Es natural que las noticias que nos llegan de Libia sean confusas y, a veces, contradictorias, pues al fin y al cabo se trata de los estertores de una guerra civil más prolongada en el tiempo que lo que se supuso en un principio, y avivada además desde el exterior con consecuencias poco previstas por quienes tomaron la decisión de intervenir en ella: el Consejo de Seguridad de la ONU, que autorizó la intervención, y la OTAN, convertida en el brazo ejecutor.
Es fácil encontrar un cierto paralelismo con la guerra civil española, también un conflicto interno que se preveía de rápida resolución (tanto por el Gobierno, que creyó poder aplastar la rebelión en cuestión de horas, como por los sublevados, que aseguraban ocupar Madrid en unos pocos días), pero que se prolongó más de lo previsto y atrajo una intervención extranjera que acabó imponiendo sus propias exigencias.
Pero no se trata aquí de explicar lo que está ocurriendo en Libia, cosa que ni siquiera sobre el propio terreno parece posible hacer (como revelan las discrepantes crónicas de los corresponsales españoles y extranjeros que por allí se mueven), sino de enfocar nuestra atención sobre lo que hasta ahora ha ocurrido y reflexionar sobre lo que pueda suceder en adelante.
Como en estas mismas páginas he tenido ocasión de explicar, la OTAN acabó rebasando ampliamente los términos del mandato inicial de la ONU, cuyo objetivo era proteger a la población libia frente a la ofensiva gubernamental que la estaba masacrando. Se impuso una zona de exclusión aérea, para evitar que la aviación de Gadafi atacase a la población sublevada en el este del país. Pero cuando las columnas acorazadas de Gadafi avanzaron sobre Bengasi, la OTAN intervino ya abiertamente en el conflicto, atacando desde el aire y desde el mar a las tropas gubernamentales, para evitar la inminente derrota de los insurrectos.
Y así como la intervención directa e inmediata de Alemania e Italia en la guerra civil española, junto con las decisiones del Comité de No Intervención establecido en Londres, inclinaron la balanza en contra del legítimo Gobierno de la República Española y en favor de los sublevados, ha sido la OTAN la que, con bastante menos rapidez de lo que inicialmente se preveía, ha contribuido a la destrucción de régimen dictatorial gadafista y ha dado el triunfo al denominado Consejo Nacional de Transición (CNT) de los que se alzaron contra Gadafi.
Lo que ahora debe afrontar el CNT, y por extensión la ONU, la OTAN y todos los países que han reconocido a aquél como legítimo gobierno libio, es el complicado proceso transicional desde la guerra civil a la posguerra. Esto ya no se resuelve mediante la fuerza militar de la OTAN. El final de cualquier guerra civil deja una larga estela de complicados problemas y brotes de violencia, que se multiplican si, además, en ella se han intervenido países ajenos, que no dejarán de exigir las correspondientes contrapartidas.
El vacío de poder será el primer problema del posgadafismo, aunque sea temporal y aunque no abarque todo el territorio, y abrirá camino a toda suerte de venganzas, saqueos y asesinatos disfrazados a menudo de justicia “popular”. Así ocurrió cuando fue derribado Sadam Hussein en Iraq, y sobre esto deberán reflexionar los nuevos poderes emergentes y quienes desde fuera los apoyan, para evitar repetir los mismos o peores errores.
Mucha oscuridad existe todavía en torno al CNT, triunfador político de la contienda una vez concluida la guerra, para que pueda aventurarse nada sobre cuáles serán las primeras decisiones que adopte. El asesinato de quien fue su jefe militar supremo hace unas pocas semanas, en condiciones confusas y todavía no reveladas, descubre unas sombras que obligan a mostrar cierta desconfianza sobre los nuevos dueños del poder.
Se ignora qué capacidad tendrán éstos para imponerse a las diversas facciones que componen el bando triunfador, y si podrán gobernar eficazmente un país dividido en dos tras la guerra, ancestralmente fragmentado en tribus y que ha carecido de una auténtica estructura estatal durante los cuatro decenios de la paranoica dictadura gadafista.
La ONU habrá de jugar un papel decisivo en el posgadafismo, y con este fin está convocada para hoy mismo una reunión de su Secretario General con dirigentes de la Unión Africana, la Liga Árabe, la Unión Europea y la Organización para la Cooperación Islámica. Son muchas organizaciones y demasiado heterogéneas como para esperar decisiones eficaces y rápidas. Si, además, el olor del petróleo ya empieza a excitar a los sabuesos de la industria de los hidrocarburos, no pocos serán los libios que prefieran sumarse a la ya multitudinaria emigración, para encontrar fuera esa seguridad personal que en su tierra natal parece todavía muy lejana.
Publicado en República de las ideas el 26 de agosto de 2011
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