Mucho se ha celebrado el hecho de que en el nuevo concepto estratégico de la OTAN, aprobado en Lisboa el pasado fin de semana, se haya hecho constar que “la OTAN no es una amenaza para Rusia”. Hay que reconocer que, tras el enfriamiento de relaciones entre ambas partes, producido por la guerra ruso-georgiana del verano de 2008, la presencia activa de Medvédev en esa conferencia y su positiva voluntad de cooperación con la Alianza en varios aspectos (facilidades logísticas para apoyar la guerra de Afganistán, defensa combinada antimisiles, acuerdos compartidos para afrontar otras amenazas misceláneas) ha mostrado claramente un cambio de talante en las relaciones entre la OTAN y Moscú.
Pero no conviene olvidar que, aunque no con el eco ahora obtenido en los medios de comunicación ni con tanta necesidad de mostrar un esfuerzo común para rebajar tensiones, no es la primera vez que esto sucede. Tanto Yeltsin como Putin fueron acogidos varias veces por la OTAN, con la que firmaron acuerdos y establecieron órganos de coordinación que luego fueron cayendo en el olvido y la inoperancia. Además, al menos en dos ocasiones, el fragor de las armas en tierras europeas reavivó el recelo mutuo y produjo un notable enfriamiento: cuando la OTAN bombardeó Serbia en 1999 y con motivo de la ya citada guerra de apoyo ruso a las repúblicas secesionistas georgianas de Abjasia y Osetia del Sur. Esto, sin olvidar la cumbre de la OTAN en Bucarest en 2008, donde se abrió la caja de Pandora al poner sobre el tapete la ampliación de la OTAN a Georgia y Ucrania, lo que encrespó a los dirigentes rusos.
Hay razones que inclinan a pensar que el nuevo entendimiento confirmado en Lisboa puede resultar más duradero que sus antecesores, pues a ambas partes interesa que así sea. Obama quiere reafirmar su voluntad de reiniciar desde cero las relaciones entre Washington y Moscú, como prometió en su campaña electoral, ahora que, en posición más débil en el Congreso y con serias dificultades para sacar adelante otras promesas, necesita recuperar credibilidad ante su pueblo y mostrarle que todavía sostiene firme el timón de la nación.
Por otra parte, aunque algunos comentaristas rusos han reprochado a Medvédev una cierta debilidad en la conferencia, es muy posible que su expresa voluntad de concordia responda a un deseo de marcar distancias con su primer ministro, Putin, en la idea de que en las elecciones presidenciales de 2012 el voto ciudadano se incline favorablemente hacia el candidato que muestre más habilidad para relacionarse positivamente con EEUU, la OTAN y Europa, alejándose de las posturas extremas del nacionalismo más radical e involucionista.
Debido a la voluntad de ambas partes para sacar adelante la conferencia y marcar un “hito” en la historia de la OTAN -como han repetido hasta la saciedad muchos participantes-, se han eludido ciertas cuestiones pendientes sobre las que se ha pasado de puntillas. Aunque esto es común en las conferencias en las que todas las partes implicadas desean alcanzar un éxito resonante, en este caso concreto hay un aspecto bastante llamativo: se ha ignorado el hecho de que en la doctrina estratégica rusa, aprobada este mismo año, se incluya a la OTAN como una de las principales amenazas militares, definida como “la voluntad de dotar a las fuerzas de la OTAN de unas funciones globales que son ejecutadas violando las normas de la legislación internacional, y la de desplazar hacia las fronteras de la Federación Rusa la infraestructura militar de los países de la OTAN, incluso ampliando el bloque”.
Nadie en la conferencia exigió a Medvédev que aclarase este punto, y en su lugar se prefirió tratar de esas otras amenazas misceláneas, arriba citadas, capaces de afectar a ambas partes y frente a las cuales es fácil alcanzar acuerdos: terrorismo, crimen organizado, ciberguerra, piratería naval, etc. Tampoco se aclaró suficientemente el funcionamiento combinado de los sistemas de defensa antimisiles ruso y otánico, que presenta peliagudos aspectos en lo relativo a precisar quiénes serán los enemigos contra los que hay que protegerse y las condiciones en que haya de activarse dicha defensa.
También conviene tener en cuenta que, aunque la OTAN ya no considere a Rusia una amenaza, sí lo sigue siendo para algunos miembros de la Alianza. Bastantes recelos habrán de ser superados en Polonia y en las repúblicas bálticas, por citar solo los casos más evidentes. En Lisboa tampoco se ha aludido a ningún plan de ampliación de la OTAN, lo que podría dar al traste con los acuerdos alcanzados.
Aunque muchas son todavía las sombras que no han sido iluminadas por la conferencia de Lisboa, hay que convenir en que, en líneas generales, ha representado cierto avance en una dirección que puede beneficiar la estabilidad del continente europeo. Bastantes pasos más habrán de darse todavía hasta que las ventajas sean ostensibles para todos.
Publicado en República de las ideas, el 26 de noviembre de 2010
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