Aunque entre Georgia y Ucrania se extienden los ásperos relieves del Cáucaso y las aguas del mar Negro, su común estatus geopolítico, fronterizas ambas con la Federación de Rusia y con antecedentes compartidos como miembros de la antigua Unión Soviética, hace que lo que está ocurriendo en la república del Dnieper se observe con atención y recelo en la república caucásica.
Contribuye a la desconfianza georgiana el reciente pasado bélico que en 2008 enfrentó a Tiflis con Moscú, cuando los ejércitos rusos ocuparon Osetia del Sur y Abjasia, convirtiendo en Estados independientes estas dos provincias georgianas cuyos pueblos se habían rebelado contra el Gobierno. En Osetia del Sur había tenido lugar en 2006 un referéndum, no reconocido por el Gobierno georgiano, en el que se votó la independencia del país y su unión con Osetia del Norte, que forma parte de la Federación de Rusia.
Con estos antecedentes, el parlamento georgiano aprobó el pasado 6 de marzo una resolución condenatoria de Rusia en la que, sin embargo, no se exigían las sanciones que algunos parlamentarios habían pedido. En el texto se recordaba que “Georgia ha sufrido ya una agresión militar de la Federación de Rusia, cuyas acciones terminaron con la ocupación de dos regiones de nuestro país y su limpieza étnica. Ucrania padece hoy la misma amenaza”.
La resolución fue aprobada por el partido gobernante (el Sueño Georgiano) aunque la oposición (el Movimiento Unido Nacional, el partido que gobernaba Georgia durante la guerra de 2008) se negó a aceptarla, con el argumento de que no condenaba lo suficiente la intervención de Moscú en Ucrania. Este partido preparó una resolución alternativa en la que se pedía que los países occidentales “impusieran eficaces sanciones económicas, políticas y diplomáticas” para aislar a Rusia hasta que “pusiera fin a la agresión militar y política contra Ucrania”, en una línea muy parecida a lo que Obama había propuesto unos días antes.
Entrando en un terreno más delicado y bastante inapropiado, dada la compleja situación creada, la propuesta de la oposición pedía también que la Unión Europea y la OTAN (una mezcla inoportuna de dos organizaciones no superpuestas) facilitaran la incorporación de Ucrania, Georgia y Moldavia a la Alianza Atlántica, insistiendo en que el Gobierno hiciera los mayores esfuerzos posibles para conseguirlo, con motivo de la próxima cumbre de la OTAN.
El partido gobernante se negó a aludir a cualquier tipo de sanción en la resolución finalmente adoptada, lo que provocó el rechazo de la oposición. La destitución inconstitucional del presidente ucraniano es lo que más dividió a las fuerzas políticas georgianas. El expresidente Saakashvili viajó a Kiev para mostrar su apoyo a los revolucionarios de La Plaza (Maidán), arengándoles en términos arrebatados: “El corazón de Europa ya no está en Bruselas ni en Berlín: está latiendo en Kiev. El destino de Europa se juega ahora en Ucrania”.
El primer ministro georgiano, por su parte, en una entrevista televisada aconsejó a sus conciudadanos que no atendieran las excitadas proclamas del expresidente: “Este fue el hombre que no supo evitar la guerra en 2008. Os aconsejo no escucharle, pues no puedo creer que dé buenos consejos. Fue incapaz de hacer nada bueno para su pueblo”.
El Gobierno georgiano intenta por todos sus medios evitar que el país se vea arrastrado por el huracán que está arrasando Ucrania y que parece intensificarse al paso de los días, sin que se vea un pronto final a este complicado asunto.
El director de la Fundación Georgiana de Estudios Estratégicos e Internacionales opina que “la situación en Ucrania es una clara amenaza para el país, porque si Rusia consigue sus propósitos aumentará la presión sobre Tiflis y hará todo lo posible por obstruir nuestro camino hacia la integración en Europa e incluso convertirnos en parte de la Federación Rusa”. Manifestó su pesar por la escasa reacción que el conflicto ucraniano ha suscitado en la población georgiana, que según él “no comprende que una Ucrania libre y democrática sería un escudo protector para Georgia”.
Muchas incógnitas se plantean estos días sobre el desarrollo de la situación política y militar en Ucrania, y la evolución de los acontecimientos en ese país tendrá sonoros ecos no solo en Georgia sino en muchos otros Estados en los que se escucharán los crujidos del reajuste de vectores en el poder internacional en todo el planeta. No es un fenómeno nuevo: desde los albores del Imperio Romano está suficientemente documentado como para que pueda sorprender a los gobernantes que deberían gestionarlo con habilidad e inteligencia. Seguimos a la espera.
República de las ideas, 14 de marzo de 2014
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