombas alemanas, lanzadas desde dos zepelines, que causaron la muerte de cuatro británicos. Las últimas bombas enemigas que habían explotado sobre tierra inglesa se habían olvidado en las seculares brumas de la historia.
El Káiser había decidido aumentar los bombardeos contra Inglaterra, dirigidos hacia las bases militares, depósitos de combustible, muelles de carga y cuarteles; pero precisó que deberían preservarse "los palacios y las zonas residenciales". Se pensaba entonces que la guerra sería corta y, sobre todo, todavía no había asomado por el horizonte el fatídico rostro de la que después se llamó "guerra total", la que no distinguiría ya entre soldados y población civil.
Narran los historiadores que el mismo día en que el emperador alemán dictaba la orden de no bombardear palacios, en Londres un agente británico se entrevistaba con mademoiselle de Bressignies, una refugiada francesa que se ofreció para regresar a Lille, donde residía, y pasar información a los ingleses. Es una de las primeras espías femeninas de las que se tiene constancia, aunque apenas dos años después su memoria sería eclipsada por la famosa Mata Hari, que espiaba a favor del bando opuesto.
La francesa volvió a Lille y se hizo pasar por monja en un convento. Recibió los componentes necesarios para montar un transmisor-receptor de radio. Cuando lo armó, advirtió que el generador que lo alimentaba hacía demasiado ruido cuando emitía. En vista de eso, lo activaba solo para recibir órdenes y enviaba sus informes mediante palomas mensajeras. Estuvo operativa dos meses, pero fue descubierta y apresada; aunque pudo tragarse el informe que llevaba consigo en el momento de la detención, fue sentenciada a cadena perpetua y murió anónimamente en prisión poco antes de concluir la guerra. Mata Hari, por el contrario, fue espectacularmente fusilada en octubre de 1917, tras un discutible juicio, acusada de espionaje y rodeada de leyendas que todavía perduran. Las actividades de ambas se estudian en los centros militares de formación de comandos y unidades especiales de operaciones.
Los hechos aquí recordados son algunos de los senderos ocultos de la historia bélica que muestran las sorprendentes relaciones entre algunos protagonistas de los dos últimos grandes conflictos europeos.
República de las ideas, 23 de enero de 2014
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