Un mapa de los gaseoductos y oleoductos que cubren el planeta es, en cierto modo, el equivalente al croquis del aparato circulatorio humano que muestran esas láminas que suelen adornar las paredes de los consultorios médicos. Cierto es que la equivalencia no es perfecta, ya que parte de los hidrocarburos se transporta por mar. Pero el despliegue geográfico de las tuberías fijas, en ocasiones enterradas y protegidas, es lo que mejor indica dónde se obtiene y dónde se consume la energía que mueve a los países industrializados. Un 70% de esas venas metálicas de la anatomía mundial conduce gas natural, un 20% crudos petrolíferos y el 10% restante se dedica a productos terminados, como los diversos tipos de carburantes.
La visita de Putin a China traerá consigo novedades en la parte euroasiática de esta red, que ahora abarca desde los Urales y el Volga hasta Polonia, Alemania y otros países centroeuropeos. La compañía estatal rusa Gazprom es la que controla la red y va a incrementar sus inversiones en Siberia, como resultado del acuerdo firmado con China.
Un 76% del gas natural ruso y un 84% de los productos petrolíferos se exportan a Europa a través de la red antes citada, pero algunos directivos de la compañía habían manifestado su desconfianza sobre la continuidad y el rendimiento del mercado europeo, por lo que Rusia vuelve sus ojos hacia otras economías en crecimiento, sedientas de energía, como son China, Japón, Corea del Sur, sin olvidar a los países del Sureste Asiático.
El valor geopolítico que para Rusia tienen sus territorios al este de los Urales (las regiones y repúblicas incluidas en lo que habitualmente se conoce como Siberia) aumenta excepcionalmente en estas circunstancias, porque le proporcionan una amplia ventana a Asia y al Océano Pacífico. El eterno e histórico dilema de los gobernantes rusos entre asomarse al oeste europeo o al este asiático (o a ambos a la vez, como ahora ocurre) revaloriza de nuevo las lejanas tierras que recorre el mítico Transiberiano.
Gazprom proyecta suministrar a partir de 2018 a su equivalente chino (la Corporación Nacional China del Petróleo) una cantidad de gas natural licuado equivalente a una cuarta parte de todo lo que exporta a Europa, con un compromiso de 30 años. Una de las razones que explican por qué ningún país asiático importante ha apoyado las sanciones contra Rusia promovidas por EE.UU. y la UE a consecuencia del conflicto ucraniano es precisamente la perspectiva de esas nuevas venas que alimentarán a varios países de la orilla occidental del Pacífico.
El terreno que pisa Putin con su visita a China está lleno de trampas y con seguridad él es consciente del hecho. Por un lado, estrecha lazos comerciales con China, en beneficio mutuo, ahora que Occidente insiste en sanciones económicas. Pero, por otra parte, China es precisamente el país emergente con más probabilidades de convertirse en un serio rival de Rusia en Asia Central y el Pacífico Occidental; precisamente en este confín oceánico es donde EE.UU. refuerza también su presencia política y militar y donde los diversos conflictos sobre soberanía y aguas territoriales, que implican a casi todos los futuros clientes de la energía rusa, no solo no están en vías de solución sino que amenazan con agravarse.
Los ojos de Putin quizá miren también más lejos, no solo en el tiempo, sino en la distancia. Los proyectos de Rusia también contemplan Vietnam, donde prevé colaborar en las prospecciones petrolíferas en el Mar de la China Meridional, en aguas discutidas por China. Esto convertiría a Vietnam en un puente hacia otros países del Sureste de Asia. Todo esto sin olvidar al gigante indio, antiguo aliado de la URSS y posible futuro cliente del gas licuado ruso.
Sería un cataclismo para Washington la posibilidad de que Rusia y China cerrasen en el futuro sus tratos prescindiendo de los "petrodólares" y ajustándolos en yuanes o rublos. Algunos analistas anticipan la emisión por Gazprom de obligaciones en yuanes, como otras que ya se cotizan en las bolsas de Londres, Hong Kong, Singapur y, más recientemente, en Frankfurt. La rivalidad energética se trasladaría al campo monetario internacional, con imprevisibles consecuencias de orden financiero.
La pugna energética sigue, no obstante, en el continente europeo. En Bruselas se discute la aprobación del gaseoducto South Stream, cuya construcción debería empezar en junio próximo y que, atravesando el Mar Negro (para soslayar Ucrania), alimentaría a Bulgaria, Hungría, varias de las antiguas repúblicas yugoeslavas, Grecia, Italia y Austria. Aquí juegan de nuevo las enfrentadas políticas de los miembros de la UE, que, como casi siempre, anteponen sus propios intereses a los de la comunidad.
Así pues, lejos del mundo de las armas, misiles, drones o portaaviones, se está dirimiendo una contienda silenciosa en los teatros de operaciones de la energía de origen fósil y de las convenciones monetarias, cuyo resultado será el producto de una compleja lucha por el poder a nivel mundial. Como siempre ha ocurrido a lo largo de la Historia.
República de las ideas, 23 de mayo de 2013
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