Ahora que una masa de aire polar se ha abatido sobre la península, causando el caos circulatorio en gran parte de ella, no está de más recordar la existencia de esos parajes situados por encima del Círculo Polar Ártico, donde se cuecen fenómenos meteorológicos que afectan a gran parte de nuestro hemisferio. Hasta las playas canarias han llegado estos días algunos ásperos ramalazos de la reciente irrupción de la masa polar.
Aunque la zona circumpolar es básicamente un mar helado, al norte del Círculo Polar se extienden territorios habitados de varios Estados a los que el ya inocultable cambio climático, con la consiguiente tendencia al deshielo de lo que venía secularmente siendo un sólido mar helado, ha servido de llamada de atención. Nuevas rutas marítimas, nuevos recursos naturales, nuevas posiciones estratégicas en un cambiante mapa geopolítico en el que, para no perder la costumbre, Rusia y EE.UU. se hallan en bandos enfrentados.
Son ocho los Estados que poseen costas abiertas y habitadas sobre el Ártico. Pero de toda la población mundial que vive al norte del Círculo Polar, más de la mitad (unos dos millones y medio de habitantes) corresponde a Rusia. Para comparar, estas son las cifras correspondientes a los demás Estados: Alaska (EE.UU.) 710.000; Noruega 466.000; Islandia 311.000; Suecia 260.000; Finlandia 184.000; Canadá 120.000 y Groenlandia (Dinamarca) 58.000.
Sobre el Ártico se ciernen otras preocupaciones. Para muchos, se trata de la "última frontera" por definir, aunque sobre estas vastas extensiones circumpolares se hubiera producido el intercambio misilístico de la "destrucción mutua asegurada" durante la pasada guerra fría. En las áridas llanuras siberianas y en los helados desiertos de Groenlandia desplegaban las antenas de los sistemas de vigilancia antimisiles que habrían de alertar del comienzo del caos final de aquella locura nuclear disuasoria en la que la humanidad vivió varios años.
Esta última frontera va a ser el eje central de interés universal a finales de este siglo. Los hielos árticos, según algunas estimaciones, esconden una cuarta parte del las reservas de gas y petróleo todavía por descubrir. Otros afirman que solamente con los hidrocarburos árticos podría funcionar la humanidad tres años completos.
Si las hipótesis del deshielo polar son ciertas, en un par de decenios este océano se convertiría en un pivote del intenso tráfico que vincula a Europa, Asia y América. Por el momento, solo cinco países tiene confirmado el acceso a las riquezas del subsuelo ártico: Rusia, EE.UU., Canadá, Noruega y Dinamarca.
Pero los intereses que se avizoran en el futuro permiten intuir nuevas pugnas; EE.UU. no permanecería indiferente ante la posibilidad de una Groenlandia independizada de Dinamarca que permitiera acceder a las ocultas riquezas de su subsuelo, hoy aplastado por una enorme capa de hielo. Y aunque geográficamente China nada tiene en común con las costas árticas, el gigante asiático no estaría ajeno al conflicto, presto a participar en él. También en este caso Dinamarca sería el trampolín de acceso, con un intercambio de inversiones chinas en Groenlandia y apertura del mercado chino a productos daneses.
Pero ni chinos ni ecologistas son por ahora bienvenidos a las aguas árticas. Éstos últimos crearon un incidente con una plataforma de Gazprom, oponiéndose a las explotaciones petrolíferas árticas, y fueron reprimidos con violencia por las patrullas rusas. La opinión internacional apenas se hizo eco del asunto. En este caso, los intereses rusos y estadounidenses parecen coincidir, pues ambos se oponen a que nuevos actores intervengan en los asuntos del Ártico que consideran privativos.
Cuando un profesor de la Escuela de Altos Estudios Económicos rusa sugirió que el Ártico en su totalidad debería quedar bajo control internacional, según el modelo adoptado para la Antártida, el presidente Putin le calificó públicamente de estúpido. Los más de 22.000 km de costa ártica que posee Rusia le dan un gran peso específico; unido al hecho de que este país vive plenamente integrado con sus regiones árticas, de las que extrae el 95% de su gas y el 60% del petróleo y en las que la población se fue asentando forzosamente desde la época soviética. Dos de las poblaciones más septentrionales del mundo, Murmansk y Norilsk, tienen más de 200.000 habitantes arraigados ya en aquellas arideces polares.
Desde nuestras templadas latitudes mediterráneas, sirvan las incursiones polares de aire helado para recordarnos que en los aledaños del Polo Norte se están planteando nuevos conflictos que afectarán a toda la humanidad.
República de las ideas, 6 de febrero de 2015
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