La incesante evolución de la tecnología del armamento ha ido introduciendo a lo largo de la Historia modificaciones en el modo de hacer la guerra. Es fácil entender que esto ha tenido repercusiones en muchos aspectos sociales, como es la variable naturaleza de los conflictos armados, la estratificación social producida por el hecho bélico (los privilegios de los guerreros, caudillos, reyes y demás hombres de armas), la justificación religiosa del asesinato (convertido en muerte legalizada y elogiable), y en numerosos otros asuntos que pueden pasar desapercibidos si no se reflexiona sobre ellos. Tal es, por ejemplo, el hecho de que la estructura política de los Estados se fue configurando como consecuencia de las guerras que éstos libraban: recabar fondos para sostenerlas y articular alianzas para ganarlas fueron los quehaceres que harían nacer a los ministerios o secretarías de Hacienda y de Asuntos Exteriores en todos los Estados, incluido el Vaticano.
No se va a hacer aquí una completa descripción de cómo las innovaciones tecnológicas han influido en la guerra: la aparición de la pólvora multiplicó el efecto letal de las armas blancas o arrojadizas; las ametralladoras de la 1ª Guerra Mundial, los submarinos, aviones y carros de combate de la 2ª G.M. cambiaron tanto el modo de combatir como luego harían los helicópteros en Corea o Vietnam; en los últimos decenios, la informática del campo de batalla ha supuesto una revolución en lo relativo a los sistemas de mando, enlace, información y comunicaciones, esenciales para materializar cualquier estrategia. No aludo a las armas nucleares, nunca utilizadas en combate (su empleo en Hiroshima y Nagasaki no fue acción de guerra sino de brutal exterminio de población civil), aunque la posibilidad de su uso haya generado innumerables teorías estratégicas, a cual más irracional, algunas todavía vigentes.
Como curiosidad cabe recordar que la invención del estribo (hacia el siglo IV a.d.C.) hizo del caballo un instrumento de guerra. Frente a la potencia de choque de la caballería pesada, poco podían hacer las mesnadas de campesinos a pie; en su época, fue tan resolutiva para el combate como los tanques del siglo XX. Solo los nobles enriquecidos podían poseer caballos y armaduras, por lo que la palabra “caballero” se convirtió en un título militar de nobleza, como el “orden ecuestre” de la antigua Roma que hoy permite llamar a Berlusconi “il cavaliere”. El estribo, por último, hizo posible entre nosotros la tan usual expresión: “¿qué desea el caballero?”.
En este orden de ideas, nuevas evoluciones tecnológicas parecen apuntar a otros modos de hacer la guerra, concebidos en EE.UU. pero que seguramente se extenderán por todo el mundo. Se está configurando una estrategia basada en la combinación de un nuevo instrumento bélico -el avión radiodirigido- y una nueva forma de combatir en tierra -la de las fuerzas de operaciones especiales (FOE)-. Se la ha dado en llamar la “estrategia de Obama”, porque es bajo su presidencia cuando está cobrando creciente importancia en la política exterior de EE.UU.
En otra colaboración en este medio (13-01-2012) he aludido ya a los drones (nombre en inglés de los aviones no tripulados), que actúan desde Somalia a Filipinas, con una multiplicada actividad de la que poco se sabe, ya que “por motivos de seguridad” el Pentágono y la CIA (principales operadores de estos aparatos para ver y matar desde lejos) se resisten a difundir datos concretos. Solo la documentación pública sobre nuevos contratos de adquisición permite prever que desde 2012 hasta 2016 el promedio diario de salidas (vuelos de misión) de estas aeronaves se multiplicará por más de 12. Esto significa que más países se verán afectados por sus vuelos (habrá más víctimas “colaterales”), se crearán nuevas bases de lanzamiento, se producirán más accidentes y más conflictos internacionales. Es improbable que logren victorias resonantes ni que resuelvan conflictos. Pero extenderán la presencia militar de EE.UU. y suscitarán nuevas oleadas de hostilidad.
El segundo elemento de esta nueva estrategia son las fuerzas de operaciones especiales de EE.UU.: boinas verdes, rangers, los SEAL de la Marina, etc. Como los que desde el cielo cayeron sobre el refugio pakistaní de Osama Ben Laden, y al hacerlo crearon un conflicto con el Gobierno de Islamabad que sigue sin resolverse. Para el presidente Obama el uso de las FOE tiene la ventaja de que no necesita la aprobación de los órganos parlamentarios: son su ejército privado. Si una operación fracasa, nadie lo sabe; si tiene éxito -como el asesinato de Ben Laden- se difunde a los cuatro vientos.
A pesar de la resonancia que en los medios de comunicación está teniendo la nueva estrategia militar de EE.UU., no conviene dejarse deslumbrar. Solo hay que ver en ella una forma “complementaria” de hacer la guerra, preferentemente la llamada guerra “asimétrica” contra terroristas u organizaciones hostiles no estatales. Si alguna vez las divisiones acorazadas de Corea del Norte cruzaran la línea de demarcación -cosa posible, aunque hoy poco probable-, la estrategia que habría que utilizar volvería a ser la tradicional, más parecida a la de la 2ª G.M. que al combate disperso que hoy se observa en Afganistán. En fin, esto confirma una vez más que “la guerra es un camaleón”, como gráficamente escribió Clausewitz y razonadamente desarrolló Raymond Aron.
República de las ideas, 8 de junio de 2012
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