Las agitaciones populares que se están produciendo en muchos países -desde Hong Kong hasta Chile, pasando por Bagdad, Beirut o París- tienen unos rasgos peculiares que las diferencian de todo lo que venía siendo usual.
Así lo era la existencia de unos líderes carismáticos que alzaban a los pueblos contra los regímenes opresores, como ocurrió en Cuba o Sudáfrica. Supieron sacar a la luz la sensación de injusticia que el pueblo sentía y, cuando el número de sus seguidores fue suficiente, ni las dictaduras armadas pudieron resistirse.
Años después, la "primavera árabe" permitió entender cómo las redes sociales ayudaban a movilizarse a las masas que, sin dirigentes aparentes, se revolvieron contra los dictadores militares. Sin embargo, en algunos casos, aunque las movilizaciones populares fueron masivas, los militares resistieron y luego se vengaron. Las redes sociales pusieron en evidencia a los cabecillas de la insurrección y éstos fueron identificados y anulados. Es la situación que se vivió en Egipto.
Pero las nuevas revueltas presentan una peculiaridad: no están dirigidas por líderes carismáticos y ni siquiera los enviados especiales de los medios extranjeros pueden entrevistar a los portavoces oficiales de esos movimientos o a los dirigentes políticos que surgirían como próximos gobernantes. No existen.
Para los dictadores de siempre o para los neo-dictadores modernos esto es un problema grave: no pueden detener o neutralizar a individuos inidentificables o inexistentes. ¿Qué hacer con una multitud acéfala que se resiste a abandonar la calle? Sobre todo, cuando en ésta abundan los teléfonos móviles grabando cualquier actividad represora y los reporteros se mueven inmersos entre la muchedumbre.
El impulso que la mueve no es la voz de un dirigente carismático sino una idea común: cambiar algo rechazable que es compartido por todos a través de las redes sociales. Al tradicional enfrentamiento binario entre Gobierno y Oposición se suma ahora una tercera fuerza sin cabezas visibles y difícil de identificar para los órganos de seguridad de los Estados.
Los rebeldes callejeros se informan a través de esas mismas redes y desdeñan a los grandes medios de comunicación que estiman estar al servicio de los poderes que quieren transformar o derribar. Es con ellas como siguen el desarrollo de los acontecimientos y se solidarizan entre sí personas que antes no se conocían de nada. Se vinculan estrechamente, prescindiendo de los partidos políticos y de cualquier lazo de otro tipo. Entre ellos abundan los jóvenes que han vivido y crecido entre esas redes.
Incluso para los Gobiernos bienintencionados resulta difícil resolver el conflicto por la inexistencia de líderes significativos con los que dialogar. De ese modo, la conflictividad se encona al no hallar un modo eficaz de ponerle fin.
Este es el nuevo problema a resolver por los gobernantes: ¿Cómo desactivar los conflictos basados en unas redes que les son extrañas? Suprimirlas o censurarlas no es aceptable y mostraría tendencias antidemocráticas. Además, cuando -como sucede en España- el diálogo habitual entre políticos profesionales conduce a menudo al insulto y a la descalificación grosera, y cierra las vías al necesario entendimiento que es parte obligada de su profesión, el ejemplo que con ello los políticos dan a la población solo puede conducir a una escalada de la tensión.
Los medios tradicionales tampoco contribuyen positivamente a resolver el problema. En ellos se suele buscar el titular, se separan las frases del contexto para utilizarlas como arma y a menudo carecen de tiempo o de espacio para un diálogo reposado y racional, único que podría abocar a algún acuerdo.
Habrá que aprender a usar las redes sociales. No al modo anárquico e impulsivo de un Trump que con sus tuites desconcierta al mundo, a su Gobierno y a su pueblo, sino creando un nuevo idioma y una nueva sintaxis política. Las redes no tienen fronteras, ni físicas ni mentales. Son el idioma de los jóvenes y, como está mostrando la movilización mundial contra la emergencia climática, ellos saben estar en la vanguardia cuando es necesario.
Publicado en República de las ideas el 12 de diciembre de 2019
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