El más evidente engaño del nuevo acuerdo entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) venía ostensiblemente pintado sobre el fuselaje del avión que completó en Abu Dhabi el "primer vuelo comercial directo" (como proclamaba la prensa mundial) entre ambos países. En tres idiomas -árabe, inglés y hebreo- la palabra PAZ daba nombre al avión, pero resultaba algo superflua porque nunca han estado en guerra Israel y los EAU, por lo que no había ninguna paz que acordar. Cosa que, por el contrario, sí ocurrió en los tratados firmados por Israel con Egipto (1979) y Jordania (1994).
Por la escalerilla del Boeing bajó una delegación israelo-estadounidense en la que brillaba el yerno de Trump, presunto artífice de una futura paz en Oriente Próximo (el "Tratado del siglo", según Trump, todavía a la espera), poniendo de relieve el decisivo papel de EE.UU. en este insólitamente llamado "Acuerdo de Abraham". No hay que ignorar, sin embargo, que este nombre bíblico resonará muy favorablemente entre los fervorosos seguidores evangélicos del Presidente, ayudando a su reelección en noviembre.
Teniendo en cuenta que los EAU nunca se han distinguido por su defensa del pueblo palestino, es penoso constatar cómo su autócrata gobernante, el jeque Bin Zayed, alardea de que, gracias al acuerdo, se ha logrado que Israel "detenga la ilegal anexión de los territorios palestinos, lo que traerá la paz a la región". Anexión que, como es bien sabido en palabras de Netanyahu, solo ha quedado "en suspenso" y podría completarse en cualquier momento.
Detrás de todo ello se esconde una realidad geopolítica: tanto EE.UU. como Israel se aprovechan de los EAU y su ambición expansiva (que ha le llevado a intervenir en la represión de protestas populares, desde Túnez a Siria, como en Libia y Sudán). Netanyahu envidia la libertad del dictador emiratí, país donde la mayor parte de la población está formada por dóciles inmigrantes asiáticos, incapaces de crear ningún problema interno a su Gobierno.
La nueva alianza (más que un acuerdo) no se ha forjado para ayudar a los palestinos sino para reforzar los intereses que en esta región tienen ambos firmantes, así como EE.UU., ante la inquietud que en ellos genera la política seguida por los Gobiernos de Teherán y Ankara.
Es muy probable que extiendan su mano a Egipto y Arabia Saudí, para crear un frente que les asegure respecto a algunas decisiones que puedan tomar EE.UU., la Unión Europea u otros países de la zona. Juntos, podrían aplastar militarmente a palestinos y yemeníes rebeldes, así como dominar en Líbano y Libia. Frente a tales ambiciones se alzan Turquía e Irán, lo que podría ser origen de serios conflictos.
Gracias al acuerdo, los EAU estrechan lazos con EE.UU. y esperan reforzar su poder militar mediante probable adquisición de los modernos cazas F-35. Aspiran a convertirse en un poder regional que colabore en impedir que la democracia llegue a asentarse en cualquier país de la zona, evitando el riesgo de que surjan nuevas "primaveras árabes" que pongan en peligro el orden establecido.
Por su lado, Trump se apuntará un triunfo espectacular cuando en Washington acudan israelíes y emiratíes a firmar oficialmente el acuerdo, en vísperas de unas elecciones que se le presentan muy cuesta arriba.
En resumen, este presunto acuerdo "de paz" no parece anticipar una mayor estabilidad en la zona, sino reforzar a algunos protagonistas propensos a servirse de la fuerza militar para alcanzar sus objetivos y agravar los enfrentamientos regionales ya existentes.
Publicado en República de las ideas el 3 de septiembre de 2020
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