La continua carrera de armamentos iniciada tras la 2ª Guerra Mundial, que primero enfrentó a EE.UU. y la URSS, ha proseguido después con algunos altibajos y ahora afecta sobre todo a EE.UU., Rusia y China.
En la época actual, suele ser EE.UU. quien la inicia, a impulsos de su poderosa industria bélica. Las grandes compañías (Boeing, Raytheon, Lockheed, Northrup, etc.) siempre apoyadas por el Pentágono y los llamados "estrategas de sillón", con la colaboración de grupos "pensantes", universidades y organizaciones patrióticas, agitan al unísono el espectro del miedo: "Para protegernos de los devastadores ataques de Rusia o China necesitamos el más moderno armamento imaginable y siempre somos capaces de fabricarlo".
Surgen ahora de la nada las llamadas "armas hipersónicas", que alcanzan sus objetivos a más de cinco veces la velocidad del sonido. Además de sus cualidades operativas, poseen una característica económica de gran importancia para el complejo militar-industrial: al avanzar en vanguardia por terrenos tecnológicos inexplorados, resulta más fácil justificar el sobreprecio de cada arma proyectada, de modo que los beneficios industriales se multiplican. Algo parecido ha ocurrido con el famoso "Caza de ataque conjunto" F-35, cuyo sobreprecio ha rebasado los 160.000 millones de dólares, para mayor satisfacción de la industria aeronáutica estadounidense.
La dinámica normal en toda carrera de armamentos ni siquiera requiere la existencia de una amenaza real. Como ocurrió durante la Guerra Fría, la supuesta amenaza de una irrupción acorazada soviética que, atravesando Europa, llegara a Gibraltar mantuvo en pie a la OTAN y propició beneficios sin cuento a los fabricantes de armamento. Nos proporcionó, además, materia de estudio a los militares españoles, que preocupados durante el franquismo con el "enemigo interior", abandonamos esa obsesión y nos dedicamos con eficacia a frenar sobre el plano a las divisiones soviéticas en diversos valles del Pirineo durante nuestros estudios de Estado Mayor.
Ahora, la carrera de armamentos prosigue y el complejo militar-industrial que Eisenhower denunció tras la 2ª G.M. sigue activo en beneficio de sus dos factores: las industrias bélicas y las imaginaciones estratégicas de políticos y militares en el Este y en el Oeste. No solo afecta a las tres grandes potencias indicadas sino que se extiende a otras potencias medias, como Francia, Reino Unido, Alemania, India, Japón, etc. En todas ellas se establece una hipótesis del "enemigo probable" y, en último término, todos aspiran a disponer de las citadas armas hipersónicas en cuanto les sea posible, para "no quedarse atrás".
Mientras esas armas sirvan para seguir sosteniendo a la industria bélica y motivando a los ejércitos, el asunto parece relativamente asumible dentro de las leyes que rigen el postcapitalismo. Lo grave viene después: ¿son tales armas un simple símbolo de poder? o, lo que es más probable, ¿habrá que estar dispuestos a utilizarlas? Cuando se trata de armas que en muy pocos minutos pueden alcanzar cualquier objetivo ¿hay tiempo para corregir los inevitables errores, humanos o tecnológicos? ¿Y para frenar decisiones apresuradas o irreflexivas?
Posdata para estrategas aficionados:
Según datos acumulados desde el año 2000, anualmente mueren dos millones de personas por efecto de las enfermedades transmitidas por mosquitos. Otro medio millón muere a manos de sus semejantes, en guerras, crímenes o actos de violencia. ¿Cómo conjugar esta innegable realidad con la adquisición de armas hipersónicas?
Publicado en República de las ideas el 3 de octubre de 2019
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