En un reciente comentario en este diario ("¿Para qué sirven los ejércitos?", 25/10/2013), donde expuse la idea de que los más poderosos ejércitos del mundo actual se muestran incapaces de establecer la paz y de proporcionar estabilidad política al país o región donde operan, aludí al fracaso estratégico y político que ha supuesto la intervención aliada en Irak. Es decir, vine a calificar de derrota la incapacidad del más poderoso ejército que el mundo ha conocido hasta el presente para alcanzar los objetivos finales por los que entró en guerra.
Incidiendo en el mismo asunto, acaba de ser publicado un informe (Ending the U.S. War in Iraq) del centro de análisis y estudios de la Rand Corporation, que analiza el final de esa guerra, incluyendo el proceso de la transición, las maniobras operativas y la retirada de las fuerzas de EE.UU., y que viene a confirmar lo que arriba comento.
Desde que en la primavera de 2003 se iniciaron las hostilidades en ese país, el conflicto ha devorado más de un billón de dólares (billón europeo: la unidad seguida de 12 ceros). Aparte de más de un millón y medio de iraquíes desplazados de sus hogares y de 150.000 asesinados, el informe recuerda que causó la muerte de unos 4500 estadounidenses y más de un centenar y medio de británicos, los principales contingentes de la coalición aliada.
El informe viene a explicar que el problema principal ha consistido en que el modo de llegar al final de la guerra ha sido tan desacertado como el modo de iniciarla. La atribución de culpas se reparte por igual entre los mandos militares y los dirigentes políticos. Errores capitales en la estrategia militar y debilidad e indecisión en la dirección política han sido las causas principales del fracaso final.
La tan enaltecida doctrina de la contrainsurgencia y el mito de la construcción nacional, elaborados a medias por militares y civiles, han sido los dos pilares sobre los que se asentó el fracaso, según aseguraba un anterior embajador de EE.UU. en Bagdad. Pero quizá el verdadero problema no resida solo en los errores cometidos a lo largo del conflicto, sino en el planteamiento erróneo con el que se inició la guerra. Un profesor de la Boston University declaraba: "Invadimos Irak para cambiar el modo como se hacían las cosas en el Oriente Medio ampliado, y de ese modo suprimir las fuentes de violencia antiamericana en la zona. Desde ese punto de vista, la guerra ha sido un desastre catastrófico".
Muchas guerras anteriores han fracasado en sus objetivos últimos. El próximo año se conmemorará el comienzo de la Gran Guerra (la 1ª Guerra Mundial), que fue la guerra que se hizo "para acabar con todas las guerras", en palabras del presidente Wilson. Los tres años de lucha en Corea no resolvieron nada y la península sigue dividida en dos Estados rivales. La Guerra de Vietnam sirvió para desangrar a EE.UU. y enfrentar a su dividida población. La historia de las guerras muestra, en definitiva, que sus beneficios raras veces superan a su coste. Aunque conviene tener presente que la relación coste/beneficio no se suele plantear en los mismos términos: a menudo se benefician las grandes corporaciones de la industria bélica mientras se exterminan pueblos ajenos o se somete a gran penuria y escasez a la propia población.
El informe contiene algunos valiosos comentarios. Al tratar del modo como terminan las guerras, se cita al general Petraeus que, cuando en marzo de 2003 las tropas de EE.UU. avanzaban hacia Bagdad, hizo esta pregunta: "Decidme, ¿cómo va a terminar esta guerra?". Nadie le respondió. Era precisamente la pregunta que deberían haberse planteado los dirigentes políticos antes de iniciar las hostilidades. Porque las guerras a menudo trastocan las dinámicas políticas y sociales de los países que las sufren, lo que afecta a la seguridad internacional. Además, el modo en que se conduce una guerra condiciona la situación en la posguerra. Y, sobre todo, porque la fase más importante de toda guerra es el modo como ésta concluye, ya que establece las condiciones básicas para lo que haya de venir después.
El interés de políticos, escritores, periodistas y comentaristas suele centrarse en los preparativos para la guerra y el modo como ésta se desarrolla: los combates, las batallas y las campañas. Parece como si todo concluyera en cuanto se firma la paz o cuando el ejército victorioso desfila por la capital del país derrotado. Esto produce una imagen muy distorsionada de lo que es la guerra y crea una confusión de la que es difícil salir.
No es necesario leer el medio millar de páginas del informe en cuestión para confirmar la idea expresada al principio. Así como Clemenceau había advertido que "La guerra es una cosa demasiado seria para confiársela a los militares", con lo que ya avisaba que lo que en nuestros días hemos dado en llamar "política de defensa" no es algo exclusivamente militar sino que abarca muchos más aspectos de la política de un Estado (económicos, diplomáticos, sociales y hasta culturales), habría que añadir que la guerra es algo demasiado imprevisible como para confiar su desencadenamiento a políticos o militares que no han reflexionado lo suficiente sobre el modo de concluirla.
República de las ideas, 8 de noviembre de 2013
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