No es sorprendente la indignación que en ciertos medios informativos españoles, claramente escorados a estribor, ha suscitado la calificación del ya hoy famoso terrorista noruego como miembro de la “ultraderecha cristiana”. ¿Qué es eso de extrema derecha “cristiana”? – se preguntan airados. Lo atribuyen, claro está, a la malevolencia de la policía noruega, dado que ese país está gobernado por la socialdemocracia laborista y esos progres suelen aprovechar la menor ocasión para atacar a la religión. Aunque para aquéllos solo existe la católica, en algunos casos, como sucede ahora, también pueden aceptar y defender con benevolencia el luteranismo cristiano de los noruegos.
Habituados como han estado durante largo tiempo a atribuir a las “hordas rojas” todas las atrocidades cruentas, los asesinatos a sangre fría y otras violencias de análogo tenor, se les hace muy doloroso comprobar que un brutal asesino se inspira nada menos que en las Cruzadas para matar a sangre fría a los jóvenes del Partido Laborista noruego (semillero, según él, de futuros traidores a las más puras esencias europeas).
¡Ah, las Cruzadas! Han servido y siguen sirviendo para justificar atrocidades. No olvidemos, para empezar, que la guerra civil española fue considerada una cruzada por la jerarquía católica de nuestro país, con las debidas bendiciones vaticanas. Pues bien, se siguen desenterrando en diversos puntos de España los cadáveres de quienes murieron como consecuencia de aquella cruzada. Todavía no había sido calificada como tal el 21 de julio de 1936, pero un diario vallisoletano reproducía estas palabras del general Franco, un anticipo de lo que vendría después: “ya no cabrán en nuestro solar los traidores”.
Algunos días más tarde, Radio Castilla transmitía una alocución del general Mola, que dirigía la rebelión en el norte de España. Incluía un ataque personal contra Manuel Azaña -al que llamaba “nuevo y fantástico Frankenstein“- y sirve para revelar la finura intelectual de quien se decía ser el cerebro de la sublevación: “Al final de nuestro triunfo, pedir su desaparición me parece injusto. Azaña debe ser recluido para que escogidos frenópatas estudien su caso, quizá el más interesante de degeneración mental ocurrido desde Cronstand [!], el hombre primitivo de nuestros días”. Lo más significativo venía después: “… todo esto se ha de pagar, y se pagará muy caro. La vida de los reos será poco. Les aviso con tiempo y con nobleza…” Explicaba luego cómo se haría justicia: “Antes que la justicia de la Historia, la nuestra, la de los patriotas, que ha de ser inmediata y rápida”. Y España se inundó de sangre durante algunos decenios, como consecuencia de estos fanatismos justicieros, también estimulados por las dichosas cruzadas.
Pero las auténticas Cruzadas, las que iluminaron la pasada escabechina nacional y la actual salvajada del terrorista noruego, no fueron otra cosa que el extremismo cristiano llevado a extremos brutales en razón de su ideología ultrarreligiosa, y azuzado por unos eclesiásticos -incluyendo a los papas- imbuidos de un feroz e irracional fanatismo. Cualquier aprendiz de la Historia sabe que los cruzados mostraron tanta o más crueldad atacando y expoliando a los cristianos “disidentes” de Bizancio que ante los enemigos islámicos a los que tenían que expulsar de los míticos “lugares sagrados” de la Cristiandad.
No conviene cerrar los ojos a la realidad, imaginando que la barbarie sufrida por el pueblo noruego obedece a la acción aislada de un individuo enloquecido. Con independencia de que el asesino pueda declarar que recibió apoyos exteriores, el principal apoyo para su acción residía en su sólido fanatismo, no en su locura. Hitler no estuvo loco, pero el fanatismo que le impulsó durante largos años y que llevó a Europa al borde de la aniquilación se vio reforzado y alimentado por el sentir general de la población que le apoyó. Hasta el extravagante dictador ugandés Idi Amín Dada, reconocido y cruel asesino, más que loco era un fanático del poder a su modo, y lo siguió siendo hasta que las circunstancias externas se lo imposibilitaron.
Digamos, para concluir, que el caldo donde se ha cultivado el fanatismo del terrorista noruego no es una exclusividad de ese país escandinavo, ni de los países europeos donde la extrema derecha ha aumentado oficialmente su clientela, sino que vive también entre nosotros, los españoles. No hay que viajar hasta Oslo para escuchar y leer afirmaciones similares a las que se han difundido sobre la ideología del nuevo asesino. Son españoles los que declaran que el actual Gobierno llegó al poder gracias al terrorismo de Al Qaeda y que el legado de la civilización cristiana está en peligro por el avance del islamismo terrorista; españoles también los que meten en el mismo saco la delincuencia común, la inmigración, el terrorismo y la degradación social, sin el menor esfuerzo de análisis; y los que desahogan sus frustraciones en agresivas tertulias televisadas (donde se perora sobre todo en un ambiente de resentimiento e ignorancia) y en ciertas ciberbitácoras especializadas. Todo esto contribuye a fertilizar el subsuelo donde están creciendo los fanáticos de mañana. No nos llamemos a engaño: que España no figure entre los países donde la ultraderecha ha experimentado un crecimiento espectacular, no significa que no esté viva ni que se pueda bajar la guardia ante el peligro que representa.
Publicado en República de las ideas, el 29 de julio de 2011
Comentar