La infiltración de las organizaciones de ultraderecha en los ejércitos está siendo motivo de preocupación tanto en el seno de la Alianza Atlántica como en algunos de sus países miembros. En España y Francia también ha surgido recientemente esta cuestión.
Por este motivo, en EE.UU. se ha estudiado a fondo la violenta algarada callejera que el pasado 6 de enero asaltó tumultuariamente el Congreso y alcanzó unos extremos revolucionarios que pusieron en peligro la democracia del país. Los resultados obtenidos son de interés.
Entre las 356 personas inicialmente acusadas por estos hechos, el 60% arrastraba problemas económicos y algunos tenían antecedentes por violencia de género. Pero, sobre todo, llama la atención el dato de que casi un 15% estaba vinculado a los ejércitos, cuando en EE.UU. la suma del personal militar en activo y los veteranos licenciados apenas alcanza el 7,5% de la población.
Días después de la revuelta, unos senadores del Partido Demócrata pidieron al Inspector General del Pentágono que investigase la existencia de "supremacismo blanco y extremismo" entre las fuerzas armadas. Y en febrero, un subcomité de la Cámara se reunió para tratar sobre los "Incidentes alarmantes de supremacía blanca entre los militares" y el modo de hacerles frente.
Los reglamentos vigentes tienden más a definir los derechos de que carecen los miembros de las FF.AA. que los que poseen. Los militares en activo pueden participar en demostraciones políticas, pero fuera del cuartel, sin uniforme, sólo en territorio de EE.UU. y representándose a sí mismos, siempre que no se difame al Presidente o a las autoridades. Pero serían expulsados los militares que participaran en la recaudación de fondos o distribución de material político, que vistieran prendas exaltando el supremacismo blanco u otros extremismos, y si se manifiestan a través de ciertas redes sociales.
El problema es que la procedencia de muchos militares coincide con la que alimenta las filas de la ultraderecha: hombres jóvenes, socialmente aislados, que han descendido en la escala social y son económicamente vulnerables. Un veterano negro, que denunciaba el racismo en la Armada, dijo que sus compañeros no necesitan que se les inculque una ideología racista o fascista, porque "la traen de su familia y de su comunidad".
Naturalmente, los ejércitos son organizaciones jerárquicas, autoritarias y organizadas para la confrontación bélica. Desde la instrucción básica se inculcan ciertas ideas como el respeto profundo por la tradición, la idealización del heroísmo, el culto por la acción en sí misma y la entrega desinteresada hacia los compañeros. Se equipara la masculinidad con el militarismo ("Aquí mi fusil, aquí mi pistola") y se tiene como traidor a quien piense de otro modo. Los grupos de ultraderecha adoptan ideas bastante parecidas.
Mucho de lo hasta aquí comentado es específico de EE.UU., donde los militares pasan a menudo largos periodos de operaciones en el extranjero (las "guerras interminables" que Biden pretende concluir). Los ostensibles fracasos de algunas de ellas y la sensación de ser incomprendidos por la población generan un resentimiento del que se valen las organizaciones supremacistas. También es propio de EE.UU. el conflicto del Estado con algunas asociaciones de veteranos que se sienten menospreciadas y defraudadas por las promesas que creyeron recibir al alistarse, cuestión que se remonta nada menos que a la Guerra de Vietnam.
Sin embargo, aunque en la mayoría de los países europeos no es aplicable todo lo anterior, la infiltración en los ejércitos de las ideologías ultraderechistas es un problema generalizado que habrá que seguir muy atentamente para evitar llegar a situaciones de las que después sea difícil recuperarse.
Publicado en infoLibre el 14 de mayo de 2021
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